El hiperbólico nivel de agresión que muestra Cristina Kirchner en cada uno de sus últimos discursos, no denota nada sano; no solo respecto a la política partidaria, sino también a la esencia de la República. Por caso, su poca tolerancia a la crítica es generadora de una inmediata embestida contra aquellos que se atreven a hacer señalamientos al rumbo político o económico que ostenta su gobierno.
Peor aún: la mínima manifestación de descontento social o queja por parte de cualquier ciudadano, es motivo del consecuente ataque a través del ostentoso aparato del Estado. La AFIP, la ex SIDE y hasta los medios alineados al Gobierno respiran en la nuca de cada argentino. ¿Cómo denominar a esta situación más que "totalitarismo"?
Por más que muchos se sientan ofendidos, lo dice la Real Academia Española: se trata de un "régimen político que ejerce fuerte intervención en todos los órdenes de la vida nacional, concentrando la totalidad de los poderes estatales en manos de un grupo o partido que no permite la actuación de otros partidos". Se insiste: ¿No es esta la más cabal definición de lo que es el kirchnerismo?
Si a la falta de tolerancia gubernamental se agregan los controles al dólar, la restricción a las importaciones, la expropiación discrecional a la propiedad privada y el maquillaje de las estadísticas oficiales, no resta mucho más para decir. Efectivamente, estamos frente a un totalitarismo hecho y derecho.
Hay quienes aseguran que el kirchnerismo es en realidad una suerte de autoritarismo, pero no es así. Según Hannah Arendt, la diferencia entre un régimen autoritario y un régimen totalitario es que este último obedece a "una ley u objetivo concreto".
En sentido similar, Ignacio Molina, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid, hace una diferenciación entre doctrinas autoritarias y totalitarias a través de las siguientes características:
-Tener una ideología elaborada destacando el ensalzamiento del líder.
-Buscar el apoyo de las masas, no sólo someterlas.
-Su meta última es realizar grandes cambios en la sociedad y no sólo imponer su poder sobre la misma.
A su vez, el autor describe ciertos ítems del autoritarismo a través de:
-La concentración de poder en una sola persona o grupo muy reducido, usualmente un partido político o movimiento, que puede incluso conducir al culto a la personalidad del líder.
-La justificación de la actuación política mediante una doctrina global que se manifiesta en todas las esferas de la actuación humana: economía, cultura, familia, religión.
-El empleo sistemático del terror, por medio de una policía secreta para eliminar a la disidencia u oposición.
"Mientras el autoritarismo busca acallar a los disidentes y evitar sus expresiones en público, el totalitarismo en cambio busca no solo acallar sino también extirpar las formas de pensamiento opuestas, mediante el adoctrinamiento y la remodelación de las mentalidades culturales", según Molina. ¿Qué tan diferente es el kirchnerismo a todo lo aquí descripto?
La mera observación de lo que viene haciendo el oficialismo en los últimos años, dará la respuesta adecuada. Lo único que faltaba a la ya manifiesta política de pulverización de la oposición partidaria y la embestida contra los medios críticos, era el adoctrinamiento a través de La Cámpora y otras organizaciones satélite. Ello finalmente ocurrió y terminó de definir el totalitarismo K "de manual".
No hace falta mencionar cómo terminan ese tipo de regímenes, cuyos exponentes más (tristemente) célebres son personajes de la talla de Benito Mussolini y Francisco Franco. Son ejemplos extremos, es verdad, pero se trata del mismo germen que hoy brota en el espíritu del kirchnerismo. Todo totalitarismo comenzó con tibieza y creció gradualmente, hasta alcanzar niveles que hoy sorprenden a propios y ajenos al leerlos en libros de historia.
Los Kirchner comenzaron con un gobierno que parecía moderado, con fuerte presencia de hechos de corrupción pero con medidas que supieron arrancar elogios por parte de la sociedad y hasta reconocimientos del arco político opositor. Sin embargo, al paso de los años se fue profundizando el populismo y en el corazón del oficialismo comenzó a manifestarse una especie de chavización.
Hoy ya puede hablarse de "totalitarismo", a través de una política que impone el terror y la persecución contra aquellos que no comulgan con el "modelo". Para coronarlo, esta semana Cristina Kirchner pronunció una frase que no deja lugar al error: "Hay que tenerle temor a Dios y a mí, un poquito".
Como dicen los abogados: a confesión de partes, relevo de pruebas.
Christian Sanz
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