La pauta de que todo se formó a los tumbos, que somos el “resultado” (en sentido figurado) pasajero de un accidente, y que vivimos rodeados de un medio catastrófico, nos la da también el hecho de que en el universo no existe seguridad ni garantía algunas para nada ni para nadie.
El proceloso entorno nos amenaza constantemente. Nuestro habitáculo planetario se halla tan desprotegido, tan expuesto como el que más a cualquier accidente “cósmico”, (de cosmos que significa orden) que prefiero denominarlo anticósmico con sus agujeros negros que tragan materia sin piedad. No se halla protegido de nada, por el contrario, abierto al espacio exterior del que puede provenir cualquier evento devastador, desde radiaciones exterminadoras, hasta masas impactantes que pueden provocar estragos.
Nuestro “querido” (para muchos malquerido) planeta, está a merced de explosiones de potentes bombas de tiempo como lo son las supernovas cercanas; de las atracciones impactantes de los poderosos y casi inconcebibles agujeros negros, de colisiones con asteroides y núcleos cometarios, de impredecibles comportamientos anómalos y violentos del Sol, etcétera.
Algunos astrónomos escritores optimistas, niegan las probabilidades de accidentes anticósmicos que nos puedan alcanzar. (Véase al respecto, por ejemplo, Las amenazas de nuestro mundo (de Isaac Asimov; Barcelona, Editorial Plaza y Janés), pero ello es tan sólo una expresión de deseo, pues a nadie le resulta grato aceptar que nuestro habitáculo espacial pueda ser aniquilado o seriamente averiado alguna vez.
Lo cierto, es que los observadores del cielo se manejan con datos muy inciertos, y nadie puede conocer a ciencia cierta el destino de nuestro planeta ¡a merced de todo!
Por ejemplo, el impacto meteorítico que produjo el cráter de Arizona (EE.UU.), y la gigantesca y estallante bola de fuego que arrasó un bosque en Liberia, representan tan sólo pálidas muestras de lo que puede suceder con nuestro planeta a merced ¡de todo!
Dada la “lentitud” de la velocidad de la luz comparada con otras posibles velocidades, los habitantes de la Tierra por falta de señales, no podemos conocer si ciertos acontecimientos catastróficos de gran magnitud ya producidos, provenientes de la lejanía están por alcanzarnos.
Existe una teoría nada despreciable sobre la extinción de los gigantescos dinosaurios hace 65 millones de años, que relaciona este hecho con una catástrofe astronómica ocurrida también hace unos 65 millones de años (¡extraña coincidencia!). Se trata del estallido de una supernova muy masiva, cuyas radiaciones habrían incidido letalmente en la fauna terráquea y cuyos restos hoy constituyen un anillo de gas en expansión de unos 3 millones de masas solares.
Solo podremos conocer los fenómenos astronómicos, cuando sus efectos nos toquen de lleno y la fuente no exista. Puede que ya esté próxima nuestra destrucción total sin saberlo.
Así como probablemente se extinguieron los gigantescos dinosaurios de la era mesozoica por acaeceres catastróficos a nivel anticósmico, también es posible que se extinga la humanidad entera en plena era “psicozoica” (valga el neologismo) como la actual, por esas mismas causas.
Tanto los violentos, como los pausados pero catastróficos fenómenos geológicos, así como las amenazas del espacio exterior hacia nuestro planeta, nos dan la pauta de lo accidental de todo proceso anticósmico, de lo fugaz y azaroso que es el lapso aprovechable para la vida en la Tierra.
No pensemos que esta visión del mundo es una exageración, sino algo palpable y contrapuesto a las maravillas terráqueas; la otra cara de la moneda de un proceso ciego más del universo, denominado Tierra.
Sabemos, los que estudiamos cosmología, que en “cualquier momento” nuestra galaxia u otros cuerpos espaciales, pueden conturbarse de tal manera que desaparezcan para siempre, para transformarse todo en un infinito homogéneo.
En cuanto a los chapuceros pseudo científicos que escriben libritos de pseudociencias poniendo al vuelo sus inagotables dotes de fantasía, no les hagan caso señores lectores. Todavía le falta mucho al globo terráqueo para que se transforme en una nube de partículas en un enorme choque de nuestro sol con otro astro “volando por ahí”. Alguna vez será, es en un ciento por ciento probable, ya que, estamos huérfanos de todo dios todopoderoso que impida no el fin del mundo que puede ser cambiante pero eterno, sino una catástrofe final a nivel sistema solar. Los dioses no existen, son sólo elaboraciones mentales como los silfos, la hidra de las 7 cabezas, monstruos amenazadores y otras tonterías pseudo científicas.
Vivamos tranquilos; según datos astronómicos, aun falta mucho para una catástrofe anticósmica de gran magnitud; aprovechemos el tiempo que falta viviendo sanamente, sin conflictos, sin guerras, en un solo “país” titulado por mí Las Repúblicas Unidas del Planeta Tierra, es decir en un cosmopolitismo total. Las generaciones futuras nos estarán eternamente agradecidas.