Después de haber expuesto un tétrico panorama biológico en otros artículos, para comprender que es la vida; luego de explicar que se trata de un proceso físico añadido y recortado del resto de los múltiples procesos físicos que a cada instante se instalan en éste que denomino microuniverso de galaxias, inserto en un Macrouniverso entero; y antes de tratar de la fatal muerte, es necesario advertir de paso que nuestro planeta, a pesar de sus condiciones, jamás ha sido preparado de antemano para crear y albergar vida.
La vida, fue y es un proceso aleatorio añadido, nunca previsto. Es absurdo entonces, pensar ni remotamente, que la vida se tuvo que instalar en la biosfera del globo terráqueo indefectible, fatal y necesariamente, por estar prevista, proyectada, concebida de manera anticipada, como si todos los aconteceres cósmicos y anticósmicos, se hallaran conducidos intencionalmente hacia un fin ineluctable, dentro de un determinismo absoluto “creado” con una cierta finalidad.
Si bien nuestro planeta presenta, aparentemente, las condiciones azarosas adecuadas para la instalación de la vida, lo cierto es que esta fue un evento casual, meramente casual, un accidente, ¡un suceso estocástico!
Se dieron las posibilidades, pudo ser, y fue, eso es todo. Pero también pudo no haber sido. El origen y prosecución de la vida planetaria dependió y depende de tantos y tan delicados hilos, que hubiese bastado se cortara una solo, para que el proceso se truncara antes de organizarse la primera célula, o poco o mucho después.
Cualquier cambio ambiental brusco originado en un accidente a nivel telúrico o a nivel cósmico o anticósmico, de haber ocurrido, hubiese podido aniquilar toda incipiente vida o toda vida complejizada ya en marcha. Si esto no ha ocurrido, fue repito, por mera casualidad, ya que sabemos a ciencia cierta que nuestro planeta se halla totalmente desguarnecido ante cualquier colisión con otro astro o cualquier otro cuerpo de gran masa.
No obstante, y aunque parezca contradictorio o paradójico, por presión del azar en algún lugar del Anticosmos, (big bang de por medio), tuvo que haber acaecido lo que vemos y somos, y este sitio es precisamente nuestra Tierra y no por privilegio alguno, sino por el acaso. El determinismo fatal, no existe en términos absolutos, y como nada ajeno a la esencia del universo organiza o dirige los acontecimientos macrouniversales, entonces la vida sobre el globo terráqueo fue en sus orígenes y es en su ulterior desarrollo, un proceso puramente azaroso sin garantía alguna de prosecución.
Todo esto nos permite invertir esa forma común de pensar impregnada de múltiples pseudociencias creacionistas, que consiste en tomar como requisitos indispensables para la vida a un demiurgo creador y ordenador del mundo.
Si las cosas no son enfocadas en el sentido finalista (esto es lo más común) según el cual, el fin es la causa total de la organización del mundo y de los acontecimientos particulares, entonces podemos presumir que la Tierra ha sido, repito una vez más, por pura casualidad, acondicionada previamente para la posterior instalación de la vida sobre su faz, sin empuje divino alguno como creen los creacionistas. En efecto, la abundancia de agua, de bioelementos como el carbono, el nitrógeno, el oxígeno, el calcio y el fósforo, por ejemplo; una atmósfera no venenosa como lo sería si consistiera en metano o amoníaco: temperaturas no extremas; órbita terrestre casi circular que impide acercamientos o alejamientos extremos del sol de consecuencias deletéreas; una gravedad no muy intensa; una capa de ozono atmosférico que nos protege de los letales rayos ultravioleta que nos envía el Sol, y un campo magnético terrestre que desvía los peligrosos rayos cósmicos mermando su llegada a la Tierra, todo esto y mucho más hace suponer a primera vista, que nuestro globo ha sido “calculado y construido” para albergar la vida. ¡Nada más inexacto! Todo es a la inversa. Es la vida, como proceso transitoriamente viable, la que se ha adaptado a las condiciones planetarias. Mil planetas de otros sistemas solares con sus respectivas atmósferas todas diferentes, distintas composiciones químicas de sus suelos, incluso desprotegidos contra determinados tipos de radiaciones, etc., podrían albergar mil formas adaptadas de vida disímiles unas de otras y de las conocidas en la Tierra. Siempre que allí se centrara una acción estocástica.
Todo esto nos indica, señores, que hay ausencia total de un gobierno del mundo que nos pueda asegurar nuestra existencia en el espacio sidéreo. Pero ¡bueno! sólo nos queda aprovechar lo mejor posible a nivel mundial, esta relativa y pasajera mansedumbre de nuestro sistema solar; estos tiempos de calma en las inmediaciones galácticas en las que estamos inmersos.
Ladislao Vadas