Tanto los políticos como los intelectuales kirchneristas se presentan ante el mundo como ejecutores y defensores de un populismo de izquierda. Este concepto es equívoco, porque hace alusión al pueblo, pero de una manera condicionada. No es lo mismo “popular” (masivo, mayoritario) que “populismo” (más bien referido a una particular forma de relación del gobernante con los gobernados, signada por una manipulación sistemática).
En este marco, los populistas pretenden mostrarse como difusores de una “cultura popular” oculta y oprimida por la política “antipopular” u “oligárquica”. Para lograrlo, invierten mucho dinero y hasta forman un séquito propio de “trabajadores de la cultura” favorecidos por el poder. Sin embargo, la concentración de poder en un líder carismático en desmedro de las instituciones republicanas, y la hegemonía que persigue el partido oficial, llevan a un funcionamiento autoritario del Estado que impacta negativamente en la realidad y la cultura del pueblo.
Sin ánimo de entrar a juzgar la voluntad de los iniciadores del movimiento “piquetero” en el marco de la crisis de 2001, la forma en que el gobierno argentino reaccionó ante el fenómeno deja traslucir la premisa anterior. En vez de sentar reglas claras e imparciales, se prefirió una negociación separada e informal. Así, algunos movimientos fueron cooptados por el aparato burocrático del Estado, engrosándolo sin fundamento, y otros pasaron a padecer la discriminación más absoluta en la distribución de subsidios. En una década de crecimiento económico (aunque no de desarrollo) los piquetes se incrementaron, cuando deberían haber desaparecido o descendido drásticamente como acontecimiento propio de una situación de emergencia. En 2009 la cantidad fue la misma que en 2002 (alrededor de 2.000) y en 2012 llegaron a más de 4.000.
Como el gasto público desmedido (en Argentina pasó del 29,1% del PBI en 2003 al 46,5% en 2013) es un condimento esencial para la manipulación de la población, el populismo se niega deliberadamente a combatir las causas estructurales de la inflación que genera. Por ende, su respuesta frente al problema es la negación y el clásico “pan y circo” (que tiende a una proporción cada vez más grande de circo que de pan). Se busca manipular la condicionada y debilitada opinión pública con propaganda masiva y permanente (que aumenta el despilfarro) y se pretende crear un clima “festivo”, aprovechando cada oportunidad para crear una falsa imagen de satisfacción. Cada excusa de celebración es exagerada a más no poder con la inversión de cantidades obscenas e inmorales de dinero. La cultura “festiva” se convierte en una cultura de la irresponsabilidad transmitida desde las esferas más altas del poder político. No hay momento para la seriedad ni la preocupación. No venimos al mundo para aportar al bien común sino solamente para disfrutar el momento.
La frutilla del postre de esta práctica se dio en Venezuela, cuando recientemente Nicolás Maduro adelantó la Navidad por decreto a los efectos de utilizarla para fines electorales. En la Argentina, Cristina Kirchner se encuentra actualmente pregonando el “festejo de los 30 años de democracia” a toda máquina, abstraída de la realidad, mientras en las calles muere gente y se producen destrozos masivos por acción de saqueadores que se aprovechan de los reiterados paros policiales motivados por la inflación y por la pasividad del gobierno nacional frente al primero de ellos, que ocurrió en Córdoba, una provincia cuyo gobernador está peleado con Cristina.
Y esto nos lleva a otra práctica cultural promovida por el populismo (aunque tenga también otras causas) que es el corporativismo. Frente a un Estado autoritario, con escasa institucionalidad y amplia discrecionalidad, la gente se ve alentada a caer en la nociva y equivocada acción de perseguir cambios de políticas o beneficios, no a través del esfuerzo personal o de la participación democrática, sino por medio de la creación de un perjuicio para el resto de la población. Lo que empezó como una serie de movimientos piqueteros, siguió como un paro del sector agropecuario y continuó con la paralización del país por parte de los camioneros que concentran el transporte de carga, ahora se manifiesta en paros policiales que dejan a la población indefensa y crean una guerra salvaje entre quienes buscan arrebatar lo ajeno y aquellos que valientemente están dispuestos a defender con la vida lo poco que les queda después de pagar sus impuestos. En este marco, es dable preguntarnos: ¿Vale un aumento de sueldo la vida de una persona? ¿Conduce a algún lugar la práctica de crearle un problema a quien tengo al lado para perseguir mi objetivo personal? ¿O más bien divide y destruye, favoreciendo la manipulación de la población que persigue el Estado actual?
El gobierno argentino sin dudas le ocasionó un daño muy grande a la Argentina en lo económico. En una década con efecto rebote, tipo de cambio favorable y altísimo precio de nuestra materia prima, dejamos pasar una oportunidad única de posicionarnos en el mundo en un sentido muy favorable, tal cual lo están haciendo Uruguay, Chile y Brasil. Pero el daño más grande es sin dudas cultural, y se refiere a una cultura de la dádiva y corporativa, alentada por un esquema de concentración del poder y saqueo impositivo que desalienta el trabajo productivo y promueve el oportunismo, el egoísmo y la violencia.
El populismo, lejos de defender los intereses del pueblo y promover una “cultura popular”, no ha hecho más que destrozar nuestro país en todo sentido, incluyendo el ámbito de lo simbólico. Por ende, para evitar que el daño sea aún mayor, corresponde que reemplacemos el Estado autoritario y prebendario del populismo por un sistema democrático en serio, como el que quizás nunca tuvimos del todo, con instituciones públicas transparentes e imparciales, con división de poderes y Estado de Derecho, con gobiernos limitados y controlados, que abandonen la discriminación y la manipulación para dejar un amplio espacio en el que pueda florecer pacíficamente la creatividad humana.
Va a llevar tiempo reconstruir política, económica y culturalmente la Argentina luego de la “década perdida” del populismo kirchnerista. Pero cuanto antes empecemos, haciendo lo que esté a nuestro alcance y apoyando a partidos transparentes, republicanos y democráticos (si creemos que no existe ninguno podemos crearlo o elegir el que más se acerque a ese ideal), menos sufrimiento e injusticias nos quedarán por delante.
Rafael Micheletti
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