Cualquier persona cuerda quedará azorada al escuchar el alto nivel de violencia y el bajo de discusión que hubo de producirse en el debate ocurrido en el canal de cable TN entre dos kirchneristas y dos antikirchneristas, y el cual este medio reprodujo en esta nota.
Con el mal gusto acostumbrado, y la vieja táctica de cerrar mediante la violencia verbal los debates, siempre queriendo con gritos imponer la verdad, con el kirchnerismo patoteando a todos los demás de la mesa de debate, ocasionalmente de la mano del hilarante señor Artemio López se hubo de reproducir y generar la típica discusión oclusiva acostumbrada, y que ya tiene harto a la mayor parte de la gente que al verlo, cambia de canal, lamentablemente.
En la metodología y táctica kirchnerista (con honrosas y escasas excepciones) se espetan argumentos discordando, mezclando los temas, datos al azar, no se sabe ni lo que se dice, o directamente no les interesa trasmitir a los demás panelistas lo que se dice o se piensa, solo practicar chicanas.
El argumentar pasa a otra dimensión (estratosférica para esta gente). Todo se resume a tapar el argumento del otro, gritarle, o pelearlo, hasta insultarlo, o sacarlo de quicio.
Este hombre, López, cuya consultora fantasmagórica lanza osadas encuestas sin ruborizarse, suele hacer operaciones políticas, dicen, para el que le paga (actualmente Amado Boudou) y dice (López, o la ·encuesta de turno) lo que sus contratantes gustan escuchar. Su discurso no solo es insufrible, sino además impresentable. Basa todo su despliegue y su accionar en crispar al polemista contrario, sea quien fuere, introduciendo bocadillos, anecdotarios, lo que sea. Nadie parece ponerle límite y su triste performance consiste en evitar que el frustrado interlocutor se exprese. La audiencia, bien gracias, ya se ha ido, huido, espantada. Así estamos culturalmente en nuestra Argentina.
Lo mismo, volviendo al triste debate, en menor medida, le cabe al ingeniero Abel Fatala, que habiendo pasado amplio tiempo por la función pública, con el ex Jefe de Gobierno porteño destituido Aníbal Ibarra, debería recordar el protocolo y la cortesía, y se lo veía mayormente desaforado.
Fatala es ibarrista, aunque argumente amnesia, es parte del desastroso y abandónico período, quizá el peor gobierno que recuerde la Ciudad de Buenos Aires.
Esta táctica de enturbiar los debates, enloquecer las discusiones y atormentar a los televidentes es muy vieja y siempre aprovechada. Aparece en el ADN de los kirchneristas, autoritarios y mal llamados populistas, el punto que en concreto se debería haber discutido y los kirchneristas no lo permitieron, siguiendo su larga tradición malsana.
Volviendo al populismo
Cabe aclarar a esta altura que es históricamente el partido popular o populismo, su origen, y su presencia en la realidad política global, dejando de lado los “ombliguismos” típicamente argentinos.
Hoy, popular o populista es simplemente partido de masas. Es inconcebible el partido de elites. Basta recordar la explicación que alguna vez observamos de cómo el Partido Demócrata logró imponer a Barack Obama. El Partido demócrata es un partido popular, o populista. A lo largo de la historia, los socialistas Ingleses tuvieron su partido de masas, el obrerista Partido Laborista, con afiliados cotizantes.
El partido popular o populista puede ser de izquierda o de derecha. Es una típica ignorancia argentina creer que los populismos son de derecha.
Cada experiencia, en cada continente ha sido diferente. El ex movimiento de los no alineados, con sede en Belgrado, ex Yugoslavia, contaba con más de 77 países, la mayoría gobiernos populistas de diferente orientación, aunque mayormente se dividían en dos: los que se oponían a la dictadura imperialista soviética, y los que se oponían a la dictadura americana. Estamos hablando de la post guerra, mayormente, de líderes como Perón, Nasser, Joao Goulard, Tancredo Neves o Getulio Vargas en Brasil, Ibáñez en chile, Paz Estensoro en Bolivia, Pérez en Venezuela, etc.
Populismo, término de raigambre política
El término, la palabreja la inventaron los romanos (cuando no) y no responde a órdenes económicos, no las tuvo, aunque hoy en día dichas implicancias económicas si las tiene, y en consecuencia muchos países no siguen políticas de libre mercado e intervienen de manera heterodoxa en la economía inclinándose a algún tipo de populismo, ya sea de izquierda o de derecha.
El Partido Popular Romano, traspolado al hoy, sería un grupo político de centro-izquierda laborista, defienden el pensamiento de Julio César, denuncia al Senado por oligárquico, y se considerarán los herederos del partido popular de los tiempos de César en el macroestado romano.
Antes del César, ya en la era de Mario y Sila (siglo I a C) la lucha es entre aristócratas y populares, en donde los aristócratas cierran la participación a los burgueses y proletarii (proletarios).
Esto lo toma Montesquiéu, quien habla de la división de los poderes, y también Marx, que retoma la discusión de las clases sociales y de los principios de la Revolución Francesa, respecto de libertad igualdad y fraternidad, concepto trinitario que sintetizan el pensamiento de los últimos 200 años.
Los liberales y conservadores levantan la bandera de la libertad, otros conservadores, terratenientes y eclesiásticos se apropian de la bandera de la fraternidad, y por último Marx remarca el concepto de la igualdad, la que será la base total de su doctrina.
En consecuencia, los que defienden a ultranza el igualitarismo se enrolan muy cerca de la izquierda, del marxismo.
Volviendo a la concepción de los romanos, el partido Popular de Julio César es muy parecido a los populismos del siglo XX, un partido de clara vocación republicana, la cual está totalmente en contra de que Roma evolucione hacia la monarquía o hacia el Imperio, y por ello fue el máximo rival del Senado (oligarquía de propietarios de la tierra).
Paradojalmente su hijo, Octavio, transformó las ideas de su padre, reconcentró su poder en sí mismo, y se transformó en emperador aunque jugaba en el Senado a ser el líder del partido popular. Mismo camino siguieron los otros Julios. A tal punto llegó la intención concentradora y administradora de Octavio que logró imponer la idea de su papá, César, que lo nombró Pontifex Máximus en un intento por unir el poder absoluto material con el poder espiritual del mas allá…
Mismo camino siguieron los británicos al establecer la cabeza de la Iglesia en la mismísima Corona Real, afrentando al Papa de Roma, con el mismo sentido de mancomunidad y absolutismo.
La intención popular de Julio César terminó en el Imperio, con una dictadura militar encubierta en un Senado al que le daban su paga convenientemente, mientras las armas manejaban el erario, las cecas de acuñamiento de moneda (hoy serían las cajas K), y las conquistas de territorios para la riqueza militar y el pago a la soldadesca el salario de los soldados y centuriones.
Cualquier semejanza de esto último con lo que el lector perciba respecto a los populismos de los Kirchner, los Chávez, los Castro, los Correa o los Evo Morales, es una simple coincidencia.
José Terenzio