Según mi óptica, los sólidos, líquidos y gaseas, son tan sólo apariencias de lo subyacente que se nos manifiesta. Así, por ejemplo, si poseyéramos una visión plus ultra microscópica, superior aún al microscopio electrónico, y pudiéramos observar las partículas atómicas componiendo estructuras moleculares, entonces un sólido se nos haría comparable quizás con la observación de una estructura galáctica desde su interior. Un trozo metálico o pétreo lo apreciaríamos como a nuestra Vía Láctea en una noche diáfana y sin Luna.
Si poseyéramos esa clase de visión especial y al mismo tiempo teleobjetivo, de modo que pudiéramos observar objetos a distancia con una fabulosa resolución, entonces veríamos muy distinto al sistema Tierra-Sol, desde una nave espacial, por ejemplo.
Comprobaríamos con sorpresa que la Tierra y el Sol no consisten en dos cuerpos perfectamente recortados separados en el espacio, sino una especie de bruma con dos condensaciones focales, inmensa una: el núcleo, e infinitamente más pequeña la otra: el núcleo terrestre (excluyendo a los demás planetas). A partir del núcleo mayor veríamos cada vez más difuminada hacia el exterior la nebulosa conteniendo a un lado al pequeñísimo foco (la Tierra cuyo volumen es más de un millón de veces menor), el cual igualmente estaría rodeado de una bruma cada vez más difuminada en proporción a la distancia de su centro de condensación.
Este es el aspecto que presentarían desde el espacio, el Sol con su irradiación de fusión nuclear, sus distintas capas como la corona que se extiende hasta varias veces el radio solar aparente, la fotosfera, la cromosfera, etc., y el globo terráqueo con su campo magnético, los cinturones de radiación de Van Allen, las distintas capas como la exosfera, ionosfera, estratosfera y troposfera, radiactividad natural, irradiación calórica, el albedo, mares y océanos, corteza superficial, las distintas capas geológicas y finalmente el denso núcleo. Todo apreciado como un enjambre de partículas formando capas brumosas cada vez más espesadas hacia el centro.
Luego, centrando nuestra atención de ficticios observadores del espacio (alejados abismalmente de toda pseudociencia habida y por haber), especialmente en la biosfera, notaremos ciertas estructuras más o meneos destacadas de las brumas de distinta densidad, aérea, acuosa y cortical.
Notaríamos que estas figuras más o menos definidas aunque esfumadas en su entorno, se comportan distintamente; veríamos que las partículas circundantes entran y salen de ellas en un flujo intermitente. Al seguir mas de cerca esas estructuras gracias a nuestra ficticia visión teleobjetiva con zoom, observaríamos que las partículas exteriores (átomos, moléculas) son obligadas a introducirse en las brumosas estructuras más o menos recortadas del medio para cumplir allí una misión, ya sea para sumarse a dichas estructuras, ya sea para reenlazar a orbitas, partículas, o cumplir un cometido energético y salir luego liberadas hacia el exterior para confundirse con el medio.
Este es el mundo vegetal. Estas brumas más o menos recortadas del medio atmosférico, acuático y terrestre, obligantes con respecto a los elementos del exterior para que penetren en su estructura, circulen allí en forma más o menos ordenada, cumplan un cometido físico-químico- eléctrico y salgan nuevamente al medio. Esas condensaciones ordenadas en figuras, son los vegetales y ciertos animales sésiles o sedentarios como los espongiarios, corales, madréporas, actinias, etc.
Luego notaríamos que algunos conjuntos de partículas observan desplazamientos, conservando el ordenamiento de los elementos componentes. Veríamos que toman, que aprehenden a otros conjuntos moleculares obligándolos a penetrara en el interior de la nube difusa, retener allí algunas moléculas o conjuntos moleculares y partículas energéticas y rechazar el resto.
Esto son los animales ambulantes, nadadores, voladores, etc. que se nutren de los vegetales y de otros animales. Así también comprobaríamos que los procesos vivientes no terminan en el límite que parece otorgarles la piel, sino que se extienden más allá en forma de radiaciones calóricas, electricidad, transpiración, etc.
Si continuamos con este ejemplo de una visión superior a la del microscopio electrónico y capaz de enfocar tanto el mundo inanimado como un organismo animal de pies a cabeza, de manera tal que pudiéramos visualizar sus átomos y sus componentes, entonces ese cuerpo, antes con una visión “normal”, era por ejemplo un pez, una rana, un lagarto, un ave o un cuerpo humano, se tornaría irreconocible para el observador. La carne es también entonces una apariencia. Desde afuera y de lejos sería comparable a una nebulosa galáctica avistada desde la lejanía espacial con forma de pez, rana, etc.
Si luego penetráramos en el interior de ese organismo, se nos esfumaría toda la forma exterior, seria como incursionar en una galaxia como en realidad estamos, pues la nuestra, la Vía Láctea, no la podemos conocer en su conjunto en su forma exterior, sólo deducirla. Todo se asemejaría entonces a observar nuestro cielo nocturno poblado de estrellas.
Si por otra parte pudiéramos empequeñecernos tanto hasta poder posarnos sobre un hipotético electrón del anticuado átomo de Bohr y orbitar con él el núcleo, el resto del organismo nos parecería de una inmensidad inconcebible formado en apariencia por infinitos cuerpos, como nuestro universo. (Recordemos que el átomo es casi todo él un vacío).
Transformados en habitantes de un organismo viviente pequeños como una célula, comprenderíamos quizás lo que realmente acontece allí para producir metabolismo, diferenciación de tejidos (organogénesis), crecimiento, envejecimiento, producción y secreción hormonal, formación de anticuerpos, fagocitosis, conducciones nerviosas, producción de energía, reproducción celular y demás procesos fisiológicos y aún psicofísicos de los animales superiores. Entenderíamos por qué el corazón constituye un órgano con una potencia y vitalidad tal, que es capaz de latir durante más de un siglo en algunos individuos de diversas especies, o la maraña de cadenas de átomos, moléculas y células que componen el estómago, el complejo hígado, los pulmones y la inconcebiblemente intrincada red de elementos cerebrales.
También nos daríamos cuenta de por qué determinadas agrupaciones atómicas formadoras de células, adquieren misiones específicas en cada tejido interrelacionado con todo el resto somático y psíquico.
Cuán distinto veríamos nuestro organismo en forma de conjunto de partículas en constante dinamismo que van y vienen, se alejan, se acercan, se atraen, se repelen, ionizan, emiten formas de energía, vibran constantemente porque no son a su vez partículas últimas, ya que detrás de esa manifestación en forma de partícula subyace lo oculto, lo más íntimo: la esencia universal.
Y todo en un continuo caos aparente, a lo largo del tiempo traducido en días, meses, años, manteniendo en realidad un frágil equilibrio que tiende a romperse a cada instante, motivado esto por otras partículas que interfieren desde el interior de la trama orgánica y desde el exterior, provenientes del medio ambiente.
Ladislao Vadas