En marzo de 2012, presenté una denuncia judicial contra Amado Boudou por enriquecimiento ilícito. Lo hice junto a mi abogado, Alejandro Sánchez Kalbermatten.
La documentación que acompañamos es irrefutable. Tal es así que al juez Ariel Lijono le quedó otro camino que la imputación del vicepresidente de la Nación en mayo del mismo año.
Ello provocó que mi nombre escalara a los grandes medios y me llamaran de docenas de radios y programas de televisión. Al mismo tiempo, recibí el inevitable ataque de los “militontos” del kirchnerismo, incluidos los —siempre rentados— integrantes del programa “filo K” 678.
En la medida de lo posible, traté de debatir con todos y cada uno de los que me cuestionaron. “¿Qué tan complicado es entender que Boudou no puede explicar cómo creció su patrimonio?”, les pregunté a cada uno a su vez.
Comprendí el panorama luego de cruzarme por décima vez con uno de los tantos kirchneristas furiosos que me supo cuestionar. Las discusiones con los adherentes al oficialismo fueron casi calcadas entre sí y se dieron más o menos de la siguiente manera:
-Tu denuncia contra Boudou es una cagada.
-¿Por qué?
-Porque sos un gorila.
-¿Qué tiene que ver eso con el crecimiento patrimonial del vicepresidente?
-Es toda trucha tu denuncia.
-¿La leíste acaso?
-No, no la leí.
-¿Cómo podés opinar entonces?
-…
-¿Sabés cuál es la documentación que respalda esa presentación judicial?
-…
-Te pido un favor: leé mi denuncia, está on line para que la vea cualquiera. Después hablamos.
Suena absurda, pero esa discusión la tuve una decena de veces, incluso con periodistas de reconocida trayectoria. Solo uno de ellos, conocido columnista de la revista oficialista Veintitrés, insistió en querer ver la evidencia que acompañaba a mi denuncia.
Se sorprendió cuando le mostré los papeles: no había ningún documento secreto ni mucho menos, sino la propia declaración de bienes de Boudou contrastada con sus propios ingresos… ¡publicados por él mismo!
El propio vicepresidente tiene declaradas propiedades, automóviles, sociedades y dinero en efectivo, y todo ello puede rastrearse a través de entidades como la Inspección General de Justicia, el Registro de la Propiedad Inmueble y el Registro Automotor, entre otras.
Cuando le mostré esos documentos al periodista de marras, quedó sorprendido y me pidió disculpas por haberme atacado en primera instancia. “Es la pasión de la militancia”, me dijo para justificarse.
Le dije entonces que el periodismo no debe ser militante, sino honesto. “De lo contrario, miramos con diferente matiz los hechos que tenemos que analizar, de acuerdo a las personas que involucra”, le comenté.
Nos estrechamos la mano y a partir de entonces nació una incipiente amistad entre ambos, en el marco de la cual comenzamos un diálogo muy interesante referido a los límites del fanatismo político.
“Estar de acuerdo con Cristina Kirchner, ¿te obliga a defender a tipos como Ricardo Jaime, Guillermo Moreno o Boudou?”, le pregunté en alguna oportunidad. Y nació otra interesante discusión, en la cual ambos —y ninguno— tuvo razón finalmente.
Sí convinimos los dos en que es poco productiva y hasta perniciosa la actitud de los periodistas “pseudoprogres” que defienden todo, incluso lo indefendible.
¿Cómo justificar el ascenso de César Milani, cuestionado incluso por un ultra K como Horacio Verbitsky? ¿Cómo se entiende que haya cortes de energía luego de diez años de ingresos récords a las arcas del Estado? ¿Quién puede defender el “maquillaje” de las estadísticas para ocultar la imperdonable inflación? ¿Quién se hace cargo del crecimiento de la inseguridad y el narcotráfico en la Argentina? ¿Cómo explicar que exista hoy más desigualdad social que en los años 90?
Esos tópicos son parte de la “década ganada” que hizo implosión finalmente y que los kirchenristas acérrimos se niegan a ver.
La sociedad se empobrece mientras los funcionarios que recalan en Casa de Gobierno tienen cada vez más dinero. ¿Quién puede defender semejante contradicción?
¿Sabrán los ultra K que Cristina Kirchner incrementó su patrimonio 3.540% en solo nueve años y que no sabe cómo explicarlo?
Según mediciones oficiales —poco creíbles y todo— una de cada cuatro personas es pobre. ¿Acaso son estos los logros de la inclusión K de los últimos diez años?
Es cómodo defender al kirchnerismo, sobre todo cuando hay tanto periodista acomodado y acomodaticio. Pero también es de una hijaputez importante.
Esa actitud esconde el hecho de proteger a forajidos como Boudou y con el hecho de esquivar discusiones imposibles como la evaporación de los fondos de Santa Cruz —más de mil millones de dólares— y las cuentas suizas de los Kirchner.
Siempre está bien pegarle a los Macri, De Narváez, Duhalde, Carrió, Alfonsín, y otros —merecen cada crítica, desde ya—, pero se ve que no se puede medir con la misma vara al kirchnerismo. ¿Por qué? ¿Quién fue el imbécil que alguna vez impuso esto?
La realidad golpea al gobierno, de la peor manera. Todo lo que supo criticar a otros gobiernos, lo sufre ahora en carne propia. Eso se llama “escupir para arriba”.
El “modelo” implosiona, y los pseudoprogres empiezan a silenciar sus discursos. Ya no están tan solícitos a tragar sapos.
Es lo típico: después de 2015 ocurrirá lo mismo que sucedió con el menemismo. En el fragor de los 90, todos defendían ese modelo… poco después del 99 los mismos agoreros juraban que jamás habían votado a Carlos Menem.
Nada nuevo bajo el sol, apenas las contradicciones de siempre de los “pseudoprogres” de siempre. Si a ellos les va bien, ¿qué importa todo lo demás?