“Señora, ¿por qué no se preocupó antes por su hija?, ahora no tendría que andar buscándola”, respondió un militar a una madre buscando a su hija desaparecida, durante la última dictadura militar (1976 – 1983) en Argentina. En el filme “La noche de los lápices” (1986), la perversidad de culpar a las víctimas por padecer los trágicos tormentos de la represión ilegal se expresa con una nitidez tal que logra vigencia hasta nuestros días. El concepto que se intentó instalar socialmente de dudar de los que fueron perseguidos por pensar diferente fue una marca fuerte del régimen genocida de Videla y compañía. Claro que, todo esto bajo el terror, y es difícil juzgar bajo estas condiciones. En el sistema de pensamientos kirchnerista, en plena vigencia del Estado de Derecho (así tenemos que suponerlo) las víctimas sufren una re-victimización brutal.
Sin lugar a dudas el Gobierno Nacional, acaso a partir del conflicto del campo, reinstaló en la sociedad una bipolaridad de las eternas disputas político-ideológicas que han atravesado la historia argentina. En estado latente, el Gobierno logró hacer manifiesta esa bestia cultural y social que rige en nuestra vida cotidiana y se acerca a los extremos más difíciles de creer. Se dice que ciertas personas sacan de nosotros lo peor, acaso el oficialismo extrajo en muchos aspectos lo peor de nosotros mismos. Y las redes sociales suelen ser una representación de esos procesos, al menos una parte de ellos. Esto es lo que opinaba Alberto Lomuto, que figura como empleado de la Dirección General de Aduanas, de las víctimas (una de ellas en particular) del choque del tren en Once.
No hace falta aclararlo, o sí, que el 22 de febrero de 2012 una formación del tren Sarmiento impactó sobre el paragolpes de contención de la estación de Once y se cobró la vida de 51 personas. Todo a causa de la falta de controles del Estado y la corrupción de esta sociedad cuasi delictiva que fueron los Cirigliano (TBA) y sus negociados con la Secretaría de Transporte mediante subsidios millonarios. Para Lomuto, como en la dictadura, si María Luján Rey (madre de Lucas Menghini Rey, fallecido en Once) se hubiese preocupado por su hijo antes, ahora estaría vivo. Esa lógica es la que nos lleva al peor síntoma social, el de la falta de solidaridad, desinterés e insensibilidad por el sufrimiento ajeno. Peor aún: mata nuevamente a los muertos y re-victimiza a los que ya atravesaron la angustia de perder a sus seres queridos, sólo por defender los intereses de un poder corrupto o por la miseria de no importarle nada que no afecte su propia vida.
En las redes sociales abunda esta expresión insólita de una fracción de la cultura militante kirchnerista, si así se puede llamar, a la cuál es complejo buscarle una explicación. Otro hecho bajo la aguda mirada de los cyber K fue la agresión sin antecedentes de los patovicas del titular de la AFIP Ricardo Echegaray al equipo periodístico de la señal de cable TN, que les dejó a los periodistas moretones en los ojos y golpes por todo el cuerpo. Las pruebas están a la vista, pero parece ser que lo mejor es poner la duda sobre el que sufrió. Esto decía una militante de la corriente ¨ Descamisados¨ en su cuenta de la red social Facebook:
Es tan repudiable la imagen de Echegaray que es imposible ser tragada por completo y por eso las tenues explicaciones de una militante más que expresa titubeos sobre la contundencia de los hechos. ¿Qué necesitamos entonces para probar los hechos y hacer algo?. Imaginemos que una mujer con moretones por violencia doméstica le pedimos una versión completa en DVD para actuar o para que nos interese su testimonio. Mientras tanto el calvario, hasta que alguien se le ocurra levantar un dedo, sólo si existen pruebas irrefutables en versión digital y a color.
Dos casos muy diferentes, pero que representan muchos más y que refieren a la intolerancia total generada en esta turbulencia inexplicable de hechos que buscan una justificación tan increíble como inhumana. La cultura kirchnerista, si se permite tamaño concepto, la misma que festeja los cortes de luz para los ´ricos´ de Recoleta por tenerlo merecido, o la clase media por tener mucha comida en la heladera o pagar bajas tarifas, es contradictoria en su misma génesis y lleva a pensamientos tan aberrantes como reales. Que estos laureles que supimos conseguir no sean eternos en la sociedad argentina.
Sebastián Turtora
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