El hombre, al emerger desde las tinieblas de la inconsciencia hacia la luz del entendimiento, se halló frente a una realidad inquietante, siniestra, que le exigía nuevos factores de supervivencia. También en esos tiempos primitivos de la toma de conciencia del entorno, quedaron como remanente tan sólo los individuos soñadores, fantasiosos, aquellos que mejor podían evadirse de la, muchas veces, cruel realidad circundante, en medio de innumerables casos de extinción. Entre estos sobrevivientes, se perpetuaron aquellos que comenzaron a “animar el mundo inanimado”. El animismo lo inundó todo: rocas, bosques, ríos, mares… y hasta objetos del cielo como el Sol y la Luna y otros astros., todas estas cosas comenzaron a surtirse de conciencia y voluntad; todo comenzó a poseer “espíritu” y así es como se hablaba de los “espíritus de la montaña”, “del bosque”, “del río”, etcétera.
Muchos objetos comenzaron a tener propiedades milagrosas (según los creyentes de siempre), y la superstición salvó al género humano de caer en la desesperación ante los ciegos embates de la naturaleza física y biológica.
Sus clamores, invocaciones, signos y danzas, según sus creencias tenían poder para detener una catástrofe, sanar a un enfermo, evitar la muerte, y los interminables dioses que fueron creados por la rica fantasía humana, jugaban un papel muy importante en el conflicto: yo versus naturaleza, al poseer “poderes” para torcer los acontecimientos aciagos en sentido favorable. Esto insuflaba confianza en la vida. El hombre podía, de este modo, dominar el mundo gracias a las pseudociencias según sus creencias y por el momento.
Luego la religión, nutrida del animismo, vino también a llenar así los baches que resultan de los interrogantes acerca de la existencia, pues explica el origen del universo y de los hombres; la razón y el puesto de estos en un cosmos enigmático, además de brindar protección ante los embates de la vida y promete una dicha al final de los tiempos.
Las múltiples religiones que sobrevinieron como conjunto ordenado de creencias en forma de dogmas en casi todos los pueblos primitivos del orbe, fueron, igual que las rústicas supersticiones dispersas, factores de supervivencia, aunque ya más elaborados y convincentes.
Todo esto señores lectores, por desgracia, tan sólo se trata de meras ilusiones; los dioses no existen, ningún investigador ha detectado alguno y lo único que nos queda es comportarnos bien en la vida, lo mejor posible, ayudar a los demás frente a los embates de la, a veces, cruel naturaleza y de los hombres que se creen los “dueños absolutos de la verdad”.
La religión, nutrida del animismo, vino también a llenar los baches que resultan de los interrogantes acerca de la existencia, pues explica el origen del universo y de los hombres, la razón y el puesto del Homo sapiens en el cosmos, brinda protección, aunque ilusoria, frente a los embates de la vida y promete una dicha final que, por desgracia, brilla por su ausencia.
Las múltiples religiones que sobrevinieron como conjunto ordenado de creencias en forma de dogma en casi todos los pueblos primitivos del orbe, fueron, igual que las rústicas supersticiones dispersas por el mundo, factores de supervivencia, aunque ya más elaborados y convincentes pero… ¡ya pasaron de moda! y lo único que nos queda, lejos de toda pseudociencia, es el conocimiento científico para elaborar un auténtico “paraíso terrenal” mejorándonos a nosotros y a la naturaleza que nos da el ser.
Ladislao Vadas