Al abrir el vientre de un animal anestesiado con fines de un estudio anatómico, aparece bajo la vista el aspecto más burdo del proceso viviente. Aunque se aprecien los fofos pulmones; el músculo cardíaco; el voluminoso hígado; el sacciforme estómago; los tubulares intestinos; los ovales riñones; los ramificados vasos sanguíneos, etc.; todo con distintos matices cromáticos (aunque en la oscura cavidad abdominal nada tiene color), todo ese conjunto palpitante, no es más que pura apariencia según nuestra tosca, sintética y harto limitada capacidad de visión de las cosas.
Totalmente distinta es la realidad enmascarada por las apariencias.
No obstante, aun surtidos de todos los artefactos tecnológicos de que hoy dispone la biología para el estudio fisiológico, una vez aplicados a los procesos vivientes, no deja de ser tosca y superficial la imagen obtenida.
Debajo de la capa de apariencia animal, desaparece toda animalidad para dar lugar a la física pura.
La fisiología tan sólo logra someros atisbos del plus ultra complejo proceso viviente. Aún le falta mucho, muchísimo a la ciencia biológica para entender lo que “tan sólo” ocurre dentro de una célula viviente, aun con todo el adelanto experimentado en una de sus ramas la medicina. Los ultramicroscopios y la microscopía electrónica y otros recursos, aún son impotentes. ¿Qué puedo entonces decir al respecto? ¿Puede tener validez mi juicio ante la montaña de desconocimientos, sumido en la ignorancia?
Sólo puedo conjeturar. Mi tino, mi intuición me conducen hacia la hipótesis de que toda animalidad no es otra cosa que pura acción mecánica, como en el caso de los procesos vegetales. Pero es una acción mecánica elástica, no rigurosa, porque los elementos actuantes (la sustancia del universo), poseen actividad propia. No se trata simplemente de trozos de cascotes, bolitas o partículas inertes.
Lo que engaña, es la complejidad y la pequeñez de los elementos puestos en juego. ¿Cómo no iban a creer ver los observadores, algo más que puro juego de las sustancias químicas en el desarrollo fetal con su diferenciación de órganos en el crecimiento, fisiología, metabolismo, metabolismo, actividad física, psíquica y sexual? ¿Cómo no iba a surgir entonces, entre los primeros observadores de lo seres vivientes, la idea del alma (del latín: ánima) como principio sensitivo que da vida e instinto a los animales y procesos vegetativos, que nutre y acrecienta las plantas? Y también, ¿cómo no iba a echar mano de la idea del élan vital como impulso que causa profundos cambios? ¿Cómo no se iba a recurrir a estas fantasías, si somos miopes para apreciar y entender lo que ocurre en un tejido orgánico y en su interacción con los demás, que forman parte de un ser vivo?
Si pudiéramos desmenuzar a un ser viviente hasta sus último componentes, sólo nos quedaría entre manos un conjunto de elementos químicos que antes recorrían ciertos canales construidos por ellos mismos, según un código encerrado en los genes y que interactuaban automáticamente en un ciclo, con constante renovación de elementos químicos provenientes del exterior.
Esto que obtenemos lejos de toda pseudociencia habida y por haber, como resultado de una pulverización de un organismo, es ya una nada como ser viviente. ¿Es acaso polvo inerte? ¡Eso nunca! Pues se trata de elementos activos con potencial químico, bioquímico y biológico, aunque ya fuera de estos campos, pero con la posibilidad de entrar nuevamente en ellos.
Sólo la biología cuántica y otras disciplinas futuras de avanzada podrán dilucidar las manifestaciones biológicas en profundidad.
Ladislao Vadas