Por estos días se ha impulsado la aplicación de una ley que sancionó la legislatura de Santa Fe a principios de 2014. Se trata de la norma que crea los “centros de estudiantes” en los colegios secundarios y terciarios dependientes de la provincia. En realidad, la ley no es muy innovadora, ya que replica a nivel secundario y terciario el sistema que ya se aplica en el ámbito universitario nacional. Pero es una buena ocasión para reflexionar acerca de la orientación y configuración del sistema de representación gremial en nuestro país.
Es probable que la simple tradición haya provocado el consenso necesario para aprobar la medida. De hecho, desde hace mucho tiempo se implementa el mismo sistema en el ámbito universitario y en muchos casos también en el secundario. Pero cabe dudar de la tendencia o vocación original que el autor del proyecto tuvo en miras al presentarlo. No es que un proyecto deba analizarse en función de quién lo impulsa, pero si nos puede ayudar a echar luz sobre las motivaciones, el contexto y el sentido que se pretende o se podría darle.
El autor del proyecto original (un poco mitigado durante la labor parlamentaria) es Eduardo Toniolli, perteneciente al Movimiento Evita. Vale recordar que esta organización se ha afianzado como centro de poder del kirchnerismo a base de cargos públicos, subsidios y una participación desorbitante en el plan Argentina Trabaja, manejando discrecionalmente casi el 10% de los cupos a Enero de 2012. Es decir, tal agrupación participa en el modelo político clientelar inherente al populismo. Recibe todos esos beneficios sólo por alinearse al gobierno, ya que las organizaciones que rechazan la subordinación política no reciben nada. Y no rinde cuentas a nadie, con lo cual cabe sospechar que su tremenda capacidad de movilización no es más que fruto de su propio clientelismo interno sustentado en el trabajo improductivo y precarizado que promueven. En Santa Fe, este agrupamiento llamó la atención por iniciar una acción judicial solicitando la declaración de inconstitucionalidad de la ley que estableció la boleta única, un sencillo y universalmente usado procedimiento que dificulta enormemente el trabajo de los “punteros” que aspiran a monitorear el voto de sus clientes. Y todo esto en nombre de un “modelo nacional y popular” que histórica y recientemente se ha ufanado de llevar su propio adoctrinamiento ideológico a los espacios públicos. De esta clase de movimiento partió la preocupación por “organizar” a los estudiantes.
De todas formas, repito, la ley alcanzó un consenso importante, fruto quizás del triste acostumbramiento que tenemos en la Argentina a los procedimientos electorales burocráticos, compulsivos y centralizados, así como al gremialismo monopólico. Cabe preguntarse, ¿todos los que aprobaron esa ley creen que el mejor modelo de democracia gremial y política es el que impera en nuestro país? ¿Por qué si no seguir expandiendo ese modelo? ¿Se trata de una expansión de la democracia o del populismo, que es un tipo de dictadura disfrazada de democracia? ¿Es esta iniciativa un deseo de inculcar e implementar la democracia o más bien de conquistar un nuevo territorio inexplorado a manos del populismo?
La democracia se basa en los principios de simplicidad, descentralización, libertad y diversidad. Son principios opuestos a los que imperan en nuestro sistema gremial y político, y distintos de los que aparentemente podrían regir ahora en las escuelas santafesinas. Si de verdad se pretende involucrar a los estudiantes con la democracia, y no llevar la partidocracia populista a uno de los pocos rincones que hasta ahora le han sido relativamente ajenos, las cosas podrían y deberían haberse hecho en forma muy diferente. ¿Por qué no reemplazar los burocráticos centros de estudiantes (con sus reglamentos internos, procedimientos, secretarías, recursos) por simples personas que ejerzan una función básica y cercana de representación, como ocurre en muchas democracias avanzadas? ¿Hace falta que un estudiante se integre a una agrupación o a un partido político para representar a sus compañeros? ¿Acaso se busca que los centros de estudiantes de los colegios secundarios se conviertan innecesariamente en cajas y trofeos políticos al servicio de los partidos, como ocurre muchas veces en el ámbito universitario? ¿Por qué no dejar que los estudiantes decidan si ir a votar o no, para no inflar artificialmente la legitimidad y el poder de los líderes estudiantiles, muchas veces meras marionetas de intereses superiores? ¿Acaso hará falta una votación general, por listas, con impresión de boletas y suspensión de clases, cuando bien podría cada curso votar por el candidato principal y su propio delegado gremial en la misma votación, sin salir del aula? ¿Por qué no trasladar el centro de gravedad del poder gremial estudiantil del burocrático y lejano centro de estudiantes a los delegados de cada aula, cercanos, conocidos y en contacto directo, confiriéndoles poder de decisión y de representación, conforme al razonable principio de subsidiariedad? ¿Van a obligar a las escuelas públicas y privadas que prefieran otros procedimientos más sencillos a montar semejante estructura que es del interés más de algunos partidos políticos que de los estudiantes mismos? ¿Por qué ese afán por obligar a los representados a integrarse compulsivamente a una federación gremial monopólica, cuando nuestra constitución consagra el principio de libertad sindical y la Comunidad Internacional a través de la OIT ha llamado la atención a nuestro país precisamente por la manera sistemática en que estamos acostumbrados a ignorar dicho principio?
El populismo puede ser una mera actitud personal del gobernante, pero a veces es además una ideología. Y otras veces es incluso un sistema de manipulación sistemática de la población, alejándola de la democracia verdadera y conculcando progresivamente sus libertades, como ocurre en nuestro país. El ámbito de las escuelas secundarias no pareciera ser, a simple vista, un espacio de poder importante, pero allí se juega la primera concepción de la política que podrán internalizar las nuevas generaciones.
Los legisladores, dirigentes y directores que sean demócratas auténticos deberían preguntarse qué podrían hacer para asegurar que lo que se esté generando sea verdaderamente una experimentación sana y simple con la democracia de parte de los más jóvenes, un primer contacto con ella para conocerla e incorporarla, y no una maquinaria política que termine provocando deterioro de la calidad educativa y violencia, con tomas de colegios y polarización entre docentes y alumnos, como ya ocurre en algunas partes de nuestro país.
Rafael Micheletti
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