Un ser como el humano, pero anfibio y aéreo según las circunstancias y necesidades, constituiría sin duda una adaptación más ideal al medio telúrico. Una forma viviente capaz de ambular por el suelo llano con capacidad de modificar su cuerpo para deslizarse, como las serpientes, por los lugares más abruptos; adoptar un contorno pisciforme para sumergirse en todas las aguas del planeta a profundidad, adaptado a respirar tanto sea oxígeno aéreo como mezclado con las aguas igual que lo peces, sería más practico.
Incluso podemos imaginar un espécimen adaptado naturalmente para patinar sobre el hielo y deslizarse en la nieve. También para volar por los aires como un murciélago mediante pliegues extensibles a manera de alas, utilizados también en otras oportunidades, encogidos como aletas para la natación.
También podría estar provisto de raíces taladrantes para hincarlas a voluntad en el suelo con el fin de extraer nutrientes y poseer clorofila en su epidermis como los vegetales para alimentarse directamente de la tierra con ayuda del Sol.
Para evitar las bastas e incómodas articulaciones que limitan torpemente nuestros movimientos, y más aún, para suplir al vulnerable endoesqueleto que poseemos, común a todos los vertebrados, lo ideal consistiría en un ser radiado, una especie de esfera (o noosfera) rodeada de tentáculos en todo sentido, algunos con pliegues o en forma de aletas capaces de cumplir las múltiples funciones como las ambulatorias, natatorias y de vuelo.
Esta noosfera de simetría radiada surtida de múltiples extremidades, con un cerebro ubicado entre los pliegues más profundos y centrales rodeados de elementos protectores, resguardado por una cubierta elástica con tejidos blandos en su interior, sin huesos, ni clase alguna de piezas duras, podría tomar cualquier forma de deslumbrante belleza..
A voluntad, podría tornarse globosa o serpentiforme, para rodar en el primer caso y deslizarse en el segundo; pisciforme o anadiforme (semejante a un pez o a un pato, respectivamente) para nadar sumergida en un caso o sobre la superficie de las aguas en otro; aerodinámica para un vuelo rápido o falciforme para un vuelo planeado, de modo de poder dominar así los tras ambientes planetarios: acuático, terrestre y aéreo.
Si bien estos ambientes, incluso el espacio exterior, iban a ser dominados en nuestro siglo XX al ser aplicada nuestra inteligencia y tecnología, aquí se trata de las condiciones naturales que podía presentar un ser más perfecto que el hombre, capaz de imperar en estos ambientes desde el pasado remoto.
El poder regenerativo de esta noosfera podría ser fabuloso, como ocurre con nuestros equinodermos (estrellas y erizos de mar), de modo que cualquier tentáculo o casquete esférico seccionado tuviera la facultad de volver a desarrollarse normalmente. Esta sería otra enorme ventaja con respecto a nosotros que poseemos tejidos en su mayor parte de nulo o relativo poder reconstituyente, salvo unos pocos como la piel.
Este ser, sería más ideal para hablar de una cumbre de la evolución de las especies “concebida con inteligencia”.
Todo esto puede sonar a pura ciencia-ficción de carácter exobiológico. Sin embargo, las posibilidades biológicas en nuestro planeta, pueden ser tan vastas que lo que se ha dado en materia de formas vivientes conocidas, incluido el hombre, pueden constituir tan sólo un porcentaje ínfimo de tales posibilidades.
¿Cómo se vería a sí misma una “criatura” como la que he descrito? (se preguntarán algunos). ¡Como muy hermosa!, es la respuesta. Hermosa e inmejorable. Tengamos en cuenta que la belleza, para los animales no existe. Es como el color, una creación cerebral. Las cosas en sí, son neutras, es decir ni bellas ni feas. Es nuestro mecanismo psicogenerador, el que tiñe de belleza algunas cosas como las flores, un paisaje, un tronco de árbol rugoso, una construcción rústica, un cielo con nubes arreboladas, la Luna llena asomando entre los árboles, las aves multicolores o una bonita mujer. También el hombre ve al ser humano ideal, varón o mujer, en este caso como bello si se lo imagina joven.
Sin embargo observémonos bien. Los feos pabellones auriculares, la prominente nariz, las fosas nasales, los genitales masculinos y femeninos, su región glútea hendida, el vello y la barba en algunas razas, el desgarbado pie con un feo talón y atrofiados dedos, el ombligo, las prominentes rodillas y codos, los nudos de los dedos… todos estos detalles hablan muy poco a favor de la estética si los analizamos fría y objetivamente. Tan sólo por una cierta predisposición innata y la costumbre, nos vemos como estéticos, armónicos, pero el patrón de la armonía no se halla en parte alguna. Nuestras extremidades inferiores demasiado largas o cortas son inarmónicas. ¿Debe haber un término medio? ¿Cuál es?
Según las “subespecies” humanas (me atrevo a denominarlas así, como si fueran verdaderas), lo estético pueden ser extremidades cortas o largas (a veces, según las modas).
Las antiguas tallas que representan a distintas Venus de diferentes lugares prehistóricos, muestran a mujeres más bien gruesas u obesas como modelos. Como ejemplo tenemos a las Venus de Laussel de Francia; de Willendorf (auriñaciense), paleolítico superior de Austria; de Vestonice, Moravia y la Venus Hotentote de África, etc. etc.
También a lo largo de la historia del blanco europeo, la belleza de la mujer ha pasado por diversas modas como por ejemplo la pintura del rostro, el peinado y la cintura fina o gruesa.
Todo patrón estético es relativo, muchas veces convencional. Un hipotético pero posible ser inteligente adaptado a todo terreno y clima del globo terráqueo como el propuesto, verdaderamente podría apreciarse a sí mismo como ¡hermosísimo!
Todo esto y mucho más, nos indica que lejos de ser unos adonis, somos un conjunto de células que nos ofrecen una relativa “belleza” que, ante otros ojos más estéticos somos, si no mamarrachos, unos carenciados en cuanto a pretender vernos como un Adonis pertenecientes, según la pseudociencia de corte bíblico, a una creación angelical.
Ladislao Vadas