Javier Mascherano y el arquero Sergio Romero gozan por estas horas de una popularidad y una presencia en los medios que Sergio Massa, Daniel Scioli o Mauricio Macri envidiarían aún en el pico de sus campañas electorales a la Presidencia en 2015. Es cierto que contra la visibilidad del fútbol y el Mundial no hay nada que hacer en la Argentina, pero acaso la única que puede jactarse de ser más famosa que esos héroes de la Selección es la propia Cristina Kirchner.
Ella fue victoriosa en una vital política de Estado, casi imperceptible -más allá de Clarín o los Derechos Humanos- detectada con maestría por Martín Caparrós hace unos años: "La mayor trampa del relato es hablar de ella todo el tiempo". De hecho, los Kirchner llegaron hasta donde llegaron a puro golpe de soberbia y conflictividad. Ese ADN K queda hoy en evidencia ante los valores totalmente opuestos que el equipo de Lionel Messi inculca desde Brasil.
Lo primero que asombra del seleccionado es su perfil bajo, su humildad, sin egos (que en este país ya es mucho decir), un equipo casi desconocido. Si hasta en las calles desapareció el clásico augurio triunfalista "somos los mejores" o "este Mundial seguro que lo ganamos" del que tanto viven los sponsors y que tantas veces torturó la mente de los argentinos. Messi es el ejemplo. El domingo tiene la chance de ser Maradona, pero sus genes son otros. Es solidario al punto de señalar al compañero que lo asistió para festejar el gol. Otra novedad de época. No es 'Él' la estrella; son todos.
A su vez, la simpleza y sinceridad con la que Romero recordó a la gente de su pueblo luego de atajar los penales son para enseñar en los colegios, en lugar de los panfletos de 678 o la pauta oficial de los entretiempos. Romero no dijo "somos los mejores del mundo". Pertenece a un equipo 'fair play' en todo sentido: respeta a sus rivales... A Messi lo castigan a patadas y no pierde la compostura. Juego limpio.
Esa seriedad y transparencia es noticia en primera plana en un país gobernado desde hace 11 años por un matrimonio sospechado de mútiples maniobras de corrupción y que se vio a sí mismo como el centro de la Tierra. ¿Humildad? "Yo fui una abogada exitosa?", justificó CFK en la noche más importante de la historia del kirchnerismo. ¿Autocrítica? ¿Autorresponsabilidad? ¿Juego limpio? Mejor no hablar. O que hable el suspendido fiscal José María Campagnoli y sus colaboradores.
Las lecciones del equipo argentino son contundentes. Tome libreta y siga anotando. El DT Sabella descartó a uno de los mejores delanteros del mundo, el "Apache" Tévez, con tal que no hubiera conflictos en el vestuario. Paz y amor. Algo que pocos conjuntos nacionales, incluyendo todos los deportes, pudieron conseguir en las últimas décadas. Todo sea por la unidad del grupo, que se vio reflejado en los que los jugadores repitieron a los periodistas en Belo Horizonte o Sao Paulo.
La unidad, justamente, es de lo que los Kirchner no pudieron levantar banderas. Dividir las opiniones, separar a grupos de amigos de toda la vida, familias, los K y los anti-K, fue otra política exitosa elaborada en Olivos: ganaron 7 a 1. "Unidad de los argentinos", proclama en tono épico la mandataria en sus discursos. Otra trampa del relato.
La Presidenta que tanto intentó aleccionar a políticos, opositores, empresarios, sindicalistas y periodistas desde el atril hoy tiene ante sus ojos una lección de vida desde la anestesia mundialista. Con humildad y unidad -sin tanto alboroto- se pueden lograr cosas importantes. Porque levante o no la copa Messi en el Maracaná, Argentina ya ganó.
Diego Gueler
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