¿Quién es la mujer que le contó que era adoptado…? ¿Por qué ocultan a sus padres de crianza…? ¿Quién es el médico que falsificó su certificado de nacimiento…? ¿Por qué las Abuelas tienen un doble estándar para medir culpables…?
Así presenta revista Noticias su artículo de tapa que saldrá esta noche, referida al nieto de Estela de Carlotto. “Exclusivo: la historia que nadie contó”, aparece en la tapa de la publicación de Perfil.
Ya anteriormente, el 17 de agosto, Noticias había publicado “la sorprendente historia del nieto ideal”. Allí se contaron muchos de los detalles que seguramente reflotará la misma revista esta noche. Así lo contó Mariana Abiuso:
“Abu”. La expresión salió de la boca de Guido Montoya Carlotto y la abuela en cuestión casi se desmaya del impacto. Estela de Carlotto había esperado 37 años para el encuentro con su nieto nacido en cautiverio y criado como Ignacio Hurban en Olavarría, provincia de Buenos Aires. Él, en cambio, recién en junio supo que era adoptado. En julio se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo. El martes 5 de agosto su duda tuvo respuesta: era el nieto recuperado 114, hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar “Puño” Montoya, militantes montoneros secuestrados y asesinados durante la última dictadura militar. Apenas tuvo unas horas para informar él mismo a sus padres de crianza antes de que se difundiera la noticia. “Sabemos que es gente de campo, gente muy buena que a lo mejor ignoró totalmente”, había dicho Carlotto sobre ellos en conferencia de prensa. El joven les pidió tranquilidad y que evitaran exponerse ante la prensa. Él mismo salió escondido de la ciudad para poder encontrarse en La Plata con su familia materna. Lo esperan también trámites, declaraciones judiciales, más encuentros. Tendrá que decidir si adopta el nombre de pila que había pensado para él su madre o aquel con el que fue anotado y usó toda su vida. En Olavarría no se hacen ningún problema: allá todos lo llaman “Pacho”.
Loma Negra es un pueblo chico: no mucho más de 4.000 habitantes en tres pequeños barrios pensados en función de la fábrica cementera homónima, hoy propiedad de la brasilera Camargo Correa. A 10 kilómetros de la ciudad de Olavarría, casi todos los vecinos tienen algún familiar que trabaje o haya trabajado en la calera fundada por el industrial Alfredo Fortabat a fines de los años 20. Pacho no. Él llegó al pueblo de grande, pero los vecinos lo conocen: lo han visto en casamientos, cuando lo contrataban para tocar el piano de la capilla Santa Elena. Su pareja, Celeste Madueña, diseña vestidos de novia en el local “Quiero mi vestido”, que montó junto a una socia en la avenida Pueyrredón, en el centro de la ciudad. “Pacho” integra diversos ensambles musicales, toca tango y jazz, da clases en el conservatorio de música Ernesto Mogávero y dirige la escuela municipal de música de Olavarría. Antes de someterse a los análisis de ADN, tocó en el predio de la ex ESMA en el ciclo de Música por la Identidad. Una casualidad que su abuela solo puede interpretar como un presagio. “Él ya tenía algo adentro”, dijo emocionada a los medios. El padre biológico también fue músico, igual que uno de los otros trece nietos de Carlotto. Sin saber su realidad, seguía de cerca el trabajo de Abuelas. En su cuenta de Twitter había celebrado la aparición de otro nieto, el 106, en agosto del 2012: “Las mejores cosas de la vida no son cosas”, escribió.
A diferencia de otros casos, en este no hubo denuncias. Nadie se acercó a Abuelas con un dato, la Justicia no debió obligarlo a sacarse sangre. Nada apuntaba a Ignacio Hurban cuando se presentó voluntariamente. Fue su esposa la que insistió para que se hiciera los análisis en cuanto supo que era adoptado. Madueña es militante de SUTEBA y da clases de costura en una escuela de formación profesional. No le gustan las modistas que no enseñan sus secretos y les muestra sus trucos a las nuevas generaciones. Acompañó a su novio en el primer encuentro con Carlotto y lo vio llamarla “Abu”. Sin conflicto, tomaron cerveza, comieron picada, hubo sandwichitos, mates, mucha alegría. Como si ya hubiese esperado suficiente, la presidenta de Abuelas se encontró con un nieto perfecto, afín ideológicamente y ansioso por establecer un vínculo. Broche de oro.
“Celeste y Pacho son una pareja linda, chicos muy reservados”, dice un hombre que vive a tres casas. El ir y venir de los móviles de televisión los divierte y les trae recuerdos: hacía rato que el pueblo no era noticia. “Estamos todos muy conmocionados. Es algo muy fuerte y pasó acá”, comenta otra vecina. En la época en la que Amalia Lacroze de Fortabat llegaba con presidentes y personalidades en su avión privado, “Pacho” no vivía en Loma Negra sino en Colonia San Miguel, un paraje rural detrás del cerro del Águila. No creció cubierto del polvo de las explociones de las cementeras sino en el silencio del campo. Sus padres eran puesteros; algo más que peones, una suerte de caseros agropecuarios todoterreno que criaron a un hijo que no era suyo en el más estricto secreto.
El silencio. “Yo no sabía nada, no sabía que buscaba su identidad en Abuelas”, dijo Guillermo Del Zoto a NOTICIAS. Periodista del diario El Popular de Olavarría, hacía con “Pacho” un ciclo de Jazz y Literatura. Se considera uno de sus íntimos amigos aunque se enteró de la novedad por la televisión, que llegó tarde a confirmar un rumor que en la ciudad circulaba desde temprano. Es difícil la discreción allá donde los vecinos se conocen desde hace generaciones y, sin embargo, el nieto de Carlotto recién supo que no era hijo de Clemente y Juana Hurban este año. En este punto, las versiones difieren: que fueron ellos los que confesaron la adopción ante el hijo que quieren como propio, que alguien más se lo contó o que era una verdad que los demás conocían hace tiempo. Es difícil pensar que los vecinos creyeran sin más que Juana había dado a luz aunque nadie la hubiese visto embarazada.
Ahora se sabe: ese bebé era el que Laura Carlotto había parido el 26 de junio de 1978, encadenada a la cama de un hospital militar. Lo tuvo con ella solo cinco horas y quiso llamarlo Guido en honor a su papá. La jueza María Romilda Servini de Cubría tiene la causa que lo busca desde 1991. Acumula 19 cuerpos procesales, cuatro imputados y varios análisis negativos. Finalmente, esta semana le tocó darle una buena noticia a la presidenta de Abuelas y ahora tendrá la tarea de determinar cómo fue que ese chico llegó a convertise en Ignacio.
Pueblo chico. Cuando el hijo de Carlotto y Montoya llegó a la zona de Colonia San Miguel, en Olavarría, ya tenían una idea de qué era la dictadura. En 1977, el diario El Popular había informado paso a paso sobre el secuestro y asesinato de Carlos Alberto Moreno, abogado de la Asociación Obrera Minera Argentina e interviniente en seis causas laborales contra Loma Negra SA. No era el primer caso conocido en la ciudad, que ya había vivido el secuestro de otro abogado, José Alfredo Pareja, apenas 49 días antes. Nada volvió a saberse de Pareja, pero sí de Moreno: la familia recibió su cuerpo, que tenía marcas evidentes de los golpes y la picana. Había estado secuestrado a solo 140 kilómetros de su casa, que compartía la medianera con la del teniente Ignacio Aníbal Verdura, cuya fama de implacable se extendía a Azul y Olavarría. Hoy esa esquina tiene un mural que recuerda al abogado y Verdura espera ser juzgado a partir de septiembre en la causa conocida como “Monte Pelloni” por los crímenes cometidos en un centro clandestino de detención vecino a la estancia en la que creció Guido. Pueblo chico también para el horror.
Militares locales. Olavarría estaba acostumbrada a la presencia militar por el Regimiento de Caballería 2 Lanceros de General Paz, cuya banda participaba de todos los actos públicos. Entonces, Amalita Fortabat ya era viuda y estaba siempre del brazo de Luis Premoli, un coronel retirado y con poco apego democrático. La rubia prestaba sus campos para prácticas de maniobra con tanques en las inmediaciones de la fábrica. No llamaba la atención en Loma Negra, que aún recordaba con miedo y rencor el secuestro extorsivo de Bernardo Miretzky, químico y mano derecha de Alfredo Fortabat. Había sido en septiembre de 1973, plena primavera peronista. El cautiverio duró poco más de un mes y coincidió con el asesinato de José Ignacio Rucci. Aterrados, los vecinos sintieron que algo de esa violencia política podía colarse en sus calles aparentemente tranquilas. De madrugada, solo se escuchaba la sirena que llamaba a los obreros a una fábrica en crecimiento y a veces también el avión de la dueña, que gustaba de recibir a políticos y personalidades en su imponente estancia San Jacinto.
La Estancia en la que creció el nieto de Carlotto es más modesta: el dueño era el empresario agropecuario Carlos Francisco “Pancho” Aguilar, que falleció en marzo de este año. Las necrológicas locales lo recordaron como un “apreciado vecino”, vicepresidente del club local Atlético Estudiantes, ex dirigente de la Sociedad Rural de Olavarría y ex presidente del Centro de Equitación. Un hombre influyente, “de contacto fluido con los militares de la época”, según la definición que el intendente de Olavarría, José Eseverri, dio a La Nación. La presidenta de Abuelas fue más allá y lo señaló como el entregador de su nieto. En un cable de la agencia oficial Télam del miércoles 6 de agosto recogen sus declaraciones: “Alguien lo llevó a Olavarría cuando se lo quitan de los brazos a Laura, una persona que tiene nombre y apellido pero que ya no vive, eso va a estar en manos de la Justicia”. Y agregó: “Se lo entrega a este matrimonio el patrón de esta gente, el dueño de los campos, pero vaya a saber lo que le dijo a esta gente”. El rumor recorre Olavarría, donde aún viven la viuda, hijos y nietos de Aguilar aunque NOTICIAS pudo comprobar que aún no es investigado por la Justicia. Apenas han llamado a declarar a Guido Montoya Carlotto, a pesar del pedido público de su abuela para que se pospusieran los trámites formales.
“No importa lo que piense el hijo y la buena relación, o no, que tuviese con sus apropiadores, quienes lo criaron van a ser llamados también a declarar”, explicaron a NOTICIAS fuentes del juzgado de Servini de Cubría. En Colonia San Miguel y en Loma Negra, solo hay buenos comentarios sobre Clemente y Juana Hurban. “Gente buena, laburadora, honesta”, repiten los elogios como un conjuro. Son gente mayor que estaba apurada porque “Pacho” formalizara su noviazgo y los hiciera abuelos. “De ninguna manera se puede eximirlos de pena, aunque lo hayan tratado como a un rey. No se puede alegar ignorancia en el derecho. Si la apropiación no fue legal, será un delito y punto”, agregan fuentes de la Justicia. Recién entonces, se avanzará en la tarea de conocer si hay más implicados.
“Hay que averiguar si el nieto de Estela es el único”, insiste el intendente de Olavarría. En septiembre, la Universidad del Centro será sede del primer juicio por delitos de lesa humanidad que se haga allí mismo en la ciudad y encuentra aún una profunda resistencia en ciertos sectores.
Monte Pelloni fue originalmente zona de cultivo de inmigrantes suizos y luego expropiado en la década del 50 para prácticas militares. Allí funcionó en la última dictadura un centro clandestino de detención vecino a Colonia San Miguel. Guido creció como Ignacio y fue hijo único. Estudió en la Escuela Nº 5 Independencia Argentina muy cerca de su casa. Sus amigos lo describen como “el intelectual del grupo”, siempre leyendo y recomendando material. Estudió piano en el conservatorio del que hoy es alumno y se mudó durante un tiempo a Avellaneda para estudiar en el Instituto Municipal de Música. Organizó festivales de jazz en la Ciudad de Buenos Aires y en Olavarría e integra la Orquesta Errante. Participó en diversos discos y escribe sus propias composiciones. Cuando se supo que era el nieto 114, en las redes sociales la gente compartía emocionada su tema “La memoria” y algunos tuits de su cuenta, que hasta el lunes no llegaba a tener mil seguidores. “Hoy es un día para creer que se puede aprender de los errores. #memoria”, escribió el 24 de marzo del año pasado. También comentó la muerte de Jorge Rafael Videla. “En la cárcel”, destacó sin saber cuánto tenía que ver la causa impulsada por su abuela por el robo sistemático de bebés ni que él era uno de los bebés –hoy adultos– buscados.
Encontrado. La familia materna ya lo llama Guido. La familia del papá lo espera ansiosa en Caleta Olivia. Recién el ADN les dio la confirmación de que el hijo que había tenido Laura Carlotto era un Montoya. Al momento de su desaparición, ambos vivían en la clandestinidad y las familias no podían saber con certeza si el papá era el petiso morocho apodado “El Puño”. El parecido entre padre e hijo es tan impresionante que hubiese bastado con ver fotografías.
Sin saberlo, “Pacho” estuvo cerca. Hace dos años, en un cumpleaños, conoció a Matías Moreno, el hijo mayor del abogado laboralista asesinado, que viajaba seguido buscando reconstruir su historia y dar apoyo al juicio que se seguía en Tandil por el crimen de su padre. También abogado, trabajaba en el área de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires bajo las órdenes de Guido “Kibo” Carlotto, el tío del muchacho. “¿Sabés todo lo que hablamos de Loma Negra y Olavarría?”, les comentaba Moreno a sus amigos ante la noticia, que lo tenía conmocionado. La elevación a juicio del caso del abogado laboralista abrió un debate sobre la dictadura en Olavarría. Hubo actos, marchas, difusión. Al centro de formación profesional de la ciudad le pusieron el nombre de Carlos Alberto Moreno. Allí trabaja la esposa de Guido. “¿Y si sos hijo de desaparecidos?”, le dijo cuando supo que era adoptado. Apenas dos meses después supo que lo era.