Indisimulable es el entusiasmo que se percibe en los sectores que no comulgan con los principios del llamado “modelo nacional y popular”. Estaríamos aproximándonos a toda velocidad, según se dice, a un “fin de ciclo”; es decir, al fin del largo gobierno K.
Razones para el optimismo es verdad que no faltan. En efecto, es cierto que los Kirchner deben irse del poder pronto; es cierto, también, que su probable candidato para 2015 (Daniel Scioli) no forma parte del ala dura del kirchnerismo y se lo ve mucho más pragmático que ideologizado; empero, y sin perjuicio de aquello, no menos cierto es que el kirchnerismo tras casi doce años de gobierno ha dejado marcas culturales en la sociedad en virtud de lo que alguna vez Cristina Kirchner definió como su “batalla cultural”.
No quisiera que se me tilde de pesimista por hacer este llamado de atención; al contrario, los tiempos que vienen tras la salida de Cristina Kirchner del poder creo serán mejores que los actuales, pues la alternancia es condición necesaria para la salubridad de toda democracia. Pero quisiera al menos desconfiar del exceso de optimismo que algunos profesan, según el cual, casi de forma mecánica e inmediata, la Argentina de fines de 2015 será tan distinta de la actual, que podrá hablarse de un “fin de ciclo”.
Pensar de esta forma es demasiado reduccionista, y es lo mismo que pensar que la salida de los Kirchner del poder equivale a su desaparición de la historia. Hay algo que debe tenerse en claro:
Una nación no se constituye sólo por su “sociedad política”, sino también por su “sociedad civil”. Y lo que cambiará en 2015 será la sociedad política, no la civil.
Dejando el Poder Ejecutivo (mantendrán fuerte presencia en el Legislativo), el kirchnerismo duro perderá ese aliado que le ha permitido manejar gobernadores, alquilar legisladores y jueces, comprar medios de comunicación, estatizar el fútbol y usarlo como usina de propaganda política, rentar los Derechos Humanos y armar organizaciones como La Cámpora. Ese aliado, que viene junto con el poder, es la “caja”. Es decir, el erario público de la Nación. Pero fuera del poder, la caja ya no se podrá usar como antes y es cierto, también, que muchos –aquellos que los une al gobierno motivos más económicos que ideológicos– se irán desprendiendo de su identidad “nac&pop” ni bien se acabe lo que se daba.
Sería un error, no obstante, creer que todo joven que integra, por ejemplo, las filas de La Cámpora, Movimiento Evita o Unidos y Organizados lo hace por motivos exclusivamente materiales. Estas tesis son muy populares en los ambientes antikirchneristas, pero no las veo muy precisas.
Los partidos políticos tienen dos tipos de incentivos que ofrecer para mantener la estabilidad de su militancia: incentivos selectivos (es decir, materiales) e incentivos colectivos (es decir, ideológicos). Lo que el kirchnerismo perderá rápidamente en 2015 será gran parte de las fuentes de incentivos materiales para su militancia, lo que sin lugar a dudas le restará mucha capacidad de movilización. Pero lo que no perderá tan fácilmente serán sus fuentes de incentivos ideológicos, las cuales incluso es probable que se fortalezcan desde el nuevo lugar que le tocará jugar al kirchnerismo en calidad de opositor… y sabemos sobradamente que los fanáticos a veces son más peligrosos cuanto menos poder tienen.
Lo que quiero decir es que Cristina Kirchner se va a fines del 2015 (el proyecto “Cristina eterna” de Diana Conti se frustró), pero llevará tiempo desmantelar la mentalidad populista que el kirchnerismo implantó a niveles masivos a lo largo de estos últimos doce años. Y para un verdadero “fin de ciclo”, habrá que hacer mucho más que ganar elecciones en octubre de 2015.
La “conciencia colectiva”, después de todo, no es algo que se modifique de un día para otro en las urnas.
¿Cómo pensar entonces la Argentina que viene? Yo creo que la mesura es la mejor opción. Y la mesura implica entender que hay buenas razones para ser optimistas en los cambios que refieren al corto plazo (recambio de gobierno), pero también hay buenas razones para permanecer alertas a lo que hace a una visión de largo plazo, donde cambiar la cultura dominante basada en el populismo implicará esfuerzos más intensos de lo que nos imaginamos.
Hablar sobre los cambios culturales que necesita la Argentina llevaría todo un artículo aparte. Pero creo que, a grandes rasgos, es imprescindible reinstalar una cultura del trabajo en la que el criterio de Justicia esté dado no por la idea de que “la necesidad genera derechos”, sino por la idea de que el esfuerzo y el mérito en servir a las demandas de los demás en el mercado genera oportunidades; por una mentalidad en la que el pasado es fuente de experiencia para mirar hacia el futuro, y no un ancla sobre la cual asentar principios ideológicos arcaicos; por una visión de la democracia en la cual ésta no puede prescindir de la República, pues caso contrario se transforma en una dictadura de las mayorías; y por un modelo de ciudadano comprometido con los valores de la libertad individual y su contrapartida: la responsabilidad.
Si estos valores empezaran a emerger a partir de un probable recambio de gobierno y de modelo, tendríamos entonces razones suficientes para decir que, efectivamente, nos aproximamos a un “fin de ciclo” en el más estricto sentido de la expresión.