Cuando no terminábamos de creer que diciembre había sido pacífico para nosotros, el fanatismo religioso se cobraba la vida de doce personas y casi una decena de heridos en un atentado terrorista contra la revista francesa Charlie Hebdo.
Aunque la noticia era capaz de enlutar a “casi” todo el mundo, la Argentina optaba por quedarse -una vez más- del lado del “casi”. La humanidad entera se mostró conmovida ante el crimen trasnacional organizado, a excepción de un hombre balbuceante que no termina de dimensionar su inexplicable rol de canciller y una presidenta empecinada con una rancia política internacional que extirpa al país del concierto de naciones. Baste con decir que las preocupaciones de la Jefa de Estado apenas si se elevaban por encima del pucho, la sidra y los perros; además, nótese que el único atisbo de respeto al elemento extranjero asoma cuando la primera mandataria alude a los cachorros de Obama...
Pero algo fuera del imaginario irrumpiría en la conciencia colectiva haciéndose fugazmente doméstico. Escenarios lejanos de la cotidianeidad como Interpol, Mossad o SIDE, se tornarían repentinamente cercanos. Personajes ignotos para la opinión pública como Nisman o Stiusso, cobrarían intempestiva popularidad. Geografías remotas para el común de la ciudadanía como las del Oriente Medio se volverían inexplicablemente próximas.
De buenas a primeras, la configuración de “lo real” se estremeció a instancias de una seguidilla de episodios desplegada en una realidad paralela que súbitamente filtró hacia los registros mentales del argentino medio. Un intempestivo reordenamiento de las coordenadas de tiempo y espacio amenazó hasta la locura la composición de lugar de millones de personas que asistieron atónitas a una alocución temible: un hombre, bien parecido, con ostensible formación y aparente información, denunciaba públicamente a las máximas autoridades del gobierno nacional de la República Argentina por encubrir a exfuncionarios iraníes involucrados en el ataque a la Mutual Israelita en 1994.
Es sabido que la insolencia del tiempo suele naturalizar las tragedias para que resulte más cómodo vivir con ellas. Pero, esta vez, a la actualización de traumáticos recuerdos para la memoria colectiva de los argentinos, se le montaba la escalofriante muerte del fiscal de la emblemática causa AMIA.
El balazo que se incrustó en la sien derecha del representante del Ministerio Público provocó un estruendo que, de nuevo, nos aturdió a todos.
Por eso es que esta vez vinieron los muertos, se dejaron ver, deambularon entre nosotros, y el colectivo espectral volvió con un pasajero más: el hombre encargado de hacerles justicia. De ahí que Natalio Alberto Nisman haya sido arrebatado por la historia conforme a la denominación funcional que le cupo en el mundo de los vivos: será para siempre “el Fiscal”.
Nisman acusó a la cúpula del poder, encabezada por la mismísima Cristina Fernández de Kirchner y flanqueada por el titular del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Héctor Timerman, un inepto consuetudinario que no logró validar su nombramiento más allá de la mera fuerza volitiva que cabe asignar a la firmante del decreto que lo designó al frente de esa cartera; tangencialmente, el denunciante también desliza la participación del Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios de la Nación, el Arq. Julio De Vido.
La troupe se completaba con un lumpenaje depredador de la institucionalidad: uno de los cabecillas de “La Cámpora”, Andrés “Cuervo” Larroque; el piquetero y antisemita confeso que no consigue explicar de qué vive, Luis D’Elía; el líder de la vandálica agrupación “Quebracho”, Fernando Esteche; el enigmático dirigente iraní y presunto agente de ese país, Jorge Alejandro “Yussuf” Khalil; el exjuez y quizá ex SIDE, Héctor Yrimia; y un tal “Allan”, un presunto superagente secreto cuyo verdadero nombre sería Ramón Héctor Allan Bogado. Si bien el titular de la SIDE -Oscar Parrilli- le informó al juez -Ariel Lijo- que recibió la denuncia que en ella no figuran integrantes de la planta permanente de la repartición a su cargo (lo cual agravaría aún más las cosas, porque quiere decir que hablamos de “matones a sueldo), lo cierto es hay un Bogado que teme por su vida y que ha pedido en las últimas horas declarar ante el magistrado.
Cuesta pensar que estos auténticos marginales de la convivencia armónica en el Estado de Derecho hayan puesto precio a la sangre derramada por argentinos en el brutal atentado a la Mutual Israelita, pero lo cierto es que así lo entendió quien tenía a su cargo la unidad que investigaba los trágicos hechos, acaecidos hace más de 20 años.
Les imputaba “un accionar configurativo, a priori, de los delitos de encubrimiento por favorecimiento personal agravado, impedimento o estorbo del acto funcional e incumplimiento de los deberes de funcionario público (arts. 277 inc. 1 y 3, 241 inc. 2 y 248 del Código Penal)”. Remataba Nisman diciendo que: “esto resulta de la mayor gravedad teniendo en cuenta que el hecho cuyo encubrimiento se denuncia, es decir, el atentado terrorista perpetrado contra la sede de la AMIA, ha sido judicialmente declarada de lesa humanidad y calificado como genocidio por el Sr. Juez de la causa”.
Los entrecomillados en bastardilla que anteceden son transcripciones de la formal denuncia promovida el 14 de enero de 2015, en plena feria judicial, mediante un escrito interpuesto ante el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 6, Secretaría N° 11, y que fuera difundido hace 48 hs. por el Centro de Información Judicial, dependiente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
El contenido de la presentación es altamente sugestivo, pero se torna estremecedora para cualquiera que tome contacto con el documento de 290 carillas que lleva estampada la firma del magistrado fallecido.
Resultan ensordecedoras las conclusiones sobre el Memorando de Entendimiento que nuestro país celebró con Irán. “El Fiscal” sostiene que constituyó una pieza clave en la confabulación orquestada a favor de quienes el propio Estado Argentino había solicitado la captura nacional e internacional por atentar contra la vida de sus habitantes.
Genera estupor cuando afirma que altos funcionarios del gobierno nacional pusieron en funcionamiento un plan delictivo ideado y ordenado por la Presidenta de la Nación para garantizar la impunidad “del ex Presidente de la República Islámica de Irán, Ali Akbar Hashemi Bahramaie Rafsanjani; del ex Ministro de Relaciones Exteriores, Ali Akbar Velayati; del ex Ministro de Inteligencia, Ali Fallahijan; del ex Jefe de la Guarida Revolucionaria, Mohsen Rezai; del ex Jefe de la fuerza Al Quds y ex Ministro de Defensa, Ahmad Vahidi; del ex Agregado Cultural de la Embajada iraní en Argentina, Mohsen Rabbani; del ex Tercer Secretario de la Embajada de Irán en Argentina, Ahmad Reza Asghari y del ex Embajador de la República e Irán en nuestro país, Hadi Soleimpanpour”.
Y “el Fiscal” lo dice con todas las letras: el objetivo de desvincular definitivamente de la investigación judicial a todos los acusados iraníes lleva el sello presidencial. Por eso citó a todos a prestar declaración indagatoria, solicitó se trabe un embargo preventivo por 200 millones de pesos y la prohibición de salir del país (excepto para CFK, Timerman y Larroque).
Hasta aquí, Nisman. Y hasta ahí llegó. Literalmente.
A decir verdad, todos esperábamos de algún modo el folklore al que nos tiene acostumbrados ya el gobierno ante conflictos que prometen escalar. La receta es más o menos la misma, siempre: raid mediático y fuegos cruzados; aparato oficial de propaganda amplificando consignas contra la corporación judicial, los medios hegemónicos y el poder internacional; kirchneristas embravecidos en las redes sociales, panfletos pautadependientes, el pastiche 678 y el oratorio festivo de “Carta Abierta”; en suma: todos “con los botines de punta” ante el embate contrarevolucionario de fuerzas conservadoras que conspiran contra “el modelo”, para concluir con la típica acicalada de la “Jefa” por cadena nacional y los acordes de un “nosotro somo bueno” entonado por “lo pibe para la liberación” de fondo. Tertulia archiconocida, y carísima, por otra parte.
Aunque no es menos cierto que el tufillo se olfateaba. Evidentemente, el descabezamiento de la SIDE no había sido suficiente. Ya estaba partida e insurrecta; y, por eso, fuera de control. En efecto, a juzgar por los acontecimientos, Parrilli no pudo contener “el carpetazo” final al “Grupo Calafate”.
Pero ahora ya está. Nisman nunca llegó a su cita del lunes en el Congreso de la Nación porque lo encontraron muerto la noche anterior en su departamento de Puerto Madero.
Y el manto de oscuridad aún no se ha retirado. Como si el tiempo se hubiese detenido, todavía transitamos la fatídica madrugada del 18 de enero y ansiamos que amanezca. Pero un panorama oscuro, una trama enrevesada, un clima espeso, hacen que nadie sepa muy bien qué es lo que está sucediendo por estas horas en la Argentina. Cunden momentos de zozobra en todo el país y lo más probable es que nunca sepamos qué pasó realmente. Ni con la AMIA. Ni con Nisman. Más todavía: aunque volviese de la muerte para despejarnos todas las dudas, quizá, a esta altura, tampoco le creeríamos.
Y es allí donde la incertidumbre se redime en un mito fundacional: “Nisman vive”. La sociedad convulsionada necesita inventarse un héroe que le salvaguarde la confianza, por más pisoteada, vapuleada, bastardeada que esté. No saber qué pasó, obliga a conjeturar. La falta de conocimiento, sólo puede suplirse con desconfianza.
Y cada minuto que pasa, confirma la desorientación de un gobierno asustado, que todavía no gritó que le duelen los muertos de la AMIA (¡ayer no fue ningún funcionario de plana mayor del Estado Argentino al acto frente a la mutual!), que se conduele con la familia de “el Fiscal” y, por sobre todas las cosas, que no hay responsabilidades de Estado en su muerte.
Conmovido y con un temblequeo no habitual en mis manos mientras termino esta nota, asaltan mi memoria las últimas escenas del film “I comme Icaro”, una magnífica pieza cinematográfica que en la Francia de 1979 estrenó Henri Verneuil. No voy a sobreabundar en detalles porque se trata del final de la película, pero viene a cuento el diálogo telefónico que mantiene el protagonista:
- Hola, ¿Helène?
- Sí, Henri... Nadie más que tú puede llamarme a esta hora...
- ¿Cómo estuvo la reunión?
- Aburrida. Se habló algo de mi libro, porque son gente bien educada, y se habló mucho de ti: las damas decretaron que eres misógino.
- ¿Y tú que les contestaste?
- ¿Por qué tendría que haberles contestado?
- Podrías haberles dicho que estoy muy ocupado con una mujer como pocas, lo cual me preserva de las otras.
- ¡Qué encantador oír ese cumplido a esta hora! ¿Cómo va tu investigación?
- Ah, mi querida, difícil… Difícil... Me siento muy solo.
- ¿Puedo hacer algo por ti?
- No... O, sí. ¿Qué significa para ti el nombre Icaro? I.C.A.R.O., qué es para ti, fuera de la leyenda clásica que todos conocemos.
- ¿Icaro?
- Sí.
- Ah, mi querido fiscal, ¡admítelo! Si hubieras leído mi libro, habrías visto que hablo de Icaro. Espera que te leo lo que dice el libro… Aquí está... Página 198: Icaro fue encerrado por Minos en un laberinto que él mismo había fabricado. Icaro armó unas alas, uniendo plumas con cera, y escapó. Pero, en su vuelo, pasó tan cerca del sol que la cera se derritió y cayó al mar. El mito de Icaro se hizo parte del folklore. Si consideramos al sol como símbolo de la verdad, Icaro se acercó tanto a la verdad que pagó este atrevimiento con su vida. ¿Te es útil ésta interpretación? Hola... Hola... ¡Hola! ¡Hola!
Como los mensajes de whatsapp que nunca pudo contestar Nisman, Helène tampoco completó el diálogo con el fiscal Henry Volnei. Les recomiendo ver la película de Verneuil. Entretanto, urge saber si hay alguien al frente del país, y que ese alguien no está jugando al Candy Crush.