“Las cosas se ponen cada vez más extrañas”, dijo esta mañana Aníbal Fernández, en torno a los vericuetos de la muerte de Alberto Nisman.
El secretario General de la Presidencia parecía anticipar lo que luego escribiría Cristina Kirchner en su página de Facebook, contradiciendo a sus propios funcionarios —principalmente a Sergio Berni—, al admitir que el deceso del fiscal no se trató de un suicidio.
“No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas (…) El suicidio (estoy convencida) no fue suicidio", aseguró esta mañana la presidenta a través de su perfil de Facebook. Acto seguido, se hizo algunas preguntas retóricas, no desprovistas de cinismo oficial:
“¿Porque habría de suicidarse alguien que escribe un mensaje en su chat como el que escribe el Fiscal Nisman cuando explica a un grupo cerrado de amigos su regreso intempestivo al país? ¿Por qué se iba a suicidar alguien que en su chat explica que la tenía pensada hace tiempo pero que la había tenido que adelantar? ¿Tal vez lo hicieron venir por lo ocurrido en Francia? ¿O estaba pensada para la campaña presidencial? ¿O tal vez se adelantó por los cambios efectuados en la Secretaría de Inteligencia?”
Cristina sorprendió con su misiva, porque insiste en hablar de una operación contra el Gobierno que se motorizó con la denuncia impulsada por Nisman.
Pero luego sube la apuesta al mencionar que “la verdadera operación contra el Gobierno era la muerte del Fiscal después de acusar a la Presidenta, a su Canciller y al Secretario General de La Cámpora de ser encubridores de los iraníes acusados por el atentado terrorista de la AMIA”.
En otra parte de su relato, la jefa de Estado no dejó de enlodar la figura de Nisman: “¿Por qué se iba a suicidar alguien que ya había sido acusado por numerosos familiares de las víctimas del atentado en la AMIA o directamente lo habían recusado?”.
No es todo: también expuso elípticamente el alto nivel de vida del fiscal especial: “¿Por qué se iba a suicidar alguien que siendo fiscal gozaba, él y su familia, de una excelente calidad de vida?”.
Cristina insiste en relacionar a Nisman con Antonio Stiusso, el ex director de Operaciones de la Secretaría de Inteligencia y, por carácter transitivo, le atribuye la denuncia que el fiscal especial presentó la semana pasada contra ella.
“Si Stiusso era el que le daba toda la información que Nisman pedía y tenía, es más que evidente que fue el propio Stiusso el que le dijo (¿o le escribió?) que Bogado e Yrimia eran agentes de inteligencia. ¿Es posible que se haya olvidado que él mismo lo había denunciado en noviembre del año pasado y se había iniciado causa judicial? Y si se había olvidado un hombre tan memorioso ¿No consultó con la oficina de Recursos Humanos?”, escribió la mandataria en su extensa misiva.
Está claro que la presidenta ha enfocado todos sus esfuerzos en poner la lupa sobre Stiusso y sus adláteres. Ello, para evitar que se mencionen las irregularidades que se cometieron en torno a la investigación de marras.
Por caso, ¿por qué hace silencio acerca de las contradicciones entre los testigos y los investigadores que revisaron el departamento de Nisman? ¿Por qué el mutismo sobre la sospechosa conducta del “súper secretario” Berni? ¿Por qué, si existe una eventual conspiración, no hay un correlato judicial que denuncie sus ramificaciones?
La carta de Cristina es un estudiado manotazo de ahogado que llega tarde, motorizado por la incomodidad que le provoca ser vista por la ciudadanía como la ideóloga del aparente crimen del fiscal especial.
La jefa de Estado ostenta sus sospechas en la carta ad hoc, pero también sus temores. La mandataria menciona la palabra “conspiración” y le agrega otro adjetivo elocuente: operación. ¿Cree la jefa de Estado que se cultiva un golpe contra su gobierno?
Como sea, lo que dice Cristina es atendible, desde ya, pero falta mucho más: todas las rimbombantes palabras de la jefa de Estado exigen ser acompañadas por pruebas que las sustenten.