"Se está cayendo el mundo abajo", viene repitiendo el ministro Axel Kicillof para explicar el complejo proceso que sufre la Argentina, de la mano de la fuerte caída del comercio exterior y de un déficit fiscal cada vez menos manejable.
El hombre al que la presidenta le confió los principales resortes del poder, incluida la ardua tarea de poner topes a las paritarias, observa cómo las principales variables de la economía requieren de mayor capacidad de inventiva para mantenerlas a raya mes tras mes.
El problema es que el país está ante un escenario electoral clave y no puede darse el lujo de ensayar estrategias de prueba y error.
En las 48 horas anteriores al fin de semana, Kicillof visitó al menos dos veces a la presidenta Cristina Fernández en Olivos.
Tras ser recibida por el papa Francisco en Roma, Cristina —quien tiene debilidad por Kicillof y le depositó una enorme confianza— volvió con la certeza de que debía concentrarse en cerrar el armado de listas para las PASO, donde pretende que la dirigencia de La Cámpora ocupe lugares destacados.
Pero la mandataria también parece interesada —o preocupada— por algunos aspectos de la economía que no terminan de estabilizarse tras fuertes caídas.
Uno de los datos que estaría inquietando a la mandataria es que hace dos años que el sector privado no genera empleo neto.
El único sector que tuvo ingreso de personal fue el Estado, tanto en los niveles nacional y provincial, como municipal, y eso explica que algunas provincias informen empleo pleno.
La otra preocupación pasaría por temas de realismo político: en la Casa Rosada están cada vez más convencidos de que el Frente para la Victoria retendrá el poder tras el 10 de diciembre, y que el escenario de un Daniel Scioli presidente tiene altas chances de concretarse.
La pretensión es que más allá de que cambie el nombre del presidente, el "modelo" económico y social no sólo se mantenga, sino que también se profundice, y que el "recambio dirigencial" en toda la línea de administración del Estado se profundice.
El establishment especula sobre una hipótesis que le genera caras largas a más de un dueño de gran empresa.
Consideran que el kirchnerismo puro pretende que la próxima administración, donde podrían seguir los principales funcionarios del elenco presidencial como Axel Kicillof, Alejandro Vanoli y Ricardo Echegaray, encare las correcciones necesarias y deje el camino allanado para un regreso de Cristina al poder en el 2019.
Esa idea, que parece típica del futurismo político o casi ciencia ficción, no sería una novedad en el universo del poder en la Argentina.
Después de todo, en el arranque del gobierno de Carlos Menem el Plan Bonex hizo el trabajo sucio para permitir el desembarco de Domingo Cavallo y el plan de convertibilidad, y en el 2002 la devaluación desprolija y aplicada a las corridas fue la clave para que a partir del 2003 Néstor Kirchner iniciara una etapa de crecimiento a ´tasas chinas", aprovechando el boom de commodities.
El problema es que ahora la Argentina afronta una fuerte depresión de los precios de los pocos productos que le vende al mundo, ese que se está cayendo a pedazos y preocupa a Kicillof.
En 1999, Fernando de la Rúa afrontó precios aún peores de la soja de los que debe encarar el final de ciclo de la gestión de Cristina, sumado a niveles de endeudamiento que llevaron a una nueva quiebra al Estado y al derrumbe del sistema financiero.
Ahora, el escenario también es complejo, aunque no llega a los niveles críticos de otros tiempos.
Cristina y Kicillof consideran que la "matriz diversificada" de la economía argentina permitirá amortiguar el golpe que significa la caída en los precios de los commodities y el hecho de que la demanda desde Brasil —al que el país destina el 60% de las exportaciones automotrices— también haya ingresado en un feroz declive desde hace meses.
Pero son conscientes de que hay una larga lista de asignaturas que algún día deberán empezar a resolverse, como la restricción cambiaria, la importación de energía, la falta de inversión, los juicios de los fondos buitre, el exceso de gastos como consecuencia de los subsidios en los servicios, la baja en el nivel de productividad y un conjunto de variables que se hace cada vez más largo.
Cristina nunca quiso corregir a fondo esos desequilibrios, porque prefirió conservar el poder, como lo demostró que haya impuesto el “piantavotos” cepo cambiario veinte días después de ganar en octubre de 2011.
Ahora no tiene reelección y en los círculos de poder ya se preguntan: ¿por qué no apostar a que el gobierno que la suceda haga —otra vez— el ajuste, o el ´trabajo sucio´, para volver triunfante en el próximo turno?