"Hay siempre un mal menor respecto de aquel precedentemente menor y frente a un peligro mayor respecto de aquel precedentemente mayor. Cada mal mayor deviene menor frente a otro mayor y así al infinito. No se trata por tanto de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo, cuyo desarrollo es conducido por una fuerza eficiente, mientras la fuerza antitética está decidida a capitular progresivamente, en pequeñas etapas, y no de un sólo golpe, lo que llevaría, por el efecto psicológico condensado, a hacer nacer una fuerza competidora activa o a reforzar la ya existente". Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, cuaderno 9".
La realidad volvió a dejar desnuda la crisis de sobreproducción de humo y operaciones de la industria encuestológica. Mientras la inmensa mayoría vaticinaba un triunfo de Horacio Rodríguez Larreta por más diez puntos, el candidato del PRO terminó imponiéndose por tan solo tres en el reñido balotaje porteño.
Una hipótesis que plantearon algunos consultores para explicar los groseros errores de pronóstico, afirma que los kirchneristas votaron culposamente a Martin Lousteau, al punto de no animarse ni siquiera a decírselo en la cara al encuestador. Es verosímil, y esta complicada situación quedó ilustrada por REP en el interrogante que puso en boca de su “Gaspar el revolú”: “Votar a Lustó o en blanco... Votar a Scioli… Defender al Papa…” – “¿Cómo es que llegamos a esto, Doctora?”.
En todo caso tan verosímil como la compra y venta de números y pronósticos que son parte de la bruma del mercado de las campañas electorales en el teatro de la democracia.
El candidato del PRO apenas subió unos miles de votos en relación a los que había obtenido en las generales del 5 de julio y perdió más de 200 mil con respecto a los que había logrado la fórmula Mauricio Macri-María Eugenia Vidal en el balotaje del 2011.
La administración Larreta nace con una debilidad de origen en el distrito que es la vitrina política del país, la ciudad desmesurada que el áspero Ezequiel Martínez Estrada llegó a calificar como “La cabeza de Goliat”. La “culpable” del desequilibrio nacional, tiene por delante cuatro años de desequilibrio interno. Un escenario saludable para quienes enfrentan realmente al proyecto amarillo que cogobernó con el kirchnerismo y con mayor razón intentará hacerlo con los “Ecos”.
Pero las consecuencias más importantes del resultado de estas elecciones se encuentran en el plano nacional.
Para Macri el adelantamiento de los comicios tenía sentido si podía dar un batacazo en su distrito, que a la vez se convirtiera en un fuerte respaldo para la precandidatura presidencial.
Luego de las derrotas de las coaliciones a las que había apostado en Santa Fe y Córdoba, esta necesidad tomaba el carácter de una urgencia. La tensa espera del balotaje obligó a retrasar el festejo por dos semanas, mientras pasaba el tiempo camino a las PASO. Los resultados amargaron la fiesta amarilla, el baile y los globos tuvieron un plus de patetismo mayor del que poseen en promedio. No había mucho que festejar.
Varios análisis habían anotado un punto a favor de Macri cuando logró imponer a su candidato en la interna del PRO en las primarias y disciplinó a la “rebelde” Gabriela Michetti. Elogiaban que se había recibido de “bonapartista” porque supo hacer valer su autoridad en el arte de la conducción. Pero parece que lo que fue bueno para el núcleo duro del PRO, no lo fue tanto para el conjunto de los porteños. Alguien chicaneó en Twitter: “En el bunker del PRO la única que tiene una sonrisa genuina es Michetti”. El conductor disciplinó a la tropa, pero flaqueó en la principal batalla.
Y el giro discursivo que hizo en los festejos, macrismo + asignación universal, YPF y aerolíneas; lo ubicaron en el peligroso camino de los zigzag que llevó a Sergio Massa al no lugar donde se encuentra ahora. Ese relato ya tiene un portador natural en el gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Y como si fuera poco, el virtual ganador de esta elección (Lousteau), dijo que en las nacionales votaría a Ernesto Sanz o incluso a Elisa Carrió, pero que si Macri les gana a ambos, votaría por Margarita Stolbizer.
Martin Lousteau fue para el macrismo lo que el proyecto de Sergio Massa intentó ser al kirchnerismo: “el cambio justo”. La diferencia es que tuvo mejores resultados. No tanto por virtudes propias, sino por debilidades ajenas. Mientras Cristina Fernández se resignó pragmáticamente a la sciolización, el jefe de Gobierno porteño se mantuvo en el corralito del “macrismo puro”. Gabriela Michetti podía haber sido su Scioli, pero Macri prefirió no bañar de humildad a Larreta, por el contrario alentó su pedantería.
El inquietante resultado complica las perspectivas presidenciales de Macri. Además de las derrotas de Córdoba y Santa Fe, por estos días se conoció una encuesta de la consultora que dirige Gustavo Córdoba que ubica a Daniel Scioli nada más y nada menos que en Mendoza (el quinto distrito del país y donde triunfó la alianza radicales-PRO), casi diez puntos arriba de Macri.
Pero en el mismo acto en que se pone en cuestión el proyecto macrista, entra en crisis la famosa “polarización”. Y con ella todo el andamiaje de excusas esgrimidos por kirchnerismo para resignarse a la apuesta de encaramar a un menemista como Scioli como único posible candidato “para derrotar el peligro de la derecha”.
“Gaspar el revolú” estaría pidiendo directamente la internación, porque cae en la cuenta de que la dura indigestión producida por la múltiple batraciofagia, encima parece que fue gratis.
La astucia de la razón pejotista, con la polarización tambaleando, se convierte en el drama de la sinrazón progresista.
La prueba de la blancura
Los votos en blanco junto a los nulos sumaron casi 105 mil sufragios, con el índice más alto de la historia electoral de la Ciudad. Si se agrega el 4% que bajó la participación desde las generales de hace dos semanas a este balojate, la cifra se acerca a los 200 mil votantes (casi un 10%) que rechazaron participar de esta “interna” a la que consideraron ajena.
La campaña por el voto en blanco fue motorizada por la izquierda en general (Luis Zamora) y especialmente con mayor intensidad por la candidata a jefa de Gobierno del Frente de Izquierda, Myriam Bregman (ahora precandidata a vicepresidenta por la lista “Renovar y Fortalecer” el FIT, junto a Nicolás del Caño).
En general, hubo una respuesta positiva a este llamado, demostrando un crecimiento de la izquierda que le da capacidad de arbitraje en el escenario electoral. Las acusaciones por la presunta responsabilidad en el triunfo de Larreta lo demuestran.
Pero además, estas acusaciones solo revelan el ridículo al que llegó la retorcida lógica “del mal menor” de cierto progresismo que no conoce fronteras ni escrúpulos.
Es como si en una elección nacional, le reclamaran a la izquierda clasista que no haya votado a Scioli o a Massa (el Lousteau nacional) para “derrotar a la derecha”.
Una lección difícil de aprender para el progresismo incurable es que el mal menor siempre es el camino más rápido al mal mayor, y como dice Gramsci en el epígrafe puede seguir hasta el infinito y llegar hasta el abismo.
Por suerte, miles de porteños lo entendieron de otra manera y en un distrito complejo y en general difícil para la izquierda clasista, se expresaron como un polo político que da aliento a las posibilidades del Frente de Izquierda en la contienda nacional que se juega en menos de tres semanas (La Izquierda Diario).