A juzgar por las últimas mediciones de intención de voto, la conclusión más notoria pero menos resaltada es la desaparición de la famosa “grieta”, en tanto y en cuanto el país ya no estaría partido a la mitad sino en tres pedazos.
Tal parecer no sólo se apoya en las encuestas, sino en los resultados electorales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza.
De momento, el 54 % no parecería tener cabida en el Congreso Nacional y todo indica que sea quien sea el próximo presidente no podrá arengar con el “vamos por todo” ni desafiar con el “armen un partido y ganen elecciones”.
Semejante cuadro habilita, por lo menos, dos lecturas.
Una, más bien de corte institucional: la Argentina tiene una nueva oportunidad para ejercitar la racionalidad política y poner a prueba su capacidad democrática. De movida, nadie tendrá mayorías automáticas. Eso es saludable. Eso le hace bien a un país donde el capricho presidencial se ha instalado como única fuente motivacional de los actos de gobierno. Reinstalar el diálogo, la negociación y el consenso en el debate parlamentario es indispensable. Jerarquizar las discusiones en torno a la cosa pública por sobre el ninguneo, el patoterismo y el autoritarismo es positivo.
Otra, más ligada a la política agonal y a modo de advertencia: no sea cosa que salgamos de la lógica de las mayorías absolutas e inauguremos la de las mayorías agravadas. Si el país está partido en tres y una porción le corresponde al kirchnerismo, no hace falta ser matemático para darse cuenta que en las dos restantes se encuentra la plataforma de lanzamiento para la conservación de la hegemonía presidencial de estilo caudillesco. Atención con esto: no vaya a ser que por sacarle al presidente la mitad más uno en el Congreso, acabemos por entregarle los dos tercios. Y en esto, los peronistas son especialmente temibles. Scioli sabe que la única manera de sacarse de encima al bloqueo camporista que le diseñó CFK es conquistando esos ⅔; y, si lo logra, los tira a todos del tren, Máximo incluido. El problema es que el kirchnerismo duro también lo sabe, de ahí que toda la confianza quede depositada en el segundo en la línea de sucesión presidencial, Carlos Zannini, el hombre que concentra las enrevesadas esperanzas de que “al proyecto” le irá bien sólo si fracasa el ex-motonauta.
Con este panorama, no pierdan de vista a Sergio Massa. Ahora se entiende por qué el jefe del Frente Renovador resistió hasta el final su postulación y sostiene a capa y espada su pre-candidatura presidencial. Este hombre, de 42 años y desde un cómodo tercer puesto en las PASO, tiene muchas chances de ser el gran ganador el próximo domingo 9 de agosto. Tomando en consideración que muy probablemente nos dirijamos hacia un escenario de balotaje, todas las miradas deberían apuntarle al hombre de Tigre, pues tendrá en sus manos la definición de una eventual segunda vuelta. Íntimamente, Massa sabe que está en condiciones de levantarle la mano a Macri o a Scioli; y, esa posición, con los vientos bien anudados, puede hacerlo el hombre mas poderoso del país.
Entramos en la última semana de la campaña presidencial. Una campaña corta pero recalentada con variables que (confieso) jamás pensé que vería. Ya no hablamos de cacos baratos que se quedan con un retorno proveniente de la obra pública sino de un enquistado mafioso superpoderoso que se apoderó impunemente del Estado.
El informe que anoche presentó PPT trasciende a las personas involucradas y revela que Argentina tiene gravísimos problemas, sólo que una inmensa mayoría de la ciudadanía se niega a reconocerlos. Es desesperante, pero tal vez lo primero sea aceptar que a gran parte del país no le importa casi nada que diste a más de 30 cm. del propio ombligo. Siendo así, nuestros problemas pasaron a una segunda fase ya, pues sabemos que los tenemos pero los negamos.
Nos urge ejercer la vigilancia cívica sobre la totalidad de una clase dirigente, que tiende a apoderarse de todo. Y cuando digo todo, es todo.
Más que nunca precisamos de una activa auditoría ciudadana, a fin de evitar que el pase de facturas de la eterna interna peronista mantenga las formas tradicionales de violencia institucional y disciplinamiento financiero desde el poder central.
Pero fundamentalmente necesitamos un portavoz que desde las entrañas de la democracia republicana prorrumpa una síntesis vital que desaloje al narcotráfico de una vez y para siempre del Estado de Derecho. Necesitamos un encendido: “Señores presidenciables, nunca más”.