El domingo, en Mar del Plata, grupos de feministas extremistas con palos y encapuchadas cual terroristas tiraron abajo la cerca de una iglesia y agredieron a quienes estaban dentro frente a la pasividad de la policía, que actuó tarde, sin proteger a los ciudadanos y a su propiedad pública y privada como corresponde. También dejaron pintadas del estilo de “Un macho muerto, un femicidio menos. Muerte al macho.”
Los grupos extremistas pueden parecer a simple vista intrascendentes por su grado de locura e incoherencia, pero no se los puede subestimar porque tienen mucha capacidad de daño dado su fanatismo. Al Qaeda, por ejemplo, se propone el objetivo a simple vista descabellado e imposible de crear en todo el planeta un gran califato islámico, pero no por ello deja de estar en condiciones de influir en los aconteceres históricos concretos y de dañar y asesinar a muchas personas.
Con el feminismo extremista pasa lo mismo. Su ideal último (que suelen no transparentar públicamente y escudar tras consignas populares como la denuncia de la violencia contra la mujer) es una sociedad gobernada por feministas extremistas que sometan y/o erradiquen a los hombres y a todas las instituciones, costumbres y valores que en teoría habrían sido creados por los hombres a lo largo de la historia al efecto de sojuzgarlas, desconociendo el importantísimo papel jugado por la mujer en la historia de la humanidad, incluso a veces a pesar de la discriminación institucionalizada en su contra.
Como en todo fanatismo, las contradicciones de las feministas extremistas saltan a la vista. Entre otras: 1) dicen luchar contra una forma de violencia mientras ellas ejercen otra; 2) se inspiran en el marxismo, ideología que en su reelaboración posmoderna (que es la dominante en la Argentina actual e inspira al gobierno nacional) se ha encargado de victimizar a quienes cometen delitos, deslegitimando las sanciones y creando un entorno de impunidad que no hace más que corromper y facilitarle el trabajo a los violentos; 3) demonizan al sexo masculino y lo consideran prescindible cuando de no existir el mismo ninguna de ellas estaría en vida; 4) dicen repudiar la violencia contra la mujer y ellas mismas ejercen violencia simbólica contra sí mismas presentándose públicamente como objetos sexuales, como si su identidad estuviera dada por sus partes íntimas y no por su espíritu consciente, libre y racional, que es lo que nos une y dignifica como seres humanos sin importar nuestra condición social, religión, opinión o género; 5) dicen apoyar la lucha para erradicar la violencia contra la mujer pero al final de cada evento o marcha convocada al efecto provocan violencia, destrozos e incidentes que manchan la imagen y desvirtúan la lucha del movimiento y la causa que supuestamente defienden; 6) el feminismo extremista de inspiración marxista alega defender a la mujer pero la considera un medio y no un fin, puesto que busca hacer de la mujer un objeto ideológico que sirva de punto de apoyo para avanzar su doctrina de odio y violencia y su rechazo de la sociedad libre, democrática y tolerante que los argentinos a duras penas seguimos intentando construir y consolidar tras más de dos siglos de historia.
Lo que me pregunto es si de verdad los organizadores de la marcha de Mar del Plata contra el femicidio y la violencia contra la mujer rechazan la violencia como tal, en todas sus formas y, en su caso, por qué permiten que grupos extremistas participen en sus actos o en su movimiento. Deberían entender quienes defienden los derechos de las mujeres en serio, sin instrumentalizar partidaria e ideológicamente a la mujer, que las feministas extremistas no comparten sus ideales y no hacen más que empañar su movimiento.