El debate presidencial entre Daniel Scioli y Mauricio Macri había despertado muchas expectativas. Probablemente demasiadas, acorde a lo que los antecedentes de los candidatos hacían presagiar.
Ni Macri ni Scioli se caracterizan por tener una dialéctica estructurada, clara, y concisa. Ambos son muy malos oradores, y, rememorando a su mentor común, Carlos Menem, parecen llevarse bastante mal con el idioma castellano.
Scioli dejaba caer letras -ese- que Macri recogía, para poner al final de palabras que no requerían de ellas. Toda una pintura de las económicas jerarquías intelectuales de ambos candidatos, y, básicamente, una clara muestra de su poca afición a la lectura.
Tampoco sus propuestas de campaña acompañaban, como para esperar un debate atractivo, ya que ambos han ido y venido tanto, en estos meses, que cualquier credibilidad que pudieran haber tenido en el pasado, arribaba a la noche de la Facultad de Derecho absolutamente diluída.
La estrategia de Mauricio Macri fue endilgarle a Scioli responsabilidades acerca de los dislates del kirchnerismo, y la de Scioli consistió en tratar de que Macri explique el impacto de las prometidas devaluación y quita de subsidios a las tarifas.
Scioli resolvió de entrada la chicana macrista, respondiendo rápidamente "viniste a debatir conmigo, no con un gobierno que se va el 10 de diciembre".
Macri, por su parte, eligió, sencillamente, no responder ninguna de las requisitorias de su rival.
-¿Quién va a pagar los efectos de la devaluación que vas a hacer?
-Yo veo que estamos todos muy felices.
Personalmente, vi a un Scioli bastante amateur a la hora de seducir votantes.
Muy básico, en la promesa de no aumentar el dolar ni eliminar subsidios, pero sin brindar el mensaje propositivo contundente que pudiera hacer repensar el voto a los sectores indecisos, o a quienes no tenían pensado ir a votar.
Y vi a un Macri que, por primera vez en la campaña, dejó ver ese costado que algunos le conocemos bien, pero que se cuidaba mucho de exhibir en medio de sus ondas de amor y paz.
Porque fue soberbio y agresivo. Características que siempre tuvo, pero que en los últimos tiempos hizo enormes esfuerzos por esconder.
El mejor momento de Macri fue cuando dijo que no cree en personas providenciales que lo sepan todo; lo considero un punto a su favor, en un sistema hiperpresidencialista como el argentino, donde a menudo se votan salvadores históricos antes que meros funcionarios públicos.
Lo mejor de Scioli fue desnudar que las medidas económicas anunciadas por "Cambiemos" no conllevan políticas anticíclicas para paliar los efectos que le causen al ingreso de la población. Consisten en meter el cuchillo hasta el hueso, sangre lo que sangre, duela lo que duela, desgarre lo que desgarre.
No obstante, la desnaturalización del debate fue evidente y molesta, y esa mecánica constante y descarada de no responder las preguntas del oponente es un acto ladino, que irrespeta no sólo el sentido del evento, sino también las expectativas de los espectadores.
Lo cierto es que al cabo de este debate, quedan claras algunas cosas.
Macri promete un paraíso difuso, montado antes en expresiones globales de felicidad nacional, que en lineamientos políticos concretos. Pero admite, por omisión, que para acceder a ese presunto paraíso, primero se deberá pasar por el infierno devaluatorio, al que él no le asigna importancia alguna, pero que cualquiera en su sano juicio, y a quien no le sobren varios miles de pesos al final de cada mes, bien hace en temer, y mucho.
Scioli promete seguridades respecto de no hacer caer a nadie en ese infierno, pero falla a la hora de definir si verdaderamente corregirá las distorsiones de la macro economía, o seguirá con la política de emparchar el bote ante cada nueva entrada de agua que le aparezca.
Si Scioli representaba el voto kirchnerista, y Macri el voto antikirchnerista, este debate no habrá cambiado absolutamente nada a ninguno de esos votantes.
Nadie puede suponer, en cambio, el efecto que cause en aquellos votantes de Sergio Massa que aún no deciden por quién ir, habida cuenta que Macri apenas se ratificó, mientras que Scioli no lo hizo del todo mal a la hora de explicar las incongruencias de su oponente.
Todo el mundo anda bastante ocupado en discernir quién ganó este debate, y quién lo perdió.
Yo realmente no sé quién lo ha ganado, pero estoy seguro de que lo perdimos 32 millones de ciudadanos, que fuimos maltratados e irrespetados por los dos candidatos, y que nos vemos obligados a elegir entre las ganas de comer, y el hambre.