Hay que decir que el envío de rosarios, estampitas y bendiciones es una práctica corriente en el Vaticano. Diariamente deben despacharse cientos de mensajes y salutaciones a distintas partes del mun do con la firma del Papa.
Lógicamente, no todos esos intercambios epistolares lo tienen al Papa Francisco como autor material. Es obvio, pobre hombre, por más asistencia paráclita que tenga, no daría a basto. En efecto, como todo Jefe de Estado, Bergoglio tiene agentes de prensa y funcionarios afectados a los detalles de ceremonial y protocolo que corresponde observar cuando interviene el titular de la última monarquía absoluta que ha quedado en pié en Occidente.
La naturaleza sagrada de los obsequios de estilo, pero sobre todo la figura del Vicario de Cristo, confieren un estatus jerarquizado inmediato a la persona agasajada. No cabe duda que un regalo del Papa es un signo de gran polisemia. Constituye un verdadero mimo al alma para los feligreses católicos, pero también ensancha la espiritualidad cuando el destinatario es el líder de otro credo y fortalece el ecumenismo y, aún, el diálogo interreligioso, cuando no tiende auspiciosos puentes al mundo profano de las relaciones internacionales cuando el envío es al jefe de otro estado.
Es el Papa. Y el Papa es el Papa. El mismo que, desde hace 2.000 años, hace las veces de CEO divino. Por todo eso, no es inocuo que el Papa Francisco le haya regalado un rosario a Milagro Sala.
No obstante, al fin de cuentas, uno es amigo de quien quiere, sea quien sea uno y por más malandra que sea el amigo. De modo que ese aspecto está exento de todo análisis, como también lo está la vida de fe.
La experiencia religiosa de los seres humanos es un claustro extento de enjuiciamientos exógenos, un espacio de íntima reserva vedado a los terceros, una zona exclusiva de señorío de cada persona. Y el derecho a esa dimensión blindada lo tiene tanto la dueña de la Tupac Amaru como el propio Jorge Bergoglio.
Ahora bien: cuando el que habla es el Jefe de los Estado Pontificios, la cuestión se reconduce a las arenas de la política y, en ese plano, el Sucesor de Pedro se iguala con sus pares en el concierto de naciones, siendo su accionar suceptible de crítica.
Hasta el momento, ninguno de los voceros vaticanos se ha pronunciado sobre el fuerte respaldo que el Obispo de Roma le propinó a la diligente social, que aguarda en prisión los resultados de la investigación judicial que se le sigue en Jujuy por delitos vinculados a la administración fraudulenta de fondos públicos e incluso también una causa por narcotráfico.
Llama poderosamente la atención verlo al Papa en acción, elevando valientemente su voz en defensa de los más pobres y en contra del crimen trasnacional organizado. Acaba de haccerlo en México; sin embargo, parece seguir a pie juntillas las rúbricas de la liturgia kirchnerista que mandan “bancar” a una imbancable como Sala. Mas, entiéndase bien: nadie le exige al Papa Francisco que condene a Milagro Sala, pero mandarle un rosario deviene tan injustificado como si lo hiciese.
A su tiempo, un perro viejo de la política eclesiástica, como resulta ser el padre Jorge, no pretenderá que lo sigamos en la ingenuidad de apoyar su praxis en la máxima evangélica que reza: “Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; era forastero, y me acogiste; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y vinisteis a verme” (del Evangelio según San Mateo, capítulo 25, versículos 35-36). La cita, Santidad, no aplica para justificar a Milago Sala, so pena de incurrir en fundamentalismo. Sin duda sirve para aplaudir a rabiar su visita al penal de Filadelfia durante su gira por Estados Unidos el año pasado, pero no para una mujer que veranea en el Conrad de Punta del Este, se mueve en un Smart y tiene una casa de fin de semana valuada en tres millones de dólares. En todo caso, si de pasajes bíblicos se tratase, sería mucho más efectivo recurrir al “Buen Ladrón” para poder guarecer la larga lista de funcionarios kirchneristas que podrían acogerse a la metáfora. ¡Créame, Santo Padre, no le alcanzaría su pontificado para repartir rosarios por toda la Argentina! Mejor, evitemos pretextos, que no son otra cosa que textos fuera de contexto.
Luego, desconcierta el empeño del Papa por jugar en ligas menores. Por momentos, pareciera no darse cuenta de que su liderazgo es global. Son millones los católicos del mundo que se identifican con él como para que se empecine con la política doméstica argentina y pretenda interferir en ella desde una nueva “Puerta de Hierro”. Afortunadamente, para el propio Bergoglio, el mundo no tiene remota idea de quién es Milagro Sala, pero bien podría dejar de mirar atrás, desde que puso ya una mano en el arado (Cfr. Evangelio de San Lucas, capítulo 6, versículo 62).
Finalmente, no puede dejar de remarcarse que este Papa es el mismo que hace menos de un año dijo estar dolido por el sentido utilitario de la amistad. Los lamentos de un hombre que ayer se sintió usado son los que hoy lo dejan al borde de la histeria política.
Respetado Papa Francisco: conforme a su pedido, aquí se reza mucho por Usted, muchísimo, pero, Usted también, déjese ayudar un poquito…