El valor Justicia trasciende a nuestro Estado moderno en todo sentido posible. Ulpiano ya decía en la Roma del Siglo III que la Justicia consistía en “dar a cada uno lo suyo”, principio que será retomado en la Alta Edad Media por Santo Tomás de Aquino. Más acá en el tiempo, John Locke colocará las exigencias de la Justicia del derecho natural ante un Estado que nacía específicamente para servir a su cumplimiento. Y contemporáneamente, no otros que John Rawls y Robert Nozick —con sus importantes diferencias— terminarán de apuntalar esta teoría consistente en colocar a la Justicia como fundamento del Estado, y no al Estado como fundamento de la Justicia.
Claro que lo contrario también ha sido dicho. Sea la puntualización soberana de Jean Bodin, sea el omnipotente Leviatán de Thomas Hobbes, el hecho de equiparar aquello que es Justo con el concreto contenido de una ley y el específico actuar del órgano judicial ha quedado demostrado falso con la propia experiencia histórica. Si para algo sirvió el nacional-socialismo, fue para evidenciar que no todo lo legal y no todo actuar de los órganos judiciales son necesariamente sinónimos de Justicia.
Sirvan estos comentarios para problematizar concepciones apresuradas de lo que constituye la Justicia. Es cierto que la legislación y el Poder Judicial son vehículos para lograr Justicia en una sociedad; pero de ello no se sigue necesariamente que con aquéllos la Justicia esté asegurada sin más. Y si esta última es anterior al Estado, tanto cronológica como axiológicamente, es comprensible que la falta sistemática de Justicia atormente a sus ciudadanos que, esperablemente, terminarán percibiéndose a sí mismos como víctimas de un descomunal engaño.
Es sabido que, tras doce años de gobierno, el kirchnerismo destruyó los órganos estatales destinados a hacer Justicia. En el año 2014, el Foro Económico Mundial en su Reporte de Competitividad Global nos informaba que, entre 148 países medidos de todo el mundo, Argentina ocupaba el tristísimo puesto 146 —esto es, antepenúltimo lugar— en lo que hace a la independencia del Poder Judicial.
Pero no deberían hacernos falta reportes cuantitativos, sino simplemente advertir los datos de la real politik: bastó algunos pocos meses de cambio de gobierno en el país como para que el sistema judicial tomara algunas medidas respecto del popular caso de “la ruta del dinero K”, respecto de irregularidades en viáticos de Wado de Pedro, respecto a la reapertura del viejo caso Skanska, entre otros. ¿Qué había pasado, entretanto, que los órganos judiciales habían sido literalmente paralizados? ¿Sería demasiado osado sostener que un programa de televisión, como Periodismo Para Todos, había hecho hasta el momento más por la Justicia de nuestro país y contra la impunidad política, que todo el sistema judicial entero?
Cuando la correlación de fuerzas políticas se modifica, no sólo es el Poder Judicial el que emprende nuevos cursos de acción. También la sociedad se ve frente a un nuevo panorama, en el que del famoso “cacerolazo” se pasó al flamante “escrache”, unidos acaso por el hilo conductor de aquello que es inorgánico e igualmente espontáneo en la práctica política doméstica.
Repudiar la práctica del “escrache” es cosa sencilla, pero poco relevante desde un punto de vista práctico. Lo importante es preguntarse por las causas del escrache, que han de ser halladas en la avidez de Justicia que todos los hombres tenemos cuando comprobamos que la misma no puede ser correctamente vehiculizada por los organismos estatales, como efectivamente ocurre todavía, aun habiendo avizorando alguna tardía reacción judicial que, para nuestro pesar, continúa siendo demasiado lenta (¿o cómplice?). Tal ejercicio mostraría, además, los límites del escrache, que deben estar, estrictamente, en el abstenerse de violar la ley.
Dos escraches contra Carlos “Chino” Zannini en menos de una semana —uno en la cancha de Boca, el otro viajando a Miami por American Airlines— anticipan la posibilidad de que esta forma de repudio social se extienda a otras figuras emblemáticas de la autodenominada “década ganada”.