La democracia no es la mera celebración de elecciones. Esta frase se repite mucho y se aplica poco. Si es cierta, la democratización de Argentina no tuvo lugar en 1916, ni en 1946 o 1983. Ocurrió en 2015, cuando Macri triunfó en el balotaje frente a Scioli. Y no es que Macri haya democratizado la Argentina. Fue el pueblo argentino, que a pesar del clientelismo, la corrupción, la desigualdad política, la persecución de la prensa y la cooptación del empresariado, supo elegir a un partido o frente democrático. Sin partidos democráticos no puede haber democracia.
La democracia a secas, es decir, la democracia completa o propiamente dicha, exige sufragio universal y división de poderes. Si no hay poderes públicos independientes que se limiten y controlen mutuamente, no hay legalidad. Y si no hay legalidad el gobernante pasa a usar el aparato estatal en forma discrecional, lo que no tarda en engendrar cada vez más discriminación, extorsión, arbitrariedad, corrupción; en una palabra: autoritarismo.
Es ampliamente reconocido por los sectores políticos e ideológicos más diversos que la Justicia argentina está por primera vez funcionando con independencia. Como un integrante del Poder Judicial le dijo con sorpresa al periodista Jorge Lanata, “los jueces están líberos”, lo cual no implica negar que todavía se necesitan reformas estructurales para consolidar este cambio, como la despolitización del Consejo de la Magistratura. El único sector que desconoce esta buena nueva es el kirchnerismo, lo cual es lógico, pues está obligado a denunciar persecución en su contra para poder negar la tremenda corrupción que se está destapando de su gobierno.
Claro que la democratización de Argentina no se dio de un día para el otro. Que se haya completado en 2015 no quiere decir que antes no se consiguieran victorias parciales sumamente importantes, que posibilitaron lo que vemos hoy. La independencia, la constitución de 1853, la Ley Sáenz Peña, el sufragio femenino, el fin de los golpes militares, fueron sin dudas avances que ayudaron a crear las condiciones para que hoy podamos decir que se ha establecido una democracia completa.
Antes de 2015 hubo sistemas y procesos que se acercaron más y otros que se acercaron menos a una democracia propiamente dicha, así como otros que no tenían nada que ver con ésta: democracias formales sin división de poderes, aristocracias republicanas sin sufragio universal, dictaduras militares, oligarquías o feudos clientelares, dictaduras o semi-dictaduras populistas. Se puede hablar de una democracia formal desde 1983, así como de un intento de dictadura populista, abortado justo a tiempo, a partir de 2003, pero sólo de democracia real desde 2015.
Se le puede agregar un adjetivo a la palabra “democracia” para ajustarla a un modelo que no es enteramente una democracia, pero ello no hará que el sistema al cual se alude se vuelva democrático. No se puede desdibujar la realidad. Si hablamos de democracia a secas, en sentido moderno, nos referimos a una democracia representativa que no es sólo elegir al gobernante, sino también controlarlo. Esto último, en el marco de la sociedad de masas, sólo puede lograrse por medio de la ley.
Si la Argentina efectivamente se democratizó en 2015, esto lleva inmediatamente a dos grandes conclusiones: Primero, quiere decir que el poder se ha desconcentrado como nunca en nuestra historia, lo que es de esperar que, si se sostiene en el tiempo, dará lugar a un proceso de desarrollo endógeno susceptible de convertirnos en un país desarrollado. Segundo, si la democracia se estableció en 2015, quiere decir que lejos está de haberse consolidado. Una democracia se consolida cuando transcurren por lo menos un par de décadas de vigencia del sistema democrático, cuando la población logra percibir y disfrutar razonablemente de los dones de la democracia y cuando no hay ningún actor político interno significativo capaz de amenazar seriamente el sistema.
Lo anterior tiene que concientizarnos sobre el delicado y trascendente momento histórico que estamos viviendo los argentinos. Nuestra reciente democracia representativa está en proceso de consolidación, y el kirchnerismo se muestra como el único actor relevante que, aunque en decadencia, está en condiciones de amenazar el sistema democrático para establecer una dictadura populista como la de su país modelo, Venezuela.
En este marco, actitudes y expresiones netamente antidemocráticas, como las que escuchamos constantemente de parte de exponentes del FPV, como Fernando Esteche o Hebe de Bonafini, que en varias ocasiones han dado a entender que quieren lisa y llanamente tumbar al gobierno de Macri, deben ser tomadas en serio.