Si hay algo que no admite dudas es que a la argentina le está costando arrancar. Desde la oposición más furibunda, obviamente, pero también desde las propias filas oficialistas y desde una cada vez más nutrida capa de indiferentes, se hace sentir el malestar de la economía.
El famoso “segundo semestre” nunca llegó; pero, después de lo que pasó el miércoles pasado, en la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, menos va a venir. Y no va a venir ni el “segundo semestre”, ni las inversiones, ni nada.
Es más, si algún empresario tenía vacilaba terminó de definirse. ¿O a Usted le parece que alguien va a poner plata en un país donde toma decisiones un tipo tipo que fue denunciado más de ciento treinta veces? Y aunque él diga que todo eso forma parte de una gran persecución política, lo cierto es que en veintiséis de esas causas ya está imputado y en otras tres procesado. Ahora, el problema no es solamente con Julio De Vido, sino con los 98 legisladores que lo blindaron para que permanezca sentado en su banca. Y eso se paga: o se paga con el aislamiento, porque nadie juega al 37 en la ruleta; o se paga con intereses exorbitantes para resguardar la inversión, porque el capital sin seguridad no marcha.
Sin embargo, hay que decir que el encubrimiento político era de esperar. La banda armada que se apoderó del estado durante los últimos doce años articuló su fruición inventando empresarios como Báez y funcionarios como José López. No hay que ser muy astuto para saber que las cosas no terminan en De Vido, pues tras las hilachas se ve claramente quién está por sobre ellos.
En cualquier caso, todo hace pensar que el abanico de opciones que se despliega para los argentinos es de naturaleza dilemática: meter preso a una expresidenta no es gratis, tiene inocultables costos en el concierto de naciones y en el tejido social (que lo votó en dos oportunidades con porcentuales nada desdeñables); dejarla libre, también…
Así las cosas, era de esperar que los peronistas (en todas sus variantes) cerrasen filas; empero, el batacazo lo dieron los diputados de la izquierda que, no contentos con dejar en evidencia que les gusta más la guita que la vida, con eso de que hay que trabajar seis horas y ganar veinticinco lucas, se plegaron al manto de impunidad que Recalde se ocupó de explicitar. Han contribuido de manera inmejorable al vaciamiento del lenguaje, no sólo colocando nombres ridículos a sus bloques (“Juntos por Argentina” está más para la salita de 5 años de mi hijo que para el unipersonal de Eduardo Fabiani) sino traicionando la causa de los trabajadores, a los que después impulsan a cultivar una insostenible lógica sacrificial y de conflicto permanente. De esta forma, es muy difícil que nos tomen en serio y casi imposible que lo seamos de verdad.
A partir de hoy quedan diez días de campaña para las PASO. En tránsito hacia una elección que no sabemos muy bien para qué se celebra -según afirman sus propios creadores-, bien vale rememorar que en más de una ocasión la Argentina se explicó a partir del voto vergonzante. A Menem nunca nadie lo votó, a De La Rúa tampoco (sólo se lo botó) y a los Kirchner menos. Aún así, huelga reconocer que esa histeria es la que nos salvó de ser hoy Venezuela, sino fuera porque quedamos psicóticos.
No obstante, es un muy buen momento para hacer consciente y repetirnos cual mantra de aquí al 13 de agosto que la Argentina es el único país del mundo libre que todavía no hizo su crítica al fascismo. Pienseló. Buena semana.