Hace muy poco tiempo pude ver en una revista cultural española una sugestiva caricatura en la que aparece una niña, evidentemente curiosa y avispada, un tipo de Mafalda española, acompañada por su madre, a quien pregunta: “Mamá, ¿qué significa ser políticamente correcto?”. A lo cual la señora responde: “Renunciar a tu propio criterio para conseguir la falsa aceptación de una mayoría de imbéciles.”
Hoy en día asistimos a la tiranía de lo políticamente correcto. La columna vertebral sobre la que se apoya la democracia es la libertad de expresión anclada en las constituciones, el respeto recíproco, que no se circunscribe a las opiniones y actitudes con las que se concuerda, sino a no interferir con las que son distintas o incluso están en las antípodas. Lo que presenciamos en estos días es un embrión de dictadura lingüística llamado “politically correct”, manejado por una casta de sacerdotes de extrema izquierda, los llamados progresistas. El pensamiento intolerante que representa lo políticamente correcto ha contribuido a una enorme división, tanto en el seno de la sociedad norteamericana como la europea. Este autoritarismo considera al ser humano como débil, pasible de ser engañado, incapaz de tomar sus propias decisiones, o sea que está necesitado de la protección de esta nueva cultura, que no está basada en el concepto de una sociedad libre sino en el adoctrinamiento de una mayoría por una minoría que se cree iluminada. Fue este pensamiento lo que llevó a que sus adictos realizaran verdaderas acciones de limpieza de lenguaje trayéndonos en mente párrafos de la novela de George Orwell “1984” en la que nos habla de la creación de una “neolengua”, a través de la cual se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, en base al principio de “lo que no forma parte de la lengua no puede ser pensado”.
Afortunadamente en Latinoamérica, nuestra cultura no ha sido permeable a este virus irracional, simplemente estúpido y que cumple con la siniestra estrategia de imponer una moral relativista de los fanáticos de la progresía, del marxismo liberal, bajo la amenaza de que si no nos plegamos a su pensamiento, seremos descalificados personalmente. Así en su léxico, el que está en contra de adopción de niños por parejas homosexuales es simplemente homofóbico; el que está en contra del aborto es machista y misógino; el que está a favor del libre mercado es cómplice de las malvadas corporaciones internacionales; el que tiene un gesto de caballerosidad con una dama, una madre, una mujer encinta ya es catalogado como un heteropatriarcalista dominante. etc. etc. etc. La universidad de New Hampshire en los EEUU incluso acaba de publicar una especie de diccionario lingüístico alternativo del politicocorrectismo llamado “Bias-Free Language Guide” que da sugerencias hilarantes, a veces grotescas.
Ni los cuentos infantiles tradicionales se han salvado de esta tiranía absurda del adoctrinamiento. El escritor estadounidense James Finn Garner reescribió ya en el año 1994 en perfecto estilo político-correctista los tradicionales cuentos infantiles en su libro “Politically Correct, Bedtime Stories”, que debería transformarse en libro de cabecera de los hijos-víctimas de los partidarios de esta ideología. Aquí encontramos por ejemplo que Caperucita Roja aparece como una nena feminista, sexualmente liberada, que vive en el seno de una familia alternativa, y que el Lobo Feroz es un pobre marginado de la sociedad que sufre esta condición, y que es además vegetariano y ecologista, y no mata ni a una mosca o lombriz.
Muchos piensan que este virus que ataca a la sociedad norteamericana y gran parte de la europea se originó como un contra-movimiento de la izquierda estadounidense a la ola conservadora de Ronald Reagan. Pero el verdadero origen debemos buscarlo en Karl Marx cuando escribió su Manifiesto Comunista, en el que quedaba claro que su ideología y su legado se basaban en dos vertientes, en el marxismo económico y en el marxismo cultural. Una prolongación del marxismo cultural llega a nuestros días a través de los filósofos alemanes agrupados en la Escuela de Frankfurt, Horkheimer, Adorno, Marcuse, que allá por la década de 1930, debido al advenimiento del nacionalsocialismo, tuvieron que emigrar y muchos de ellos a los EEUU, formando escuelas filosóficas en varias universidades estadounidenses, sentando las bases de lo que sería en un futuro lo políticamente correcto, un eslabón del marxismo cultural, un instrumento para castigar a la disidencia y estigmatizar a la herejía social, como la Inquisición castigó a la herejía religiosa. El signo en común es la intolerancia.
¿A qué punto hemos llegado en los EEUU y en Europa donde como periodistas no podemos decir nada malo de nadie porque uno corre el riesgo de ofender y de ser víctima de ataques virulentos en la ”gran” prensa y en las redes sociales ? Estamos ante el peligro de permitir que se imponga una moral políticamente correcta que todos deben seguir porque si no serán etiquetados fácilmente como racistas, intolerantes, xenófobos, sexistas etc. ¿Acaso no ven los sacerdotes de este virus existente en los ámbitos políticos, universitarios, periodísticos que al tratar de imponer tal moralidad, tan subjetiva, están ellos mismos siendo los intolerantes al no tolerar la disidencia, la libertad de prensa, aunque proclaman lo contrario? ¿Acaso no se dan cuenta de que están siendo manipulados por oscuros intereses ideológicos, de corte fascista, que los quieren hacer aparecer como cruzados de la tolerancia? Viven en un mundo de fantasía, y la realidad se tiene que adecuar a esta fantasía que crean en sus mentes, tiranizando a su entorno social, familiar. Eliminan toda información que no encaja en su ideario, evitando así sacar conclusiones correctas, y con el transcurso del tiempo se aproximan más y más a los límites de la psicopatología. Que afortunados somos en Latinoamérica en no habernos contagiado con este terrible mal de lo políticamente correcto. Ojalá nos mantengamos firmes, despiertos, críticos, combativos, y tengamos en cuenta que, como decía el gran Cervantes: “La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño, ya es demasiado tarde.”