Casi una hora frente al papel sobra para comprobar, por enésima vez, que el sindorme de la “hoja en blanco” existe. Escribiendo y borrando, escribiendo y borrando, escribiendo y borrando… El miedo paraliza. Es el horror ante la muerte. Ante la propia muerte porque, a decir verdad, hemos naturalizado la ajena. En qué nos hemos convertido…
Un muerto sobrenada el Chubut y los ánimos se destemplan selectivamente. No importa quién fue, ni sus miedos, ni qué película le gustaba ver tantas veces como pudiese, ni qué música escuchaba hasta el hartazgo, ni qué color prefería, ni su comida favorita, ni con quiénes fue a la escuela, ni sus amigos del barrio, ni el club de sus amores, ni a qué hora se levantaba, ni su madre, ni su mascota, ni su amante, ni su dios. Es un muerto y el mundo está pavimentado de muertos. No es el primero. No es el último. Es nada. Los muertos son nada. ¿Tanto nos acostumbramos a convivir con la muerte? ¿La aparición de un cadáver flotando en un río nos resulta moneda corriente? ¿O será que sólo nos espanta si es “ese cuerpo”? Da pavura que, ante semejante cuadro, la única interpelación sea si se trata o no de Santiago Maldonado. En qué nos hemos convertido…
En situaciones como estas sale lo peor de nosotros. De todos nosotros, aunque los miserables de siempre no se dejan ganar en obscenidad. El martes mismo, apenas pasadas las cuatro de la tarde, cuando se conoció la noticia del macabro hallazgo, oportunistas de la talla de Jorge Altamira convocaban para las dieciocho de ese mismo día a la Plaza de Mayo. La hoquedad de consignas rimbombantes, conjugadas con las más bajas especulaciones, explicitaban el mal gusto hecho imagen y grotescamente expuesto en redes sociales. En qué nos hemos convertido…
Si efectivamente se tratase de Santiago Maldonado, ese joven con el que todos trabamos empatía aún sin haberlo visto nunca y quizá nunca podamos ver, se confirmaría el peor de los finales. Tan cierto como inconfesable es que las posibilidades aumentaban a medida que el tiempo pasaba. La pregunta “¿Dónde está Santiago Maldonado?” se suspende en el aliento trunco. Ahora hay un muerto. Los buenos deseos que auguran para el artesano una pronta aparición con vida se confunden con los de los caranchos que lo prefieren desaparecido. El estatus de desaparecido moviliza en ciertos sectores un núcleo de simbología dura que los hace tener sueños húmedos con la picana, la tortura y la desaparición. Ese grupúsculo, a veces vil, tiene un metejón castrense equiparable sólo al de quien supo picanearlos, torturarlos y desaparecerlos. Revolearle al gobierno de con un desaparecido sumió a muchos en una política que dejó ya de ser agonal para volverse cloacal. Pareciera que el “Macri, basura, vos sos la dictadura” los erotiza al punto tal de desear la desaparición para seguir facturando. Eso es una canallada. Pero lo hicieron, hasta hace cinco minutos. En qué nos hemos convertido…
En estos dos meses y medio circularon todo tipo de versiones. La que nos tiene en vilo, ahora, es si el cuerpo que ya está en dependencias de la morgue es Santiago Maldonado. Si se confirma, un manto de piedad lo suficientemente amplio debería desplegarse sobre todos para abrazar a la familia Maldonado. Me conduelo con todos ellos para ofrecer mi silencio respetuoso. Ante el misterio de la muerte, no cabe sino callar y contemplar. Esta claro que hay una sola víctima y eso no puede perderse de vista. Sostener lo contrario, fuerza a preguntarse: en qué nos hemos convertido…
Hasta el momento y sin perjuicio de las investigaciones judiciales en curso, si hay algo que ya desde ahora puede endilgársele al estado argentino es haberle dado soga al conflicto delirante con esa facción impostora autodenominada “Resistencia Ancestral Mapuche” (RAM). No hay ninguna causa originaria que reivindicar ahí. Es una patota que no dejó norma alguna del Código Penal por infringir. Sumidos en la incoherencia y en el autoprovecho deben rendir cuentas de los delitos cometidos. Necesitamos servidores públicos que adopten las decisiones hormonales que la hora reclama. Después de todo, Santiago Maldonado, argentino, mayor de edad, decidió acompañar ese reclamo y vivir con ellos. Y atención con esto, interpréteseme bien: no estoy incurriendo en técnicas que culpabilizan a la víctima, por el contrario, para salvaguardar que la víctima es Santiago, estoy diciendo, sin pelos en la lengua, que no hay ningún elemento para descartar de plano la responsabilidad de los partidarios de la RAM en el destino de Maldonado. ¿Por qué habría de hacerse? Y no cargo las tintas contra nadie, pero es momento que los funcionarios competentes asuman las incumbencias que les caben de una buena vez por todas. De eso depende el esclarecimiento del caso Maldonado y el del NN que están autopsiando ahora mismo. Después de todo lo que se ha visto y oído nos debemos una gran dosis de verdad. Reconciliarse con la verdad exige responder con sinceridad qué pasó con Santiago Maldonado, exactamente con el mismo ahinco con el que se preguntó dónde estaba. Sólo sabremos qué hacer si nos contestamos en qué nos hemos convertido.