Corría el año 1978, plena dictadura militar, María Romilda Servini de Cubría era una jueza de menores dedicada  a entregar niños a militares arrancados a sus padres.

Legó a manos de María Romilda Servini de Cubría en extrañas circunstancias, dado que mi hijo aparecía en el expediente abandonado por su mamá de quien yo ya estaba separado, hecho que la mamá de Horacio jamás aceptó.

Cuando me enteré que Horacio estaba en Casa Cuna por orden de la jueza y que ese juzgado intervenía, me presenté en el juzgado y fui atendido por un señor alto de cabello oscuro con una renguera notoria a quien yo conocía por ser un compañero del Grupo Libertas de Alcohólicos Anónimos al que ambos concurríamos.

Él fue el encargado de informarme que me olvidara de mi hijo, que estaba destinado a otra familia, que estaba en Casa Cuna momentáneamente. Tuve en Casa Cuna el impedimento de verlo bajo amenaza de llamar a la comisaría y quedar detenido.

A pesar del terror fui cientos de veces a averiguar por mi hijo a ese juzgado al que subía por una escalera angosta al tercer piso de Tribunales de Talcahuano 550.

La respuesta siempre fue tan lacónica como terminante, se me atendía en la puerta sin permitirme el acceso a las oficinas del juzgado.

Pasaron varios años soportando mis visitas semanales a ese juzgado, ya promediaba 1982, y por lástima un escribiente desde el otro lado de la puerta dijo con vos fuerte que el trámite de adopción de mi hijo Horacio se llevaba adelante en otro juzgado y al salir al pasillo me entregó un papel con la dirección diciéndome en voz baja, ponete una corbata vas y pedí el expediente.

Al día siguiente ya estaba leyéndolo, ahí obtuve el nombre de los padres adoptivos que vivían en la localidad de San Martín. Osvaldo Campos y Leticia Labonia. Los busqué y los encontré.

Me entrevisté con ellos y les agradecí que hayan cuidado de mi Horacio y que estaría al alcance de un llamado telefónico cuando necesitaran de mí. Ellos no me permitieron verlo hasta 1986, pero me informaban siempre de sus avances en la escuela.

En 1986 los padres adoptivos de Horacio me invitaron un domingo al mediodía a casa de unos parientes donde estaría Horacio bajo la condición que yo en ningún momento dijera que era su padre biológico. Acepté. Fui con mi actual esposa y jugué al chinchón con él.

Para el año 1991 cuando yo trabajaba en Radio Nacional, me vino a ver Osvaldo Campos para informarme que Horacio se había enterado de mi existencia y recién ahí reiniciamos nuestra relación.

Hoy Horacio vive en Brasil tiene 41 años de edad y mantenemos contacto permanente a través de las redes sociales.

María Romilda Servini de Cubría me robó a mi hijo Horacio Alejandro que hoy lleva el apellido Campos, cuando yo contaba con 18 años de edad, sin experiencia, sin cobertura letrada y con la espada de Damocles que significaba tener las restricciones de los derechos en una época triste. No pudo romper el lazo afectivo, el amor fue más fuerte.