Vamos a ordenar la información. Desde que desapareció el San Juan hasta este momento no hay noticias concretas del submarino, no se encontró un sólo rastro.
Vamos a la información objetiva. El último mensaje que envió el submarino ARA San Juan y que la armada recibió el 15 de noviembre, decía, textual:
“Ingreso de agua de mar por sistema de ventilación al tanque de baterías N°3 ocasionó cortocircuito y principio de incendio en el balcón de barras de baterías. Baterías de proa fuera de servicio. Al momento en inmersión propulsando con circuito dividido. Sin novedades de personal mantendré informado”.
Luego no hubo ningún otro contacto. “Puede ser que esté navegando y que el problema sea con las comunicaciones. No hay que aventurar. Puede haber un montón de fallas o averías. No quiero dramatizar con este tema”, dijo Balbi, por entonces.
Ayer la Armada dio detalles del principio de incendio a bordo.
Las causas de la entrada de agua podrían ser, según los expertos, una falla en la válvula del snorkel, que se abre para permitir el ingreso de aire y se cierra para impedir la entrada de agua. Todo indica que el submarino sufrió un desperfecto. Un submarino cuya reparación la ex presidente presentó con bombos y platillos. De acuerdo con la información judicial, existieron numerosas denuncias de corrupción: baterías que debieron ser reemplazadas y fueron replacadas, jueces, no sólo Oyarbide, que se hicieron los distraídos y archivaron las denuncias.
Hasta la semana pasada, referirse a las bombas que dejó el kirchnerismo era una metáfora del estado de la economía. Desde el dramático momento en que se detectó en el mar “un sonido consistente con una explosión”, aquella parábola amenaza con convertirse en una frase literal. El gobierno anterior dejó un país inflamable, dicho esto en sentido lato. Los sectores más salvajes de la política argentina apostaban a un estallido social y ahora se regocijan con la posibilidad de un estallido real. Esos mismos que festejaban las ocurrencias de la ex presidenta en el Patio de las Palmeras, son los mismos que escribieron enfrente, en las paredes del Cabildo, “44 menos”.
Existen preguntas más inquietantes aún que deberíamos hacernos. ¿Cuántas bombas reales a punto de estallar quedan ocultas detrás de la cosmética que instaló el populismo? El populismo no se ocupa de las cosas invisibles; no se interesa por la infraestructura, por el funcionamiento de lo que queda por debajo de la mirada pública. Todos son artilugios y mascaradas. Conservamos el archivo fresco de los disfraces de Cristina.
La Cristina que exhibía su rolex presidente y sus joyas, la Cristina combatiente del Vietcong cuando viajó a las Seychelles e hizo escala en Vietnam, la Cristina pastora evangelista del primer tramo de la campaña y la Cristina vendedora de empanadas que vimos en Tucumán. Veremos qué nos depara la Cristina que asumirá mañana en el Senado.
La propia expresidenta se encargó, personalmente, de botar “al agua pato” al ARA San Juan, después de una reparación envuelta en sombras. Existen fuertes sospechas de que la reparación de media vida del submarino fue, como casi todo en aquellos doce años de gobierno, una estafa.
Las preguntas inquietantes son varias y es necesario conocer las respuestas cuanto antes. ¿Qué infraestructura nos dejaron? ¿Cómo es el estado real, para decirlo en términos del propio populismo, del subsuelo de la patria? Muchas voces se alzaron en contra del gobierno por el estado calamitoso del material de las fuerzas armadas. Es posible que ni siquiera el gobierno lo sepa.
Para eso es vital que los funcionarios públicos no sean actuales militantes del gobierno anterior. Tal vez lo que no sabemos sea mucho peor de lo que imaginamos. Ahora bien, ¿se puede parar por completo el país como si tuviera un switch único y ponerlo en off para revisarlo hasta el último cable? ¿Cómo estarán los gasoductos, los oleoductos, las represas, las termas hidroeléctricas, las centrales nucleares, los tanques, los aviones de la fuerza aérea, los tendidos eléctricos, los cables, los caños de agua, los vagones, las locomotoras, las vías, los durmientes de los trenes? Tuvimos la respuesta de esto último con la tragedia de Once. ¿Cuántas tragedias de Once potenciales nos dejaron?
Es imposible parar el país hasta hacer un inventario y comprobar el estado de las entrañas de Estado. Fueron décadas de abandono, de desidia, de saqueo. Acaso vivamos en un inmenso campo minado y el gobierno deba moverse con absoluta cautela antes de dar un paso, de enviar un avión militar al cielo o un barco al mar. En ese campo minado nos movemos todos nosotros a ciegas.