Junto con el enorme dolor que nos ha golpeado en las últimas horas, se encendieron cientos de luces rojas y la sociedad argentina comenzó a hacerse preguntas que debió haberse formulado hace décadas.
Llegará, es inevitable, el tiempo de la rendición de cuentas, del metafórico "pase de facturas", de la búsqueda implacable de responsables. Y puedo afirmar, casi con la misma certeza, que esa rendición de cuentas se agotará en aquellos que luzcan una gorra blanca con escudo de la Armada.
Durante décadas, los que hemos tripulado y comandado buques de guerra en el mar, tuvimos que luchar contra la apatía, la indolencia y la ignorancia de aquellos que tomaban las decisiones sobre nuestro presupuesto.
Por lo tanto, salir al mar implicaba una dosis a veces sobrehumana de voluntad, de amor por la camiseta, de orgullo profesional y hasta de rebeldía.
Aprendimos a suplir la falta de recursos con creatividad, pedirle equipos o repuestos al buque de al lado, conseguir una reparación de última hora en los talleres, extremar la imaginación para resolver con ideas aquellos problemas que sólo se resuelven con recursos materiales y finalmente, por qué no, atar con alambre y rezar para que aguante.
De hecho, esta creatividad voluntariosa y a veces voluntarista, pasó a ser uno de los atributos más valorados en el joven oficial o suboficial de la Armada.
Cada tanto nos preguntábamos: "¿Y si probamos con plata?", sabiendo que lamentablemente era una pregunta retórica.
Simplemente, la Nación no nos asignaba un papel relevante, en consecuencia no había respaldo presupuestario y en definitiva la opción era asumir los riesgos o paralizarnos definitivamente.
Esta situación era más extrema en los medios de más riesgosa operación: aviones y submarinos. Aviadores navales y submarinistas debían ser mucho más estrictos porque sus vidas estaban en juego de modo mucho más evidente e inmediato.
Esta situación penosa se extendió durante años. No ocurrió durante algún gobierno en particular, aunque resulta evidente que algunas gestiones nos castigaron más que otras.
Creo que más del 90 por ciento de nuestro personal inició su carrera después de la restauración democrática, pero la renovación vegetativa no importa mucho cuando la desconfianza es virtualmente innata y nos alcanza por el simple hecho de ser lo que queremos ser.
Ahora ya está. Ahora perdimos un submarino con 44 almas a bordo.
Lo más doloroso es la pérdida de jóvenes vidas, ciertamente. Pero las insinuaciones acerca de la irresponsabilidad implícita en la operación de un buque en condiciones precarias es casi tan dolorosa, porque es esencialmente injusta. Lo es para quienes conocemos el enorme esfuerzo, cariño y compromiso con que ellos llevaron adelante su vocación. Lo conocemos porque sentimos lo mismo.
Como dije líneas arriba, esta tragedia es de todos aunque la responsabilidad sólo recaiga en algunos.
Cuando la carrera de un militar es interrumpida por algún error severo, ocurre algo especial: ese hombre pierde su profesión definitivamente, sin vuelta atrás. Pasa también con policías y gendarmes.
Esto no es una crítica ni una queja, es un dato de la realidad. Nos matan con una sola bala, y muchas veces "por las dudas". Y eso es lo que va a ocurrir ahora. Lo afirmo porque ya empezó a ocurrir.
Durante la última semana de pesadilla que hemos vivido los argentinos, en particular los marinos, se produjeron "fricciones" entre militares y políticos.
¿Por qué ocurren? Porque pensamos de manera distinta, cada uno con su propia estructura de valores, ideales y objetivos legítimos.
Mi ética profesional me impone, por ejemplo, pedir mi relevo si el buque que comando sufre una varadura, colisión o incidente grave. Después vemos si soy culpable, pero mi responsabilidad me exige el proverbial "paso al costado" aunque sea provisorio.
Ahora, nuestros dirigentes se abocarán a la redituable tarea de "establecer responsabilidades". Yo quisiera preguntarles si van a ir a buscar a su casa a los ministros de Defensa de los últimos 50 años, si van a cuestionarse aunque sea frente al espejo, sus propias decisiones o la falta de ellas.
Esta semana ha sido penosa para todos los marinos argentinos, pero especialmente para aquellos que aspiran a continuar con su incipiente carrera. Su futuro es incierto y lo saben.
Voces tan estridentes como ignorantes hablan hoy con equívoca solvencia de conceptos técnicos que lleva una vida comprender. Fueron directores técnicos hace dos meses, peritos forenses el mes pasado y submarinistas avezados hoy. Es inevitable, pero doloroso, especialmente cuando desde un micrófono cuestionan aptitudes profesionales que no están ni remotamente capacitados para evaluar.
Castiguemos a los culpables, está bien, aunque sólo sea a algunos. Si no podemos castigar a los que deberíamos, al menos hagámoslo con aquellos más fácilmente castigables.
Pero después, cuando se aplaquen los ánimos y se curen los dolores del alma, sepamos que pese a las adversidades, pese a la injusticia de pretender que carguen con los errores de hace 40 años, pese a la indolencia y la apatía de una sociedad que debería velar por ellos, sigue habiendo jóvenes argentinos cuya principal aspiración es defender a su patria en el mar.
Su Patria debería permitir que lo hagan.
(*) Capitán De Navío (RE) y veterano de la Guerra de Malvinas.