Hace unos días, me crucé con Marcelo Padilla, sociólogo mendocino, con quien me une una relación extraña, cercana a lo que podría ser una amistad. Lo conozco desde mis días en MDZ On Line, donde llegamos incluso a hacer un programa de radio juntos (uno solo, aclaro).
Aún hoy me río cuando recuerdo su bizarro cruce al aire con el economista José Luis Espert, al que acusó de escribir en diario La Nación.
Como sea, Marcelo pasó por la redacción de Mendoza Post, donde suele escribir sus columnas de los lunes y yo despunto como editor en Jefe. Mientras se llevaba su caja navideña, me espetó: “Estás muy esquizofrénico, un día le pegás a Cristina, otro día le pegás a Macri, tenés que decidir en qué vereda te ponés”.
Me sorprendió la acusación y solo atiné a responderle: “Soy periodista, hago periodismo, no hago militancia política, le pego al que le tenga que pegar, con los elementos que poseo en cada caso”.
Marcelo me miró sorprendido, intentado que la mueca de su boca se pareciera a una sonrisa. “Acá hay un una línea divisoria, hay que elegir de qué lado estar”, insistió.
No me amilané: “Eso es militancia, no periodismo. Yo estoy obligado a tratar la información de manera independiente a quien aparezca involucrado”. No lo digo yo, lo dicen todos los manuales que forman al hombre de prensa. Sin embargo, se ve que es un concepto que para algunos es complicado de entender.
Me pasó, por caso, en el marco de la discusión del expediente que terminó con Amado Boudou en prisión. En 2012, cuando hice la denuncia por enriquecimiento ilícito contra el entonces vicepresidente, debí tolerar la furia de docenas de militantes K que me acusaban de embestir contra una suerte de “patriota”.
Cuando les preguntaba si estaban al tanto de los alcances de mi denuncia, todos respondían lo mismo: “No”. ¿Cómo entonces podían discutir algo que desconocían?
Finalmente, se terminó comprobando que Boudou no podía justificar su fortuna y su humanidad terminó tras las rejas. Dicho sea de paso, aún espero las disculpas de quienes me putearon entonces.
Como sea, la creencia de que se puede ser militante y periodista al mismo tiempo, es un error conceptual grave, que denota la falta de preparación de algunos hombres de prensa.
El periodista es un eterno buscador de respuestas, mientras que el militante ya las posee todas. Uno es un hombre que hurga todo el tiempo; el otro es un dogmático. ¿Cómo podría relacionarse una cosa con la otra?
El militante, ya sea de izquierda o de derecha, es un tipo peligroso, porque siempre encuentra conspiraciones detrás de cualquier información que lesione los intereses que defiende. En lo personal lo he vivido de ambos lados de la grieta, ya sea denunciando la corrupción del kirchnerismo y/o del macrismo.
Es curioso, porque nadie se ha detenido mirar qué hay detrás de mis denuncias. Ninguno se ha tomado un minuto para analizar documento alguno. Lo más sencillo es la descalificación.
Toda vez que he intentado debatir con un militante, ha sido agotador e infructuoso, porque, cuando se quedan sin palabras frente a la evidencia, empiezan con los manotazos de ahogado.
El más común, es aquel de comparar los extremos. “Vos le pegás a Macri, pero Cristina fue peor”, es el más común, hipótesis que también opera al revés. Es parte de lo que la grieta nos legó.
Por eso, como digo siempre, hay que escapar a la trampa de la ideología al hacer periodismo. Lo que deben analizarse son los hechos, más allá de quiénes aparezcan involucrados. Luego, cualquiera puede tener su “corazoncito” a favor o en contra de quien sea. Pero ello jamás debe involucrarse en el trabajo profesional. Jamás.
Más que nada porque siempre está presente aquella premisa que advierte que “la información no nos pertenece”, sino a la ciudadanía.
Jamás hay que olvidar lo que dijo alguna vez Bill Kovach, editor del New York Times, una de mis frases de cabecera: “El periodismo es la primera versión de la historia”.