Una nube espesa de humo de marihuana proveniente de California está cubriendo Washington D.C., aumentando aún más la grieta política, racial, social que asola al país. Este humo podría desestabilizar fatalmente el difícil equilibrio existente entre el gobierno federal con los diferentes gobiernos estatales, especialmente con aquellos que han legislado o están por legislar el uso de la marihuana con fines recreativos. El primero de enero de este año California pasó a pertenecer al grupo de Estados de la Unión en aprobar el uso recreativo de esta droga, sumándose así a los Estados de Colorado, Oregon, Washington, Alaska, donde ya es legal, y a los que próximamente se sumarían Nevada, Arizona, Maine y Massachussetts. De esta manera se crearía el mercado legal de marihuana más grande del mundo.
California es hoy en día la sexta economía más importante del planeta. Sin embargo las arcas del Estado están vacías. Gracias a esta nueva ley California espera refinanciarse con los impuestos de la venta de marihuana sin tener en cuenta el aspecto tan importante de la salud pública, principalmente la de sus adolescentes y la de sus jóvenes. Hasta el año 2021 recibiría gracias a la inyección de los impuestos provenientes del negocio de la marihuana unos 40.000 millones de dólares. Esto de acuerdo a estudios de la BDS Analytics, una organización científica perteneciente a Arcview. Tengamos en cuenta que los impuestos a la marihuana en California llegarán, bajo esta nueva legislación, a un 35% que van directamente a las arcas del gobierno. Un negocio redondo para el alicaído Estado californiano.
Uno de los argumentos más fuertes utilizados para la legalización de la droga fue el de combatir al narcotráfico y al comercio ilegal con la subsecuente criminalidad. Pero la realidad va a ser otra. Como a muchos consumidores los precios de la marihuana legal les van a resultar muy onerosos, seguirán seguramente recurriendo al importante mercado negro que continuará floreciendo como antes sin que las mafias del narcotráfico y la criminalidad se reduzcan. Aparte de las grandes mafias, continuarán existiendo los tradicionales pequeños productores del mercado negro que desde añares se encuentran en zonas apartadas, al borde de ríos de difícil acceso, en medio de bosques centenarios, sin control policial alguno, destruyendo el sistema ecológico existente. Muchos de estos pequeños productores son viejos hippies, algunos veteranos de guerra, víctimas de la drogadicción, hábiles en el manejo de las plantaciones. Últimamente han tenido que hacer frente a mafias criminales de mejicanos, centroamericanos, asiáticos y también a aquéllos provenientes de Europa oriental, todos ilegales que les están disputando sus tradicionales territorios. La criminalidad crece y la policía no tiene órdenes de sus jefes para poder actuar.
Otro aspecto es la desolación y depredación del medio ambiente en este Estado, que podemos comprobar por ejemplo en el Humboldt County, en la parte norte de California. Vistas aéreas nos muestran estos estragos, donde difícilmente se podrá reforestar o cambiar las plantaciones de las devastadas tierras. Justamente, años atrás, ésta era una zona de gran riqueza forestal, con bosques centenarios. Su economía se basaba en la riqueza forestal, y hoy, lamentablemente, en las plantaciones de cannabis. Las vistas aéreas nos muestran parcelas protegidas con alambres de púas y guardias de seguridad fuertemente armados. Mientras tanto en los desiertos de California del sur, grandes compañías como la Cal-Cann-Holding, que hasta ahora produjera marihuana para uso medicinal, piensan extender sus plantaciones considerablemente con la ayuda de la última tecnología, como la solar, con lo que aumentarían las cosechas anuales en cinco veces, llegando a obtener 8.000 libras de hashisch al año. Consideremos que actualmente se paga 1.600 dólares por libra puesta en el mercado.
Hasta la tradicional vitivinicultura californiana está en peligro de desaparecer o de reducirse drásticamente frente a este embate de la producción masiva de cannabis, un verdadero flagelo que azota a la nación norteamericana, una verdadera “fiebre del oro verde “. Ya está presente la dura confrontación entre productores de marihuana y vitivinicultores, que luchan por su sobrevivencia. El diálogo es muy difícil. El vino “made in California” producido por más de 4.000 viñedos es un negocio millonario. Después de Francia, Italia y España, bien sabemos que el Estado californiano es uno de los más importantes del mundo y ahora está en peligro. Ya los dos bandos se disputan los trabajadores, que obtienen salarios considerablemente más elevados en las plantaciones de marihuana que en los viñedos, por lo menos 20 dólares por hora. Muchos son ilegales traídos por importantes mafias mexicanas. Las presiones para que dejen de plantar y cultiven el cannabis son muy grandes. Imaginemos que pudiera suceder algo similar en las zonas vitivinícolas argentinas, Dios nos guarde, pero de haber seguido gobernando el país la mafia narcotraficante de la ex presidenta Cristina Kirchner, no hubiera sido un futuro tan difícil de imaginar.
Entre los grandes emprendedores de este multimillonario negocio de la marihuana, se encuentra, obviamente, George Soros, el odiado pero poderoso especulador internacional que puso parte de su fortuna buscando imponer una rabiosa globalización, utilizando la despenalización de las drogas como uno de sus instrumentos claves para sus diabólicos propósitos. Su presión para despenalizar las drogas, utilizando sus millones, recorre todo el mundo, desde el pequeño Uruguay hasta los Estados de la Unión, como California. Su criminal divisa es bien sencilla: a mayor producción, mayor consumo y mejores ganancias, y todo esto sin tener en cuenta la salud pública!
Pero no todo es color rosa, ni para los Estados mal llamados progresistas, ni para los productores, ni para los consumidores. La legislación de la marihuana en California y otros Estados de la Unión ha llevado a una gran confrontación entre el Gobierno en Washington y los Estados rebeldes. A diferencia de los gobiernos anteriores de Barack Obama, que criminalmente banalizara el consumo de alucinógenos y que hiciera tan poca cosa para combatirlo efectivamente, tanto sea la marihuana como la cocaína y la heroína, la actual administración de Donald Trump, con todos sus errores y críticas que se le puedan hacer, ha declarado una guerra abierta al consumo de los opiáceos, tal como lo prevé la Constitución vigente. A través del ministerio de Justicia, al frente del cual se encuentra Jeff Session, éste ha dado órdenes precisas a sus fiscales para que penalicen fuertemente todas las contravenciones existentes. Esta directiva política y jurídica ha caído obviamente como una bomba en los círculos que apuestan al gran comercio y al gran consumo de la marihuana. Ya muchos de los fiscales “progres” se niegan a aplicar los nuevos reglamentos, están en rebeldía, creando una gran tensión entre gobierno federal y determinados Estados de la Unión. La posición de Jeff Session es bien clara y así lo ha declarado: “Rechazo la idea que América pueda transformarse en un lugar mejor si se vende marihuana por todos los rincones del país. Yo rechazo esta idea, tanto como el uso de la heroína y la cocaína”. Es así que ya está programado un largo y duro enfrentamiento político entre las partes, que evidentemente tiene una fuerte componente económica, que hipócritamente se quiere ocultar.
Cuanta hipocresía, cuantos intereses económicos creados, cuanta politiquería encubridora y mentirosa, en la cual también participa una gran parte de la prensa; ninguna campaña efectiva que muestre un camino para que los EE UU se libere de las garras de las drogas, y que éstas no se vuelvan parte negativa del American Way of Life. Se ha perdido mucho tiempo, y la administración anterior no ha consultado ni les ha dado la voz suficiente a los especialistas del tema, los científicos, los toxicólogos, los médicos, los psicólogos, psiquiatras, las verdaderas fuentes a consultar, y que hasta ahora no se les ha dado el protagonismo que deberían tener, voces que debieron ser preponderantes en esta crisis que tiene forma de epidemia. La inmensa mayoría entre ellos está de acuerdo en que durante las Administraciones del ex Presidente Obama ha disminuido considerablemente la percepción de riesgo para la salud vinculada al consumo del cannabis.
Es por eso reconfortante haber oído hablar el día 30 de enero de este año, hace pocos días, en su Mensaje Anual a la Nación, al Presidente Donald Trump afirmar claramente que está decidido a presentar batalla frente a las garras de las drogas. Era tiempo de oír tal mensaje, independientemente del partido político al que se pueda pertenecer o a las críticas que pueda merecerse el primer mandatario norteamericano.