El pasado 8 de marzo, Día de la Mujer, se produjeron diversos actos a nivel mundial, convocados por diversas consignas, muchas de las cuales, reúnen un fuerte apoyo de los pueblos de las distintas naciones del planeta. Sin embargo, en nuestro país, la convocatoria fue totalmente desvirtuada, mediante la lectura, desde el palco instalado por los organizadores, de un documento claramente sectario y faccioso.
Esta tergiversación de movimientos, organizaciones y hasta instituciones originariamente transversales y pluralistas no es nueva para la secta que conduce Cristina Kirchner. Lo ocurrido pudo verse o escucharse en vivo y en directo, por los medios masivos de comunicación, y repetirse hasta el cansancio por las redes sociales. Sin embargo, lo que se ha visto es solo la punta del iceberg.
Desde sus inicios, el peronismo transformó a los sindicatos en organizaciones con filiación político-partidaria, y lo mismo hizo con el Estado y sus funciones.
Algo similar intentó el kirchnerismo desde el gobierno con relación al estado y a diversas organizaciones de la sociedad civil, y ahora aplica idéntica receta desde su poder residual. Un poder incapaz de construir, pero con alta capacidad de dañar las relaciones sociales.
En varias oportunidades describimos, desde este medio, la intromisión del kirchnerismo en las escuelas públicas, transformando en organizaciones partidarias tanto a gremios docentes, como a cooperadoras escolares, con capacidad de bajar línea política y gremial a los niños que la escuela debe educar. Niños que se transforman en un auditorio cautivo de autoridades, docentes y establecimientos educativos que todos pagamos con nuestros impuestos. La primera consecuencia de esto es la destrucción de la relación de confianza entre la familia y la escuela. La segunda, tanto o más grave que la primera, es que los futuros ciudadanos, nuestros chicos, están creciendo y se están educando en una cultura institucional donde es válido apropiarse, con fines facciosos, de aquello que pertenece a todos.
Para enfrentar este tipo de situaciones que sufre el niño en la escuela, el trabajador no peronista ante su sindicato y su obra social (por lo general alineados al peronismo), o el simple ciudadano que adhiere a un movimiento transversal y pluralista que luego es desvirtuado, es poco lo que hace la sociedad. Lo que se advierte es que los argentinos solemos naturalizar estas situaciones y optamos por quedar rehenes de estas sectas, cuando en realidad, si queremos cambiar, deberíamos apartarnos de los representantes del fanatismo y, de ser posible, intentar construir sin ellos las organizaciones, las instituciones y los movimientos donde mande una pluralidad inteligente. Es decir, una pluralidad amplia, pero que no incluya al germen de su propia destrucción.
Siguiendo con el ejemplo que dio inicio a esta nota, no hubiera sido tan complicado que los sectores no kirchneristas, convocaran a una manifestación por el Día de la Mujer en un lugar distinto, a una hora distinta, aislando así a fanáticos que llegaron a pedir la “aparición con vida” de alguien que, lamentablemente, fue hallado sin vida, ahogado por accidente, en un río patagónico.
Aislar a los sectarios, a los antidemocráticos, a quienes ponen sus ideas por encima de la legalidad que debe regir para todos, es la única manera de acotar su capacidad de daño sobre la sociedad. De lo contrario, con nuestro silencio y con nuestras conductas, seguiremos legitimando la destrucción de nuestra institucionalidad.