En el gobierno y entre los simpatizantes de Cambiemos hay un debate complejo que calienta los ánimos. ¿Qué debe hacer el presidente Mauricio Macri con el peronismo en esta coyuntura tan delicada? El oficialismo, ¿debe cumplir con su responsabilidad con, contra o sin el peronismo? Fue elegido en 2015 para gobernar. Y en 2017 fue ratificado en las urnas por lo menos, como la opción menos mala. Respaldo electoral, tiene. Venció al peronismo de Cristina en tres ocasiones consecutivas y en la provincia de Buenos Aires le produjo la derrota más grave de su historia. Con esto quiero decir que ni a Macri ni a Cambiemos les falta legitimidad. Pero también hay que reconocer que más de 12 años de kirchnerato dejaron el país quebrado y fundido, sembrado de bombas de tiempo y que reconstruirlo es una tarea titánica para la cual se necesita del mayor poder político posible. Sobre todo después que la devaluación y la crisis económica demostraron que no es tan fácil quebrarle el espinazo a la inflación y mantener bajo control al dólar y a las principales variables.
Nadie habla de cogobernar. El ciudadano puso a Macri en el gobierno y a distintas variantes del peronismo en la oposición. Pero está claro que con el actual gobierno solo no alcanza para afrontar la dimensión descomunal de lo que hay que hacer.
Un gobierno que no tiene mayorías parlamentarias y apenas cuenta con 5 gobernadores podría manejarse muy bien en algún país europeo. Pero en Argentina necesita ampliar las bases de sustentación para rodear de fortaleza a su legitimidad electoral. Es cierto que para hacer una convocatoria a colaborar es un poco tarde. Que el gobierno fue soberbio y autosuficiente en exceso. Debió haber convocado desde la fortaleza. Al día siguiente de Macri presidente o del triunfo en las elecciones parlamentarias. En ese momento el peronismo estaba confundido, en asamblea permanente y casi resignado a perder nuevamente en el 2019. Daban por segura la reelección de Macri y eso hubiera sido un imán poderoso para sumar ministros, asesores, secretarios que le dieran mayor pluralismo y poder territorial al gobierno. Eso no se hizo en el momento en que había que hacerlo y ahora todo es más cuesta arriba. Ahora el gobierno está más débil, sin la reelección asegurada y necesita ayuda para ajustar gastos y recortar beneficios y eso no es muy atractivo para nadie.
Pero no todo está perdido si se hace política con mayúsculas. Si se apela al patriotismo sin mezquindades de ningún lado. Los que tienen la responsabilidad de gobernar están en el mismo barco y pueden sufrir las mismas turbulencias. Los gobernadores y los intendentes del peronismo, seguramente tiene muchos intereses en común con Macri. Hay que explorar cada situación y realizar acuerdos puntuales que beneficien a ambas partes y que se cumplan. No es necesario que nadie pierda su identidad partidaria. Pero conseguir préstamos blandos a tasa baja es algo que se podría gestionar en conjunto, por ejemplo. O aumentar el consumo y la producción y bajar la inflación y el trabajo en negro. O los paros salvajes y los piquetes. Hay un largo menú de temas compartidos que se pueden negociar en común entre gobernantes de distintas camisetas partidarias y eso fortalece la democracia y las instituciones porque se muestran aptas para resolver los problemas concretos de los ciudadanos.
Todos los dirigentes políticos deben tener presente el 2001 y esa consigna terrible de que se vayan todos y no quede ni uno solo. Todas las encuestas demuestran una caída fuerte en la imagen positiva de Macri y sus compañeros de ruta. Pero no hay ningún dirigente que haya aprovechado eso para crecer en la consideración popular. Ojo con esto. Es peligroso que una porción importante de los argentinos exprese su desilusión y su desencanto con “todos” los políticos. Eso lleva al caos y a que tenga chances cualquier experimento antidemocrático y autoritario y potencia a extremistas violentos. El vacío en la política suele ser cubierto por caudillos populistas de derecha o izquierda. Por aventureros irresponsables. Eso dice la experiencia histórica. Por lo tanto creo que la chicana y la venganza nos llevan al precipicio institucional. Y que eso habla de una inmadurez republicana tremenda.
Por lo tanto, no tengo ninguna duda de que el gobierno de Cambiemos tiene que hacer una convocatoria real y no para la tribuna con la mayor amplitud posible. Por supuesto que en ese nuevo contrato democrático de gobernabilidad deben calzarse beneficios, acuerdos y convivencias por seis años o más para que quede comprometido el próximo gobierno que nadie sabe de qué color partidarios va a ser.
Hay un importante sector de la población y de los votantes de Cambiemos que tienen otra mirada. No quieren saber nada con el peronismo. Dicen que todos son lo mismo y que siempre se juntan como en estos días contra el aumento de las tarifas y con demagogia populista para después clavarle un puñal por la espalda al gobierno de Macri como ya lo hicieron con Fernando de la Rua, Raúl Alfonsín, Arturo Frondizi y Arturo Illia. Este razonamiento es respetable porque se apoya en la experiencia histórica y tiene parte de la verdad, pero no toda la verdad.
Creo que es responsabilidad fundamental de todos, aprobar esa asignatura pendiente que tenemos como nación y que un presidente no peronista termine su mandato en tiempo y forma, algo que no ocurre hace 90 años. Por lo tanto sostengo que para salir del feroz populismo autoritario y cleptocrático lo menos lastimados posibles, se necesita una coalición de mayor envergadura y colorido ideológico. No hay que caer en sectarismos infantiles. Hay que abrir las puertas y ventanas del gobierno a todas las figuras democráticas y que tengan algo para aportar desde la excelencia de sus capacidades.
Por supuesto, creo que no hay que caer en ingenuidades. No todos pueden estar en el barco de la recuperación plena de la democracia, la ética y la república. Los culpables de haber producido tanto daños tiene que ser excluidos. No nos pueden dar cátedra y ofrecerse para apagar el incendio que ellos mismos dejaron.
Una cosa es ser amplio en la convocatoria y otra muy distinta es ser suicida. Los corruptos y los golpistas, obviamente, deben quedar afuera. En la otra vereda. Ellos son la plaga que hay que combatir, denunciar y que la justicia se encargue de llevarlos a la cárcel y de que devuelven todo lo que robaron.
Nada se puede acordar con las mafias a las que hay que desarticular. Aquellos que apuestan a defender sus privilegios mediante patotas o aprietes deben ser extirpados del sistema democrático. Hablo de los Moyano, los Pata Medina, los Caballo Suárez. Aquellos que se robaron el dinero y el futuro de los argentinos deben pagar por lo que hicieron. Hablo de Cristina, sus hijos y sus cómplices: De Vido y el cártel de la obra pública, Amado Boudou, Cristóbal y Lázaro o los acusados de conspirar con estructuras violentas y castrenses como Milagro Sala, Fernando Esteche o el general César Milani.
Hay que convocar a todos a la gran épica de refundar la Argentina. Hay que sumar a todos a la tarea de bajar la pobreza y la desocupación a cero. Hay que cortar mucho más grueso de lo que el gobierno está cortando ahora. Un gran acuerdo nacional necesita de todos pero también necesita excluir a algunos: los responsables del desastre, los ladrones y los mafiosos son los enemigos del sistema y de la convivencia pacífica social.
Con todos los hombres de buena voluntad es posible dialogar y llegar a acuerdos de mutua conveniencia aunque sea en algunos temas.
Con los conspiradores no se puede hablar. Tienen que ser castigados con todo el peso de la ley. Así de fácil. Así de complicado.