La protesta social en aumento, el endeudamiento crónico y una política errática en el manejo de distintas esferas de la economía abren nuevos interrogantes sobre cuán viable será el pedido de ayuda al FMI y el margen de maniobra que tendrá Mauricio Macri para profundizar el ajuste.
Esta semana fue pródiga en reclamos, con foco en metrodelegados y docentes, dos gremios enfrentados con dureza al macrismo, por distintas razones, pero con similar capacidad de daño.
Pero se vienen nuevas protestas de piqueteros y hasta de gremios que hasta ahora venían dialogando con el Gobierno, como los estatales de UPCN, cuyo jefe, Andrés Rodríguez, ya avisó que observa "conflictividad" en el futuro, por la magra propuesta de subir 12% los salarios.
En medio de ese clima cada vez más irrespirable Macri deberá convencer a los tecnócratas del FMI de que su gobierno está en condiciones de profundizar el ajuste para reducir el déficit fiscal a una meta reclamada que, se espera, rondará el 1,5% sobre el Producto para 2019.
El Gobierno está jugado a la plata del Fondo y el ministro de Finanzas, Luis Caputo, le presentó un informe al presidente en el cual sostiene que, de obtenerse unos 30.000 millones de dólares, su gobierno no tendrá sobresaltos financieros hasta fines del año próximo.
En octubre de 2019 habrá elecciones presidenciales, y Cambiemos necesita llegar con cierta tranquilidad a esa fecha si quiere tener alguna chance de acceder a una nueva oportunidad de gobierno.
A un año y medio de ese objetivo, las encuestas reflejan el malestar de la sociedad con una gestión que hasta ahora sólo le ha deparado sinsabores: la devaluación para dejar atrás el cepo kirchnerista, la suba de tarifas para empezar a compensar errores que le costaron la soberanía energética al país y la apertura importadora, fueron un golpe duro tras la fantasía construida durante el segundo mandato de Cristina Kirchner.
La Argentina atrasó más de una década durante ese gobierno, y no sólo económicamente, sino también cultural: ciudadanos y empresas se acostumbraron a vivir de algo que no debía existir, como lo fue la estrategia del subsidio y la prebenda permanente.
El barco parecía ir viento en popa, pero el océano estaba seco, se le inyectaba agua a caudales artificialmente para hacerle creer a los navegantes que todo iba bien.
La capitana del barco tuvo tiempo para bajar y salvarse en el salvavidas que le representó el Senado, pero el resto de los argentinos sigue sobre la embarcación, se dio cuenta de que era una mentira la existencia de agua y debe arrastrar la nave como puede para tratar de arribar a algún puerto.
En su afán por sobreactuar la normalización económica, Macri cometió errores que se agigantan ante esta nueva situación internacional de suba de tasas en Estados Unidos y apreciación mundial del dólar.
Quedó preso de sus promesas de campaña y liberó el cepo cambiario sin antes adoptar ciertas "precauciones" para evitar una acelerada fuga de divisas, buscó un rápido acuerdo con los fondos buitre y abrió en forma acelerada una economía que no está en condiciones de competir siquiera con los países vecinos.
Cambiemos se fijó algunos objetivos irreales que nadie le pidió, las ya superadas metas de inflación fueron un ejemplo, y quiso aplicar políticas de primer mundo en un país que tiene instituciones más cercanas al tercermundismo.
Ahora, con un elevado endeudamiento y una economía rumbo a una nueva recesión, la tarea es faraónica.
Macri mostró la elogiosa actitud de admitir errores y buscar corregirlos, pero un gobierno no puede vivir cometiendo equivocaciones, ya que las segundas oportunidades no suelen abundar en la Argentina.
El presidente quedó atado a lograr un acuerdo con el FMI, que se muestra bien predispuesto a otorgarlo, siempre que a cambio se cumplan sus condiciones de siempre: achicar el gasto público y equilibrar las cuentas.
No es lo único que están mirando los países que mandan en el organismo, como Estados Unidos.
También pretenden determinar si Macri tiene espaldas políticas para cumplir con los acuerdos.
En esferas internacionales hay cada vez más dudas sobre cuál será el color político del gobierno que sucederá a Cambiemos, y que en definitiva deberá afrontar el pago del préstamo stand by y aplicar una buena dosis de las reformas estructurales prometidas.
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, ya admitió que hay partidas presupuestarias previstas para este año que no se ejecutarán, y a esto se suma un fuerte recorte de gastos que se prevé realizar el año próximo.
El principal problema es que una de las pocas áreas donde existen recortes para aplicar en la obra pública, uno de los mayores dinamizadores de la economía.
Si, como trascendió hasta ahora, el FMI aguarda un ajuste que ronde los 200.000 millones de pesos, la tarea será casi imposible de llevar a cabo.
Con una economía en crecimiento, podrían compensarse las cuentas combinando ajustes del gasto y mayor recaudación, pero no sería el caso de la Argentina, cuya proyección de suba del Producto empieza a reducirse mes tras mes.
El Fondo también quiere aumentar el impuesto a las Ganancias, pero los contribuyentes argentinos ya soportan un peso enorme por la abultada presión fiscal de un Estado cuyo funcionamiento no brinda los servicios de salud, seguridad y educación necesarios.
Desde la óptica de los técnicos del FMI, la Argentina debería reducir el rojo de las cuentas públicas al 2,5% del PIB este año -el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, estima 2,7%- y a 1,5% el próximo, justo un período de elecciones.
Para ello debería construirse un gran acuerdo político, para el cual Macri ya no tendría respaldo, sobre todo cuando uno de sus propios aliados, el radicalismo, aparece cada vez más incómodo con el rumbo económico.