Quienes lo conocen, aseguran que Fernando Burlando carece de ética, que solo lo mueve el dinero. Siempre en medio de las polémicas más increíbles, en las últimas horas quedó en medio de la polémica por mostrarse a “ambos lados del mostrador”.
Por un lado, evalúa representar a Juan Darthés ante la denuncia por violación que radicó la actriz Thelma Fardín en Nicaragua; por el otro, defiende a la joven que semanas atrás denunció a Rodrigo Eguillor, hijo de una fiscal, por abuso sexual.
"Darthés, telefónicamente me niega esta situación; lo cual me hace, no digo inflar el pecho, sino suspirar. Vamos a ver qué es lo que pasa. Él lo niega categóricamente", precisó el abogado cuando lo consultaron respecto del hecho que se destapó esta semana.
¿Cómo puede el letrado estar de los dos lados de la cuestión? ¿Dónde está la ética? El pasado 29 de octubre diario La Nación habló de ese tema en una dura columna que casi pasó desapercibida, titulada como “Abogados sin ética”. Allí, hablando sobre Burlando, el matutino sostuvo:
En los últimos años surgió una nueva versión de abogados, a los que llaman "mediáticos", o abogados "de los famosos". Proyectan una imagen deplorable de la profesión, ante la complacencia impávida de los colegios de abogados que controlan el ejercicio de la profesión, instituciones nacidas bajo la premisa de que velarían por el respeto de las normas de ética y por la dignidad de la abogacía.
Algunos aparecen envueltos en las situaciones más escandalosas. No solo se prestan, sino que incluso pugnan por aparecer en los medios. A diario los encontramos comentando sobre cualquier tema, opinando sobre causas o sobre materias que no conocen, elogiando o criticando al magistrado que interviene o vaticinando resultados; o, cuándo no, tomando al medio de difusión como un recurso más para influir ante los jueces o procurarse nueva clientela, en franca violación de sus deberes.
En asuntos penales y de familia, se ventilan sin pudor alguno los nombres y hasta la problemática íntima de clientes y terceros. Estas prácticas demuestran que no se tiene sentido del valor del secreto profesional, pese a que el deber de defenderlo no tiene que ceder ni ante los magistrados. Hay quienes hablan de honorarios profesionales sin consideración alguna, confesando que los fijan por la cara del cliente y no en función de la complejidad y responsabilidad de la tarea profesional encomendada. Otros, con total desparpajo, admiten que sus honorarios entran en un "canje" cuando sus clientes pueden mencionarlos o llevarlos a la televisión; o en causas penales resonantes, que les garanticen difusión mediática. Hablan de millones de pesos o de cientos de miles de dólares, como si el aprovechamiento de la situación, el engaño o la venta de influencia pudiera justificarlos.
Personifican un total desconocimiento de las reglas que consagran los códigos de ética aplicables, como el de los abogados de la ciudad de Buenos Aires, que obliga a "evitar cualquier actitud o expresión que pueda interpretarse como tendiente a aprovechar toda influencia política o cualquier otra situación excepcional". Es así como muchos de estos abogados carecen de los más mínimos frenos morales, y hasta amenazan con dar a publicidad situaciones reales o falsas para obtener resultados económicos, cuando no defraudan a sus clientes bajo el pretexto de tener que comprar la voluntad de los jueces u otros empleados públicos: lo primero, una lisa y llana extorsión; lo segundo, una inconducta que el Código Penal sanciona con prisión.
Las palabras son acertadas y encajan justo con Burlando, quien no pudo explicar sus contradicciones al momento de enfrentarse mediáticamente con la periodista Luciana Peker.