Los síntomas de la crisis económica que se estaba gestando empezaban a hacerse notar en el verano del año de 1999. Carlos Menem transitaba los últimos meses de su segundo mandato en un escenario de alto endeudamiento, una Convertibilidad agotada y con la devaluación brasileña manteniendo al país en jaque.
Pero buscavidas como era, el entonces presidente argentino estuvo lejos de achicarse y lanzó la temeraria idea de instalar una dolarización oficial de la economía que, en resumidas cuentas, significaba hacer desaparecer la moneda local y resignar la soberanía monetaria en forma definitiva.
La propuesta lanzada de manera casual cayó como una bomba, y el Sr. Menem tuvo a todos los sectores políticos, a economistas privados y a la prensa especializada debatiendo las ventajas y desventajas de esta iniciativa durante todo el verano de 1999.
No sabemos quién le trajo aquella idea pero nos imaginamos las motivaciones detrás de ella, que seguramente no se limitaban al anhelo de estabilizar la economía.
Lo que después pasó en Ecuador –que sí se dolarizó plenamente- puede dar una idea aproximada de otros fines perseguidos. Si bien Ecuador logró estabilizarse, la paridad fijada para llevar a cambio la dolarización benefició a grupos de poder que, conociendo de antemano la decisión de adoptar el dólar como moneda de curso legal, se hicieron de unos buenos ahorritos mientras que la gente común veía pasar las campañas oficiales que le pedían confiar en la moneda autóctona en defensa de la nación.
La propuesta de Menem recibió ataques de todo tipo, desde los que se cimentaban en estudios económicos hasta los comentarios basados en la experiencia de la calle. Para el argentino promedio, dolarizar la economía se sentía como poner en venta el país, con una connotación apenas un poco menos grave que izar la bandera estadounidense en Plaza de Mayo en lugar de la celeste y blanca.
Pero el gobierno de Menem se mantuvo en sus trece y el país presentó formalmente el pedido ante los Estados Unidos, y por supuesto uno de los despachos al que llegó la solicitud para ser analizada fue el del influyente Alan Greenspan, el poderoso presidente de la Reserva Federal de EE.UU. en los ’90.
Lo hubiéramos dado todo por ser moscas y haber estado presentes para ver su cara cuando leyó aquellas papeletas donde, haciendo alarde de la típica viveza criolla, Carlos Menem pedía una dolarización formal que iba a convertir al Tesoro norteamericano en el prestamista de última instancia ante las recurrentes y pintorescas corridas bancarias argentinas.
Un elegante “No”
Releyendo las declaraciones publicadas por los diarios el 24 de febrero de 1999, nos queda claro que la respuesta del alto funcionario estadounidense no fue más rotunda por una cuestión de educación y, posiblemente, por algo de lástima también.
La Nación reportó que si bien el titular de la FED admitía que su país iba a estudiar el caso, señalaba que lo haría “aunque más no sea porque la Argentina nos vino a pedir si se puede crear una relación más formal”. Pero Greenspan también advertía que no había consenso en el gobierno estadounidense al respecto y que no les tentaba para nada la idea de tener monedas únicas para grandes áreas del planeta.
El secretario de Planeamiento Estratégico argentino, Jorge Castro, había sido contundente al afirmar que la dolarización era una decisión política irreversible del gobierno de Menem, pero la respuesta de Greenspan fue, además de contundente, lapidaria: “No podemos ser el Banco Central de Estados Unidos y de otros países”, dijo, preanunciando el fracaso de la jugada.
La confirmación llegó un día después, cuando Greenspan declaró que ni ese organismo ni el Tesoro estadounidense tenían el más mínimo interés en dar luz verde al proyecto y convertir a EE.UU. en prestamista de última instancia fuera de su territorio.
Después de esa declaración, a Argentina le quedaba sólo la opción de adoptar el dólar de forma unilateral y extraoficial, lo que de alguna manera ya se había hecho con la Convertibilidad. Pero el debate había terminado. El gigante del norte le había cerrado la puerta al intento de que otro fuera el que pagara la fiesta financiera local.
no lo de la dolarizacion, pero seria bueno que alguien saque a la luz nuevamente el proyecto de regionalizacion. aqui hace falta urgente recortar el gasto politico.
Debemos volver a ser FEDERALES y derogar la Ley PINEDO que es la que hace décadas nos viene ahogando y también de la C. N. la parte de la Coparticipación. Voilver al Federalismo, que cada provincia genere los recursos y tribute a la Nación y no como ahora que todos los meses vienena buscar el cheque y listo, salvo contadas excepciones, les importa un comino la calidad de vida de sus gobernados. Eso junto a los de Rodolfo, podría ser un primer paso para sacar al país de la mediocridad y la miseria.