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Afrancesados

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DE LA HOMOSEXUALIDAD Y LA VIDA PRIVADA
DE LA HOMOSEXUALIDAD Y LA VIDA PRIVADA

    Desde el comienzo de la noche de los tiempos, la sexualidad de los hombres de poder siempre ha suscitado curiosidad, y también cierto morbo malsano. Imaginarse a uno de estos individuos en situaciones comprometidas, siempre junto a otra persona, ha sido motivo de especulaciones que en la mayoría de las veces suscitó ríos de tinta. Cuenta la crónica histórica que Julio César, conquistador de Galia y Cleopatra en su tierna juventud se inclinó por la homosexualidad pero ya en la madurez pecó con todo lo contrario. 

 

       Tanto, que cada vez ingresaba a Roma al frente de sus legionarios estos cantaban: “Maridos de Roma, ¡cuidado!. Les traemos al pelado mujeriego”. Pero ciertamente, ninguno que estuviera en su sano juicio se permitiría la licencia, digamos, de llamarlo “trolo”, o en su defecto “cornudo”, salvo de pretender convertirse en almuerzo para los leones. O en cambio, de diversión para regocijo de la plebe furibunda. Con el advenimiento del cristianismo, de la mano del ascético Saulo de Tarso, la sexualidad queda al descubierto y es echada sin remisión a la gehenna de fuego. Los reyes que por fe o conveniencia abrazaban esa fe, se guardaban muy bien de parecer algo raritos ante sus súbditos, por sacro temor ante la permanente amenaza de un clero altamente influyente.

   Napoleón Bonaparte no fue precisamente un maratonista sexual, pero evidentemente el petiso corso algo debió tener. Pues en los intervalos entre batallas y conquistas, metió en su cama a la condesa polaca María Walewska, a María Luisa de Austria, a varias plebeyas de casi toda Europa, pero siempre se hacía espacio para reclinar su cabeza en el regazo de su amada Josefina. Aquel que en junio de 1814 vería pisoteada su gloria en la llanura de Waterloo, afirmaba que “en la guerra como en el amor, para acabar es preciso mirarse de frente”. Pues ante el enemigo, uno podía hacerlo morder el polvo cara al cielo o viceversa, en ese juego mortal llamado guerra.


Por la boca, muere el pez


   Dicen por ahí que Jacinto Benavente, autor de la obra Los intereses creados, era homosexual y esto era motivo de intrigas malsanas. A tal punto, que un joven periodista no pudo más y le preguntó a quemarropa: “Don Jacinto, ¿cómo empezó en esto?”. Rápido de reflejos, el escritor disparó: “Como usted, preguntando”.

    Semanas atrás, ese tipo de inquisitoria vuelve a escena y llena tapas de revistas. Tal es el caso de Noticias, que se preguntaba acerca de la posible homosexualidad del actual jefe de gobierno porteño Jorge Telerman. Este, también avezado a la esgrima verbal de alto nivel, había respondido “no soy gay, soy afrancesado”. Semejante contrarréplica, dejó pasmados a muchos y como no podía ser de otra manera, CQC levantó el guante. También con similar prestancia, el culto funcionario la dejó picando al dejar sentado que con el pelado cronista, no pasaba nada y sólo eran amigos.
   Más de diez años atrás, el juez federal Norberto Oyarbide fue chicaneado con motivo del escándalo Spartacus. La picadora de carne mediática se ensañó con él, de manera cruel e inoportuna. En una de las tantas entrevistas, con la frente alta declaró algo pasmoso. “Yo a ustedes jamás les preguntaría que hacen con otra persona en un cuarto”, afirmó con los ojos llenos de lágrimas.
   Ningún micrófono, ninguna cámara o grabador tiene derecho a indagar que hace nadie cuando se cierra la puerta de un cuarto. Si este hombre o mujer pública, o del otro sexo no jode a un tercero, tiene el pleno derecho de hacer de su trasero un candelero.
   Y mal que le pese a varios, por la boca seguirá pereciendo el pez.

Fernando Paolella

 

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