El presidente electo jugó al misterio el máximo posible. Hace rato se especulaba con que anunciara su Gabinete el 26 de noviembre, pero dos semanas parecían aún demasiado tiempo y la fecha se corrió al 6 de diciembre, apenas cuatro días antes de tomarles juramento a los elegidos. El motivo del secretismo siempre tuvo que ver con la necesidad de evitarles desgaste a los futuros funcionarios, que tuvieran que salir anticipadamente a contar qué harán en el gobierno y exponerse a críticas prematuras cuando aún no tienen firma.
Así y todo, para el Día D -el elegido para descorrer el velo del equipo ministerial- ya se conocían prácticamente todos los nombres. Y horas antes de la presentación los medios confirmaron todos y cada uno de los mismos. Incluso el principal, por ser el más esperado: el del ministro de Economía. Ese era el que realmente ameritaba mayor misterio, por cuanto el perfil del elegido establecía ya de por sí una proyección del plan a implementar.
El elegido para el cargo es un académico, colaborador de Joseph Stiglitz, el Nobel de Economía que contó con la gracia de Cristina Fernández de Kirchner a partir de las posturas favorables a su gobierno. Martín Guzmán no tiene experiencia en la gestión, y su cercanía a Stiglitz tal vez no sea el mejor antecedente para establecer una buena relación preliminar con nuestros acreedores. Se verá.
Dispuesto a posicionarse desde el vamos en las antípodas de su antecesor, Alberto Fernández presenta sin embargo muchas similitudes en el armado de este primer gabinete respecto del de Mauricio Macri. Por empezar, en la cantidad de ministerios: 20. El gobierno del Frente de Todos arranca con el mismo número que su vituperado antecesor, y una división notoria del área económica, parecida a la que dispuso Macri para su gestión y que tanto se le criticara. Eso sí, volverá a haber un Ministerio de Economía -la gestión macrista arrancó con uno de Hacienda y Finanzas, luego lo desdobló en dos carteras y terminó unificándolos de nuevo-, pero estarán fuera de su órbita Producción, Obras Públicas, Transporte, Agricultura y Desarrollo Territorial.
Dicen que el propio Fernández pretende ser el verdadero ministro de Economía. Nada extraño si se considera su deseo de reflejarse en la gestión de Néstor Kirchner, quien siempre tuvo ese deseo, que cumplió a partir de la salida de Roberto Lavagna. No habrá en definitiva “superministro”, ni siquiera un ministro poderoso para el área. Es algo que también se le reprochó -aun desde la oposición- al presidente Macri.
Habrá también vicejefe de Gabinete -una novedad que impuso Cambiemos-, cargo que ejercerá Cecilia Todesca, quien será la encargada de coordinar el accionar de toda el área económica. Esa labor será clave, a propósito de lo que acabamos de mencionar. Los propios funcionarios de la administración saliente reconocen que ese fue uno de los problemas notorios de los que adoleció esta gestión, en la que los ministros se enteraban por los medios de las medidas que otras carteras adoptaban, por más que el gobierno de Macri alardeara con aquello del “trabajo en equipo”.
El que se entera por los medios de cuestiones que le atañen y que lo terminan dejando mal parado es Sergio Massa. Ya se había enojado mucho cuando el presidente electo dejó fuera de carrera a través de un tuit luego borrado a Diego Gorgal, desafectado de la cartera de Seguridad para la que ya tenía media palabra y hasta había armado equipo. El nuevo presidente de la Cámara baja le manifestó su enojo a Alberto Fernández no atendiéndole el teléfono dos días. Finalmente recompusieron, tras la mediación de Máximo Kirchner, y el massismo fue compensado con la designación de Mario Meoni al frente de Transporte. Lo cual molestó a Hugo Moyano, que quería a Guillermo López del Punta en ese sillón. Pero como el presidente electo no quiere malquistarse de entrada con el líder de los camioneros, designó a su recomendado secretario de todas las áreas del transporte, y todos conformes.
No está mal: ya en tiempos de Cristina fue evidente que muchos segundos fueron más relevantes que los propios ministros.
Pero volvamos a Massa. A minutos de su consagración como nuevo presidente de la Cámara baja deslizó que el proyecto de presupuesto 2020 ingresaría al Congreso dos días después del inicio del gobierno de Fernández y sería aprobado por los diputados el 18 de diciembre. Hasta se preveía que el Senado funcionara entre las fiestas, para darle sanción definitiva a la ley de leyes el viernes 27. Los detalles incluían un acuerdo con Juntos por el Cambio para no obstruir esa sanción.
Hasta se había adelantado quién presidirá la Comisión de Presupuesto: será Carlos Heller, que volverá al Congreso en lugar del ahora ministro Juan Cabandié. Es más, se anticipó que esa comisión sería la única que fuera a formarse en lo que resta del año.
Sin embargo el designado presidente de la Cámara se enteró a través de un reportaje que Alberto Fernández brindó minutos después de haber anunciado su Gabinete que el Poder Ejecutivo no mandará un proyecto de presupuesto. Prorrogará el actual y recién el año que viene, en abril o mayo, presentará un proyecto propio.
El argumento brindado por Alberto Fernández es que el enviado por el gobierno actual “es un disparate, es de una inconsistencia formidable”, y que les genera dificultades hacer un presupuesto serio “en tan poco tiempo”. Esa circunstancia podría haberse sorteado aceptando las reuniones de transición propuestas por la administración actual el 28 de octubre pasado, a las que el futuro gobierno no accedió a participar.
Lo cierto es que la posibilidad de “reconducir” el presupuesto vigente no deja de ser una alternativa favorable para los nuevos gobiernos, pues además de darles la posibilidad de victimizarse, les sirve para actualizar montos de manera discrecional y, sobre todo y en este caso, no tener que anticipar lo que en definitiva no hay: un plan económico concreto, que es lo que presupone un presupuesto. Lo cual conlleva estimar cuál será la inflación anual, el crecimiento y cuál el valor del dólar, por citar solo algunos datos incómodos para brindar en un inicio de gestión.
La composición del Gabinete parece haber atendido la necesidad de conformar a todos los sectores de un frente tan diverso como es el que va a gobernar desde este martes, en el que predomina lo que podría denominarse el albertismo, pero en el que el cristinismo se hace sentir por la importancia de los lugares que ocupan y los nombres elegidos. Pero también por los nombres que no están, a instancias de la vicepresidente electa.
En eso de hacerse sentir, la exmandataria se destacó en el inicio de la semana con su presentación ante el tribunal que la juzga por el supuesto direccionamiento de la obra pública. Tanta insistencia porque esa exposición pudiera ser televisada deja la sensación de que el tono elegido por la senadora para dirigirse a los jueces fue deliberado y no producto de la exaltación del momento. Fue claramente una defensa política, que es en el terreno donde quiere hacerse fuerte Cristina Kirchner en materia judicial.
Más allá de los resultados tangibles que pueda aportarle, fue una exhibición de poder, como las que viene dando desde su regreso del último viaje a Cuba -luego de asumir volverá a viajar a la isla para ver a su hija-. También lo ha hecho, como dijimos, en la presencia de figuras propias en puestos clave del gobierno. El PAMI y la ANSeS en manos de gente propia es todo un dato. Ni hablar de la presencia de Carlos Zannini como procurador del Tesoro.
Fue lo que hizo también en el Congreso, donde puso dirigentes de La Cámpora al frente de la administración de ambas cámaras. Otra señal concreta dirigida a Sergio Massa, por cierto.
Es en el Congreso donde el futuro gobierno se ha asegurado no tener problemas, al menos en el futuro mediato. Con una mayoría en la Cámara alta que no para de crecer, en Diputados se aseguró un piso de 120 miembros y la asistencia de dos interbloques que suman 18 diputados y oficiarán como “ruedas de auxilio” al menos durante los próximos meses. Uno es el encabezado por Graciela Camaño, quien es muy cercana a Sergio Massa y ha dado señales favorables hacia la nueva administración. El otro, conformado por representantes provinciales y encabezado por el mendocino José Luis Ramón, parece no ofrecer resistencias hacia el Frente de Todos. Allí es adonde recalaron los tres diputados que se fueron de Cambiemos.
Una importante fuente del todavía oficialismo señalaba en la semana su desacuerdo con el tono muy crítico del presidente Macri hacia los diputados que partieron. “Sería mejor tratar de seguir cultivando una buena relación con ellos, hay que pensar en hacerlos volver”, sugirió, aunque reconoció que la virulencia bien puede haber sido también una señal dirigida evitar más fugas en Juntos por el Cambio. Como también pretendió ser una señal la plaza llena con la que Mauricio Macri tuvo su despedida.