Paco Ignacio Taibo II, uno de los biógrafos del Che, decía en su libro sobre Ernesto Guevara que “en la historia nadie es propietario de documentos, tan solo de interpretaciones”. Lleva razón, pero en la trama de los Montoneros, los que tienen las llaves de acceso a algunos de esos papeles, las guardan celosamente. Las Fuerzas Armadas que los derrotaron esconden –tal vez han destruido- no solo las pruebas escritas de sus crímenes al perpetrar el aniquilamiento, violando las leyes de la guerra que sin embargo invocan para justificar el exterminio sin respetar los derechos humanos.
También han hecho desaparecer los informes internos de los Montoneros que radiografían la vida política de la organización, secuestrados al propio tiempo que muchos de sus autores, de inmediato torturados, luego abatidos dentro o fuera de los campos de concentración de la dictadura donde fueran hechos prisioneros.
Los supervivientes de la dirección montonera disponen asimismo de un archivo puesto a resguardo en Cuba, cuando esa jefatura, con Mario Eduardo Firmenich, Roberto Cirilo Perdía y Fernando Vaca Narvaja a la cabeza, decidiera sustraerse del radio de acción represivo y resolviera, a fines de 1976, colocar la “Conducción Nacional” fuera de la Argentina. Es por tanto pertinente no ceder en el reclamo a quienes corresponda, de modo que los herederos institucionales de las fuerzas represivas entreguen lo que pudiera perdurar de esa documentación para usufructo de las universidades del país, y que paralelamente se interceda ante las autoridades cubanas por la repatriación de las actas montoneras guarecidas en La Habana.
No se trata de ser hoy más inteligentes que ayer, ni de pensar en términos de victorias o derrotas, sino de ahondar en experiencias que nos construyan como integrantes de la ciudadanía argentina.
¿Cuál es el temor a la revelación de tantos indicios históricos todavía ocultos?. Sin duda tienen intereses inconfesables los responsables de las verdades oficiales, tanto del lado de los militares, como del costado de ciertos protagonistas y/o escribientes del fenómeno montonero. Tampoco hay que olvidar a los que en el entorno del fenecido presidente Raúl Alfonsín pergeñaran la ominosa “teoría de los dos demonios”, que mucho mal le sigue haciendo a las nuevas generaciones que buscan entender lo que pasó durante los llamados “años de plomo”.
Porque a esta altura de los acontecimientos, transcurrido cerca de un medio siglo del grueso de la matanza, a nadie se le escapa que no se puede reducir la percepción histórica a un enfrentamiento entre unos pocos y alocados guerrilleros aparentemente desembarcados luego de viajes al exterior e imbuidos de ideas foráneas, con numerosos oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas, insaciables en su sed de propinar tormentos y mancharse con sangre. Caricaturizando así la responsabilidad primigenia en la guerrilla, y extendiéndola exclusivamente después a la cúpula castrense, quedan exentos la oligarquía que saqueó, los curas que confortaron a los que arrasaron con fieles, infieles y haciendas, los sindicalistas que envilecieron el peronismo, y gran parte de la dirigencia tradicional de entonces, a la que no disgustó que borraran del mapa a los jóvenes congregados para intentar una revolución desde el justicialismo, que más allá de sus errores, querían superarlos como alternativa política.
Hasta que se destapen esos papeles que tanto preocupan, ¿qué camino queda para impedir el silencio del olvido?. Eludir los escollos que dificultan llegar al meollo documental de los móviles y conductas de los protagonistas, en aquel dramático tramo de los año 70 –para de tal manera abrirle definitivamente las puertas al debate democrático- obligan a recurrir a las víctimas y testigos de ese pasado aún reciente. Antiguos guerrilleros, militantes, observadores políticos y diplomáticos privilegiados, militares presuntamente asqueados o arrepentidos, junto a catedráticos y profesores de buena voluntad e interesados en contribuir a que se desentierren las pruebas, han escrito o guardado notas y documentos. Y cuando no lo han hecho, no pocos están dispuestos a recordar. Huellas de ese conjunto de indicios ya figuran en varias universidades de América, Europa e inclusive en Israel, que han dado cabida a seminarios, trabajos de licencia y tesis de doctorado, nutriendo bancos de datos y hemerotecas con películas, vídeos y grabaciones de distinto tipo. Aunque nadie debe llamarse a engaño. No basta con la existencia de un cúmulo suficiente de materiales para que automáticamente emerjan buenas narraciones de las luchas armadas y sus verdugos. Siguen siendo imprescindibles los hombres y mujeres que sepan contrastar, conjugando curiosidad, rigor científico, tenacidad y una fe inquebrantable en que es imprescindible investigar, para que se haga justicia con la historia.
Con ese afán pongo al alcance de los visitantes de mi página web, el texto electrónico gratuito de la montura original de mi libro, “Montoneros, final de cuentas”, editado en 1988 por “Puntosur”. Se agregan en los “archivos relacionados” a esta presentación, tres crónicas periodísticas sobre la guerrilla peronista redactadas con posterioridad. Dos de ellas fueron publicadas oportunamente y libres de cargo para los lectores en este mismo sitio de Internet. Una reconstruye los asesinatos emblemáticos atribuidos a los Montoneros, mejor dicho a los predecesores de la organización nacida el 12 de octubre de 1973, que fueran los de Pedro Eugenio Aramburu y José Ignacio Rucci. Otra sale al cruce de los sucesos judiciales desencadenados por el secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born. Acaso la de mayor valor es la que resume el contenido de la apertura de los archivos suizos sobre los Montoneros, echando por tierra una vez más la peregrina versión que la guerrilla peronista fue destruida debido a la infiltración de sus filas por parte de las Fuerzas Armadas, o a causa de la supuesta colaboración de alguno de sus dirigentes de conducción con los organismos represivos.