Algo bueno ha traído el coronavirus por nuestras tierras y ha consistido en una cierta parálisis de las estrategias que venía pergeñando Cristina Fernández para deglutirse como una boa a la oposición y al mismísimo Alberto desde el Congreso, impulsando proyectos que pudiesen imponer su agenda de obsesiones respecto del funcionamiento de algunas instituciones republicanas.
Nietszche señalaba en su tiempo que “es pura ensoñación creerse uno mismo una legua más avanzado que los demás, y no hay que tomar partido con tanta facilidad a favor del aislamiento orgulloso”. Ignorar esta advertencia, condenó la calidad de la política de quien vive al acecho como la Vicepresidente, siempre presta a saltar a la yugular de sus contradictores.
Podríamos decir que actúa en todo momento sintiéndose como una oligarca del espíritu sin comprender que “no hay miel más dulce que el conocimiento” (Nietszche), al que le presta habitualmente muy poca atención, para sumergirse en la improvisación de temas mal analizados por ella, que solo apuntan a satisfacer su ego.
Todavía no se sabe cómo saldremos de la encrucijada sanitaria, pero puede percibirse que el Ministro de Salud, Ginés González García —impuesto por Cristina a su socio Alberto—, comenzó pifiando sus estrategias de respuesta al virus, al punto que hubo que reemplazar sus apariciones públicas por las de su Secretaria Vizzotti quien, hasta el momento, parece discurrir con mayor tino al respecto.
En las últimas horas es el mismo Alberto el que se ha puesto las charreteras de comandante en jefe, tratando de evitar que algunos incompetentes que lo rodean lleguen a meter la pata en esta materia.
Mientras tanto, como un Quijote cervantino, la ex Presidente tiene a su propio Sancho Panza: Parrilli (¿tudo?). Éste hace de vocero, desde la presidencia del misterioso Instituto Patria, contribuyendo a la avanzada de una boa hambrienta que no ha menguado sus propósitos de marcar el ritmo de lo que considera “su” gobierno, aunque haga esfuerzos denodados por disimularlo.
Los proyectos de Cristina –quien prepara un nuevo viaje a Cuba en medio del despelote que vivimos-, pasan hoy por una perspectiva donde la deformación, la distorsión y una teología difusa, la conducen a un solo fin: su reivindicación ante quienes la reconocieron enterrando sus manos hasta el codo –y quizá más allá-, en la corrupción, haciéndose inmensamente rica.
En efecto, nadie que domine matemáticas elementales podrá arribar a fórmula de progresividad alguna que permita entender de qué manera creció su fortuna en pocos años, habiendo sido siempre funcionaria pública. Aunque algunos jueces y contadores traten de explicarlo basándose en algún ignoto teorema de Pitágoras.
Como toda persona enfervorizada que no tolera que la contradigan, teme por el comienzo del final de su etapa política debido a la pandemia declarada, impidiendo sus denodados esfuerzos para inscribirse en la historia de líderes superiores que producen hechos deslumbrantes en su paso por el poder.
Con una mirada reticente para ver las cosas sin complicarlas innecesariamente, jamás llegó a analizarlas en profundidad a medida que las impulsaba en el ideario popular, creyendo firmemente en la existencia del “segundo mundo real” al que aludía Nietszche: el de quien sueña ahogado por la imposibilidad de distinguir dichas cosas como son.
El coronavirus puede convertirse –según su duración-, en el aguafiestas de Cristina y, por extensión, de todo el kirchnerismo peronista, donde el lenguaje, los apotegmas (“ni una menos”, “vamos por todo”, etc.) solo han servido hasta hoy para que no sepamos nunca cómo podremos abandonar nuestros problemas cuando no tengamos más remedio que aceptar la evolución de un mundo que va cambiando progresivamente e impide la prosperidad de ideas que huelan a naftalina.
En ese escenario, la creación del lenguaje que siempre caracterizó al movimiento justicialista al utilizar “conceptos supremos”, olvida que es la fe en la “verdad descubierta” el único punto de partida del desarrollo humano.
Deberíamos recordarles al efecto que “la pasión no sabe esperar. Lo que hay de trágico en la vida de los hombres radica por lo general en su conflicto con la época y con las bajezas de sus contemporáneos; y en su falta de capacidad para aplazar su acción un año o dos: no saben esperar” (Friedrich Nietszche).
A buen entendedor, pocas palabras.