Millones de bits pueblan la web con más o menos rigor intentando explicar cómo y por qué las naciones del globo están encallando. Y arriesgando qué quedará después de este frenazo memorable en la historia de la humanidad.
El naufragio está en plenitud, excepto en Asia original. Todas las tardes la prensa entrega el scoring de muertos y contagios con la novedad de estas horas del descontrol en N.Y. Veinte mil (en su mayoría jóvenes) de los 30.000 enfermos de USA viven en la Big Apple. Wall St. mutó a electrónica, ya no tañe su campana y las bolsas del mundo están aturdidas y queman cada día nuevo billones y billones de capital. Los mercados se hunden sin piedad y al grito “Viva el Estado” el keynesianismo y las banderas socialdemócratas retornan al campanario. La OCDE desmiente al G-20 y proyecta que esta crisis será peor que la de 2008 y durará al menos dos años y el FMI coincide en el augurio y destaca que los inversores internacionales han retirado US$ 83.000 millones de los mercados emergentes. A babor y estribor hay 25 millones de empleos que se perderán en el corto plazo, según la OIT.
Vaya implosión. Ninguna de las biblias que se veían bajo el sobaco sirve ahora. Por streaming, los benditos países emergentes les dicen a fondos, bancos y organismos mundiales que se acabó el corset fiscal, porque todo puede volar por los aires, que la salud pública es lo primero y que pagarán sus deudas como puedan. Qué objetar, si la UE, con Italia y España sumando cadáveres y aun esperando cosas peores, habilitó al BCE a incurrir en déficits para enfrentar parálisis y pandemias.
El mundo global con muchedumbres del norte que surcaban el cielo en busca de playas y regocijos es hoy un recuerdo y la logística del comercio mundial está comprometida. China que acunó el flagelo, bruscamente anuncia su victoria y Occidente le prende velas a la remisión mientras le mendiga mascarillas, kits de reactivos y que vuelva a activarse para fagocitar materias primas y productos industriales al resto del planeta semiparalizado.
El Covid 19 se ha hecho carne y habita en las Americas. Es temprano para decir si le costará la reelección a Donald Trump, quien de cara a la pandemia siguió su guión negacionista, a espaldas de los consensos planetarios, pero el PBI de USA podría contraerse hasta un 12% en el 2S 2019. La caída del petróleo es una buena noticia para los consumidores pero ha abatido a la industria petrolera que lo llevó al poder. El virus está deteniendo el tren de la victoria y estresará también el sistema sanitario estadounidense, con consecuencias impredecibles aún.
Otros populistas han emulado el empeño de derrotar al germen con místicas y caprichos. “Gripecita” ha dicho Jair Bolsonaro, dinamitando su base social, mientras Brasil se enfermaba en frenesí. Daniel Ortega y Rosario Murillo, convocaba en estos días a mitines partidarios bajo el lema macondiano de “rebelión contra el virus”. AMLO, insólito y senil, instaba ayer nomás a los aztecas a salir a la calle y abrazarse. La Venezuela de Maduro, imitando a la Rusia de Putín, sigue aferrada a cifras de contagio propias de extraterrestres. El salvadoreño Nayib Bukele, un confeso fascista, niega estadísticas y cooperación regional por el virus. Gabriel García Márquez tendría de qué escribir sin acudir a la imaginación.
Pero el resto del hemisferio ha respondido con más o menos reflejos. América Latina está todavía lejos del futuro orwelliano que predicen Harari y Byung, cuyos atisbos inquietantes ya probó China, falta un buen trecho para implementar aquí el rigor draconiano sustentado por un panóptico de nanotecnologías digitales, en el que el Estado podría saber que queremos comer pizza antes de que sintamos hambre. Pero, más modestamente, por lo pronto ha sido palpable que esta crisis pandémica puede ser una ocasión fenomenal para recuperar, construir o consolidar, según el caso, el monopolio político y el control social. Que pase al estrado Sebastián Piñera, a dar su testimonio de cómo en una semana, desde una extrema debilidad inicial, ha vaciado las calles díscolas de Chile y dispuesto el toque de queda para hacer frente a la emergencia viral. Se acabó el “super marzo” que arrancó repleto de violentas protestas. Sólo se trata de vivir, esa es la historia, diría Lito Nebbia.
Pandemonium argentino
Cada organismo enfrenta las agresiones biológicas con los recursos celulares que tiene a mano. La Argentina 2020, quebrada, en recesión y empobrecida de horizontes, reaccionó un par de semanas tarde mientras crecía la ola en la querida Italia y en la amada Madrid. Y hace otras dos que comenzó a enhebrar un discurso fuerte de alarma social desde la cima del poder político, que ha costado esfuerzos que cale en el tejido. En la base más humilde de la comunidad, por la degradación conocida y porque vivir en intemperies suele dar aires de imbatibilidad o regodeos con el peligro y la muerte. Y en el ABC1, porque la soberbia del dinero y la costumbre de vivir a espaldas del prójimo, despreciando a los que menos tienen, suele hacer errar feo la mira.
Entre el 20 de febrero en que el virus sorprendió a Lombardía y el 10 de marzo hubo una progresión de malas noticias. Con la vista gorda de las autoridades, miles de argentinos llenaron aviones y cruceros y muchos retornaron contagiados como si tal cosa, otros miles han debido ser repatriados mientras comenzaba la cuarentena hasta el 31-M.
El parate, entre disuasivo y penalizado, ha mostrado una confusión que en muchos casos orilló el pandemonium. Con provincias que levantaban sus propias murallas y municipios que hacían ídem, y hasta versiones locales y rudimentarias de toques de queda que sorprendieron a ciudadanos, trabajadores y empresarios, que se enteraban por las redes, mal y tarde, que por aquí sí y por aquí no.
Qué hacer para que este esfuerzo colectivo de aplanar la curva de contagio no sea en vano, con tantos argentinos que no conocen el hábito de respetar ni la ley ni la autoridad. En jornadas intensas, mientras crecen los infectados, también crecen las especulaciones de un Estado de Sitio o de Excepción, o de la lisa prolongación del aislamiento preventivo hasta el 12 de abril. Sectores del gobierno creen que para compensar la debilidad militar y el relax del accionar policial se podría acudir a los piqueteros, los movimientos sociales de base, para hacer cumplir el #QuedateEnCasa, pero esa es una instancia que podría cosechar tantas adhesiones como rechazos.
Lo peor está por venir. Desde Europa llegan miles de trend topics: no salgan que se enferman, y si son mayores, se mueren. No se toquen, no se abracen, eso junto a los muchos ancianos, fue el talón de Aquiles de italianos y españoles. Pero a la vez hay que pensar qué van a comer los millones más modestos. Alberto, con Cristina desaparecida en acción, rompió de nuevo la alcancía social. La ayuda de unos US$ 160 en abril, cifra similar a la que dispuso el gobierno peruano (de una notable manu militari en su cuarentena), a 3,6 millones de monotributistas y trabajadores informales, intenta paliar el bolsillo de un mundo de changas y trabajos eventuales que ya comenzó a sufrir la parálisis.
Ya llega, ya revienta el contagio en AMBA y CABA, ha dicho el jujeño Gerardo Morales, y en la Casa Rosada se lo quieren comer crudo. La predicción ensombrece el ánimo y atormenta a medios y redes repletas de consejos útiles. Decenas de voces decían en febrero que no había que usar mascarillas o barbijos, que sólo si estás enfermo. ¿Pero cómo sabes si lo estás? Los chinos, que pararon su virus, dicen que sí o sí hay que usarlo. Aquí pocos lo hacen. En días más, conforme crezca la epidemia, probablemente pocos no lo usarán, así somos.
No hay que tocarse dicen los políticos, los que más se besan, vectores de cuanto germen pulula, mientras nos asaltan con sus mensajes a cara descubierta. Nada de lo que dijeron ayer puede que valga mañana. Que lo diga Boris Johnson, otro clown mayor del circo mundial que promovía el social meeting y ahora acaba de decretar la cuarentena total, cuando ya Gran Bretaña ingresó en una espiral con 335 muertos, 6.650 casos confirmados y unos 55.000 posibles. God save the Queen.