Parece que ser kirchnerista es divertido. Al menos, más divertido que ser “contrera”, porque ya desde el comienzo si uno se define como “antialgo” tiene mala onda, carga con una pena en el alma, que difícilmente se pueda disimular por más globos que se quieran inflar y música de fiesta atronadora que se haga sonar.
Así que sí, concedámoslo, ser “K” es divertido. Y, por tanto, puede parecer ya de movida una forma mejor que otras de acercarse a la felicidad.
¿En qué consiste la alegría K? Cristina Kirchner nos acaba de dar una buena muestra. Se burló de las quejas de los chacareros que sufren ataques a sus silobolsas y de sus denuncias respecto a que el gobierno no hace nada por evitarlos, y a que desde sectores del oficialismo incluso se los promueve, cuando se plantea que guardar granos sería una actitud especulativa, antinacional, mezquina, en suma, una conducta “antisocial” que merece ser castigada de alguna manera.
El acto de romper un silobolsa es ya de por sí curioso: supone un considerable esfuerzo, andar de aquí para allá por caminos rurales, correr cierto riesgo, y todo para causar solo un daño, que no redunda en ningún beneficio propio: es puramente destructivo, mucho más difícil de entender y justificar que un simple robo. ¿Cuál es su lógica? Puede que tenga una política, de orden disuasivo: que los chacareros se asusten, liquiden sus granos o porotos de soja y entonces el gobierno al que los rompedores de silobolsas apoyan se beneficie por vía de la recaudación.
Pero es una funcionalidad bastante rebuscada y posiblemente fallida: lo que produce ante todo en el afectado es bronca, impotencia, por tanto aún más rechazo a colaborar con la lógica política mencionada, por lo que las chances de que desate una reacción opuesta son altas. Sin esa justificación política, entonces, nos queda de la rotura de los famosos chorizos de grano solo el acto destructivo, comparable al de quien le raya el auto a otro para descargar su odio, y por el placer complementario que genera despertar el odio del otro sin darle la oportunidad de descargarlo a su vez en nadie.
No cuesta mucho esfuerzo imaginar a grupos de rompedores de silobolsas divirtiéndose al hacer su tarea, y festejando una vez terminada. Una fiesta bárbara. Fiesta que Cristina vino a completar con una intervención aún más curiosa. ¿Qué fue lo que dijo? Que un meme que se burlaba de las denuncias de los chacareros contra esos ataques le había parecido de un humor de lo más inteligente.
Claro, la burla es la variante más K del humor. La practica gente ocurrente y, en ocasiones, puede ser más o menos inofensiva, como sublimación de la violencia. Pero, ¿lo es en boca de la vicepresidenta? ¿La burla política es igual de incruenta, inocente e intrascendente que, pongamos, la futbolística?
Aunque la burla sea un recurso legítimo del humor es discutible que sea el mejor, y el más inteligente. Y suele ser el menos oportuno. Cuando alguien es víctima de una agresión, por ejemplo, es particularmente ofensivo usarlo. Más todavía en la política, donde el daño a otros debe estar siempre estrictamente controlado, y existen límites muy precisos para legitimarlo.
Cristina lo sabe muy bien, pero toda su vida se ha dedicado a ignorar esos límites. Por eso, practica tan bien la burla. La burla humilla y la burla a quienes han sido maltratados desde el poder humilla doblemente. Y ella es una humilladora de alta categoría.
La burla, además, relativiza o ignora la agresión que la precede. Y ella sabe lavarse las manos magníficamente de sus agresiones y las de los suyos, como nadie, desde antes de que lavarse las manos fuera objeto de una pedagogía esmerada.
Y la burla es, por sobre todo, una continuación de la agresión por otros medios. Es por eso que resulta la más política de las formas del humor: por eso va acompañada por el famoso aforismo “el que se calienta, pierde”.
¿De quién se estuvo burlando con la alusión a ese meme nuestra vice, nuestra amable leona hervíbora y madre de todas las causas nobles en estas tierras? De varios a la vez, y con escaso disimulo.
La burla estuvo dirigida ante todo a los chacareros protestones, esos capitalistas que el kirchnerismo odia más que a nadie por ser lo contrario de lo que él está cómodo en denunciar en los capitalistas argentinos, rentistas y concentrados. Y de los que espera que le brinden la ocasión de vengarse de la derrota sufrida en 2008. ¿Cómo? Calentándose, saliendo a gritar desaforados contra la humillación y el maltrato que padecen. Para poder seguir maltratándolos impunemente por muchos años más.
Pero también Cristina le dedicó su burla a Massa. Que se quiso anotar un poroto con esos chacareros, diferenciándose del resto del oficialismo, que hasta hoy no se dio por enterado, mucho menos se hizo cargo, de los ataques. A Massa, Cristina le mandó así un mensaje entrelíneas: “no te hagas el serio y responsable, porque vas a pedalear en el aire”. Es bueno que se lo advierta. Y claro, Massa es un experto en no enojarse, así que seguro lo entendió mejor que los chacareros.
El que seguro no entendió muy bien fue el presidente. ¿Para qué habia prometido apenas horas antes terminar con los odiadores seriales? ¿No estarían acaso los rompedores de silobolsas en esa categoría, y por tanto también los que les hacen el campo orégano, se divierten con ellos y los legitiman?
Cristina está obligándolo a Alberto a hacer una aclaración al pie: vamos a combatir a esos malditos, pero sólo a los que no nos causen gracia con sus ocurrencias. Una nueva máxima del kirchnerismo, que además de científico y literario será, desde ahora, hilarante.