Alberto convoca y la oposición de Juntos por el Cambio concurre.
A las pocas horas, la oposición se lamenta por nuevas arbitrariedades cometidas desde el oficialismo, en el mismísimo Congreso de la Nación. Como si el llamado al diálogo no hubiese sido sincero.
Y No lo fue. No lo será nunca, mientras provenga del kirchnerismo.
Las pocas convocatorias al diálogo, realizadas a lo largo de la era kirchnerista, han tenido como fin la utilización de su interlocutor. Jamás la construcción o el fortalecimiento de la República.
Es claro que el oficialismo no desea intercambiar ideas. Ni siquiera escuchar ideas de otros.
Funcionarias antidemocráticas como Victoria Donda y Mirian Lewin se encargan de perseguir y denostar opiniones utilizando el aparato estatal, y expresando su clara intención de que desaparezcan.
El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, no concurre al Congreso de la Nación a realizar el intercambio institucional con los legisladores, que le impone el art. 101 de la Constitución Nacional.
El titular de la Oficina Anticorrupción, Félix Crous, no convoca al Consejo Asesor del organismo que se ocupa de monitorear los avances del Plan Nacional Anticorrupción, compuesto por organizaciones y expertos de distinta procedencia, porque no le gusta su conformación en materia de federalismo y género.
Durante la pandemia se despiden trabajadores del Estado por no ser oficialistas, haciendo lugar para contratar a los amigos.
Estas son sólo algunas de las arbitrariedades que tornan sospechoso cualquier intento del kirchnerismo de entablar una relación razonablemente sana con la oposición.
Lejos de estos acercamientos improductivos, el lugar de una oposición que tiene en frente un régimen corrupto y autoritario, debiera ser el de la confrontación por vías institucionales.
Jamás fue el diálogo lo que frenó los desbordes del kirchnerismo. Lo hizo algunas veces la Justicia, y otras el propio Congreso de la Nación, con la ayuda de diputados y senadores, que se dieron vuelta porque ya no podían sostener posiciones tan delirantes. Recientemente, y a falta de instituciones que funcionen, lo hizo la gente en la calle.
Finalmente, y saliendo de la cuestión meramente práctica, sería bueno que cierta oposición reflexione sobre la indignidad que implica “dialogar” con delincuentes y autoritarios, y sobre si no profundiza aún más esa indignidad, el hecho de dialogar con un mero delegado, representante de un poder político que reside en el Instituto Patria.
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