La foto es muy colorida. Sobre una hoja blanca y con los rasgos de quien recién empieza a descubrir el arte de la escritura, había una indicación que debían seguir mamá y papá.
Con sus hojas en su poder, mamá y papá podrían hacer algo. Si no mostraban esas hojas deberían abstenerse.
Las hojas contenían corazones y estrellas, casi como pidiendo disculpas, pero al mismo tiempo imponían un deseo.
Dejaban bien en claro que lo que los dibujos reproducían eran “permisos”; permisos de ingreso.
Portando esas hojas mamá y papá podrían entrar a la habitación de quien había dibujado (y otorgado) el “permiso”. Si no las tenían teóricamente debían quedarse afuera.
Por supuesto que se trata de un juego en la imaginación de una pequeña. Mamá y papá seguirán entrando a su habitación sin permiso.
Pero en los infantiles pliegues del inconsciente de la niña se ha comenzado a formar el diseño de un mundo de autoridades que conceden y de otras que deben obedecer.
Un mundo de licencias, de “papeletas” como decía Alberdi, un mundo lleno de regulaciones en donde una superestructura que está por encima de los individuos decide qué se puede y qué no se puede hacer.
Este es el mundo que está ingresando en la cabeza de nuestros chicos; son los mensajes subliminales con los que se están criando.
Cuando se desarrollen y sean grandes tendrán, sin saberlo, un sentido común formateado por estas guías aprendidas en la infancia más remota.
Esos filosos mensajes que entran sin pedir permiso son los que más perduran en la mente humana, son los que conforman una segunda naturaleza que a su vez sirve para delinear el criterio con el que, cuando tengamos uso de razón, resolveremos nuestras disyuntivas y con el cual elegiremos a quienes nos gobiernen.
De todo el daño que se le está infligiendo a la Argentina quizás éste sea el peor: el tomar un espíritu virgen y formarlo según el antojo de una corriente de servidumbre.
El mensaje de la libertad, el consistente con el progreso y con la afluencia económica; aquel que sabe que el mundo que progresa es el que menos “permisos” le impone al individuo va quedando en el olvido en la Argentina.
Esa enseñanza de independencia y autonomía ha sido reemplazada por un mantra que repite intensa y constantemente la idea de que las estructuras colectivas deben primar por sobre la soberanía individual.
A tal punto ha sido exitoso ese machaque gramsciano sobre la libertad y el cerebro de todos los individuos que una chiquita que apenas comienza a dar sus primeros trazos con un lápiz ya absorbió la idea de que las libertades pueden restringirse por una autoridad investida con el poder de conceder “permisos” sin los cuales la libertad no puede ejercerse.
¿Qué modelo de país creen que votarán estos chicos el día que la vigencia de los derechos civiles dependa de su voto?
¿Cómo creen ustedes que decidirán mañana quienes hoy ya toman como normal la idea de “otorgar permisos”?
También es bien preocupante la lógica que los chicos están absorbiendo de este mensaje atroz: el permiso lo concede alguien para evitar que otros invadan, investiguen, pidan explicaciones o controlen a quien expidió el permiso; el permiso es una muralla de protección contra aquellos que pueden vigilarme.
Los chicos se están educando en la idea de que la autoridad puede restringir nuestro poder para cuestionarla por la vía de arrogarse la facultad de no concedernos un permiso que finalmente desemboque en ese control.
Y los chicos lo están tomando como natural, a tal punto que se imaginan ellos en ese lugar supremo desde el que pueden prohibirle o permitirle a los demás según su antojo.
Los chicos actuales, en lugar de estar siendo educados bajo la idea de que son los ciudadanos los que controlan a la autoridad están recibiendo -y aceptando- el mensaje de que una autoridad puede restringir derechos que, en última instancia, quedarán supeditados a la concesión o no de un “permiso”.
Si esto no es un lavado de cerebros se le parece bastante. La táctica de dominación planta sus semillas en el terreno más fértil posible: en el inconsciente aún inocente de un niño que todavía cree que la vida es un juego.