Dicen los que conocen el círculo albertista que Cecilia Todesca, además de ser vicejefa del Gabinete, es la verdadera ministra de Hacienda del Gobierno. Ayer, esa funcionaria tan importante en el entorno de Alberto Fernández exhibió la búsqueda de la cuadratura del círculo a la que está lanzada la Presidencia.
Todesca explicó que, en lo inmediato, buscarán reactivar la economía. Pero, al mismo tiempo, ratificó que se mantendrá el cepo por que no hay espacio para descuidar las reservas. ¿Cuál es la solución? Según Todesca, reactivar las industrias y actividades que requieran dólares para importar insumos. Claro: si se quiere reactivar las automotrices sí o sí hay que importar autopartes; si se quiere reactivar la industria fueguina, sí o sí hay que importar todo lo que esa industria fueguina produce, sólo que desarmado.
Salir de esa encerrona es difícil. Una forma sería admitir que el absurdo dólar oficial con el que importan los teléfonos desarmados ha quedado ya demasiado barato. Y devaluar el peso. Para que importe el que se la banque y para dejar de castigar al tonto que exporta y se queda con 70 pesos miserables por cada dólar que él logra traer al país, si es que no paga retenciones. Pero, claro, eso puede llevar a más inestabilidad y pobreza.
Otra sería admitir que, si no se frena la máquina de imprimir pesos, el peso jamás dejará de devaluarse y nunca cesará la presión sobre el dólar y la fuga de reservas. Pero frenar la emisión obligaría a reducir el gasto público.
Otra sería admitir que, si seguimos emitiendo pesos y no queremos que presionen sobre el dólar, entonces hay que seguir subiendo la tasa de interés y agrandar la bola de nieve de las Leliq para que el BCRA absorba por esa ventanilla los pesos crocantes que le regala al Estado por la otra. Pero subir la tasa de interés no puede durar mucho y, encima, es supuestamente recesivo. Y lo que se quiere es justamente reactivar.
De “vivir con lo nuestro” a “vivir con lo que hay”
Desde un punto de vista industrial, la “salida Todesca” más que un “vivir con lo nuestro” sería un “vivir con lo que hay”. No es la utopía de producir acá -caras, subsidiadas y malas- las piezas de los celulares que hoy se importan; es no armar celulares hasta que no empiecen a aparecer los dólares.
Desde un punto de vista más sistémico, el esquema Todesca es otra especie de gradualismo, pero esta vez sin prestamistas: es peor que el anterior, más difícil de conseguir. De todos modos, con tal de eludir la palabra “ajuste del gasto” o la más amable “racionalización del Estado”, van a probar antes cualquier cosa que se les ocurra.
¿Hay cómo racionalizar el Estado? Sí. La Provincia de Córdoba acaba de subirles los sueldos todos sus empleados, incluso los que hace meses que no van a trabajar, mientras alrededor no sólo los salarios privados sino los empleos y las empresas privadas arden en la hoguera. Y a nadie se le mueve un pelo. Aunque menos que otras provincias, Córdoba también recibe pesos sin respaldo emitidos por la Nación por encima de la coparticipación, justificados en “la emergencia” ¿Para qué? ¿Para gastarlos así? ¿Cuál es el sentido de la inflación futura que, por esa emisión, sufrirán todos los privados que hoy ya se achicharran?
Ni hablar
Si esto pasa con Córdoba imagínense lo que debe estar sucediendo con las montañas de dinero que a diario vuelca la Nación en el conurbano. O con los regímenes clientelares de los sospechosos gobernadores de siempre. O con el descalabro de los centenares de planes sociales superpuestos, algunos de los cuales se calculan por una vez para 3 millones de personas y se despachan ¿tres, cuatro, cinco? veces para 9 millones.
Claro: todo esto es tremendamente difícil de racionalizar. Si no se quiere, sabe y puede usar un bisturí y se hace a los hachazos puede terminar lastimando a cientos de miles de personas que ya están desde hace demasiados años en la miseria y a otras tantas a las que la pandemia arrojó a un desamparo que desconocían.
Y, aún si hubiera buenos cirujanos, inaugurar el quirófano es políticamente inviable para la alianza de gobierno. Argentina no puede hacer todos esos ajustes juntos y ya. Pero el gobierno no puede ni hablar de ellos.
Sólo un ejemplo: bastó que el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, alucinara con sustituir todos los pseudoplanes laborales con un único ingreso sin contraprestación (que el ministro llamó erróneamente “universal”) para que los piqueteros que le manejan el ministerio le golpearan la puerta. Desde hace años se apropian sin licitar de fondos públicos para bancar a sus 580 mil seguidores. Ni locos van a soltar eso. Menos ahora: para eso hicieron campaña por los Fernández.
Las 5 “reglas Alberto”
El nuevo “gradualismo peor que el anterior” que Todesca exhibió acotado a la política industrial, se expone en forma más general en las “5 reglas” que Alberto Fernández compuso para reemplazar la letra y música del plan que no puede mostrar.
Son en realidad 5 objetivos que a todos nos gustaría lograr pero que no pueden conseguirse sin conflicto: desendeudar el Estado, acumular reservas, y tener un dólar competitivo, equilibrio fiscal y superávit comercial.
La base de todo ese paquete es el equilibrio fiscal. Sin déficit el Estado no tiene por qué tomar deuda ni emitir pesos. Sin emitir pesos no hay expectativas de megadevaluación que haya que atajar pisando el dólar al principio y clavando un cepo cuando los dólares baratos se acabaron. Sin endeudamiento estatal hay crédito para el sector privado. Sin gasto público improductivo no se llenan los bolsillos (aliento al consumo) de consumidores que no producen nada pero consumen mucho, en un país que, así, termina produciendo poco, malo y caro, pero consumiendo mucho, bueno y caro. Y al que por ende nunca le sobra nada barato para exportar, que no sea soja.
Máximo versus CGT
Las 5 reglas de Fernández significan, implícitamente, desinflamar el Estado para que pueda volver a respirar un poquito el sector privado. Es lo que plantearon, hartos de esperar a que los llamaran al famoso diálogo, la Asociación Empresaria Argentina (AEA) y la CGT hegemonizada en la crisis por sindicatos de la actividad privada.
Pero eso es una blasfemia para el Partido del Estado que es la columna vertebral del kirchnerismo y, por ende, de la alianza de gobierno. El fuego cruzado entre Máximo Kirchner y la cúpula cegetista viene por ahí: está en disputa la dirección que tomará la Argentina. El plan.
A las 5 reglas no las podrán apoyar el gobierno de científicos del Conicet, ni las burocracias de gremios estatales (CTA, Ctera, ATE, etc), ni la industria subsidiada y prebendaria, ni las empresas estatales ni las protoestatales que sólo existen gracias a privilegios por decreto, ni los artistas que a falta de arte hacen buenismo. Tampoco lo podrán apoyar los millones de argentinos a los que la casta que maneja el Partido del Estado no les dio un puesto pero sí los cooptó con subsidios a lo largo de tantos años.
A todos ellos, Fernández no puede blanquearles que las “5 reglas” esconden un plan de ajuste. Y que una vez arreglada la deuda con los bonistas, pasada la pandemia e iniciada la negociación con el FMI, ya no habrá forma de tapar el plan con las manos.