Juan Luis Manzur es un hombre frío. Sus señas personales son una sonrisa indestructible y la fortuna millonaria que amasó en un puñado de años bajo el ala del gobernador de Tucumán, José Alperovich, y de la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Detrás de su semblante alegre y de sus caudales hay un muchacho nacido en una familia sencilla, que hizo sacrificios significativos para recibirse de médico.
Sin herencia pero con la buena estrella de la política iluminándolo siempre, Manzur construyó un emporio de emprendimientos inmobiliarios y empresariales durante el ejercicio de la función pública. Su patrimonio declarado, sin embargo, parece sólo la punta de un iceberg de proporciones incalculables.
Ese enriquecimiento vertiginoso responde a una carrera política igualmente meteórica: llegó al gabinete de José Alperovich como suplente y cuatro años más tarde terminó convirtiéndose en el compañero de fórmula del gobernador para la reelección. Su estrategia controvertida para superar el brote de desnutrición infantil que había estallado en Tucumán durante la crisis de 2001 lo catapultó al equipo de la presidenta Fernández de Kirchner.
En 2009 llega a la Casa Rosada con la misión de controlar una hasta entonces desbocada epidemia de gripe A. Pese a la distancia, se afianzó como delfín de Alperovich y hoy es su candidato para retener la gobernación de Tucumán en las próximas elecciones.
Sin descuidar las relaciones políticas en el terruño, “El Mocho” –como le dicen los que lo conocen de la juventud “Juancito” –como gusta nombrarlo Cristina, consolidó su fortuna, cuando estuvo al frente del Ministerio de Salud de la Nación.
La metodología de negocios “K” consistente en provocar la quiebra de empresas con dificultades financieras para, luego, transferirlas a los “amigos”, lo favoreció: una de sus inversiones más polémicas es la adquisición de la aceitera Nucete, cuyos anteriores propietarios fueron asfixiados por el Estado. Sus declaraciones juradas laberínticas, con aumentos patrimoniales dignos de un as financiero, le acarrearon denuncias judiciales por supuesto enriquecimiento ilícito.
Pero Daniel Bejas, el mismo juez federal tucumano que se negó a indagar a César Milani mientras era jefe del Ejército, lo sobreseyó sin siquiera requerirle la justificación de los incrementos más que apreciables o una explicación respecto de las innumerables inconsistencias que surgen de las manifestaciones de bienes.
Ese sobreseimiento recibió el visto bueno de la Cámara Federal de Apelaciones de Tucumán: el alivio llegó justo a tiempo para liberar a Manzur de la carga de hacer campaña con una acusación de corrupción en trámite”.
(*) Extracto del libro “A su salud”, escrito por los periodistas tucumanos Irene Benito, Fernando Stanich e Indalecio Sánchez.