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¿Gobierno de científicos o qué?

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Todo se desmorona como un castillo de arena
Todo se desmorona como un castillo de arena

El verso del gobierno de científicos se desmorona como un castillo de arena. Vacía de toda sensatez como siempre fue esa aspiración, los números de hoy muestran una verdadera debacle en la estrategia del gobierno.

 

Una debacle, claro está, si hacemos foco en la salud y en los intereses de la gente. Porque a ellos la jugada les salió a pedir de boca. Fundieron al país, lo hicieron más dependiente de las limosnas del Estado, lo deprimieron psicológicamente, lo llenaron de miedo y de actitud defensiva e hicieron que se entregara mansamente a las manos del Leviatán.

Este es el resumen crudo que muestran los números. Mientras las curvas de los países que hasta ahora habían sido los más complicados frente al coronavirus caen sostenidamente, la de la Argentina no deja de crecer. La sociedad estuvo presa, aislada, llena de terror, fundiéndose económicamente, al divino botón.

Solo palabras vacías, gráficos truchos, bravatas inconsistentes es lo que queda en la memoria de este tiempo vacío.

El presidente, cada vez más gordo, es el epítome de ese vacío: Fernández es un presidente sin consistencia, solo apoyado en un guitarreo que encadena tiempos verbales conjugados correctamente pero que no resuelve otra cosa que no sean los problemas judiciales personales de su vicepresidente, tácitamente a cargo del país.

Ningún país ha destruido tanto su estructura económica como la Argentina. Ningún gobierno ha castigado tanto a su sector privado como el kirchnerismo lo ha hecho con las empresas argentinas. El presidente francés, Emmanuel Macron acaba de revelar un plan para reducir impuestos a las empresas por más de 20000 millones de euros para los próximos diez años. Ya hemos comentado varias veces lo que el presidente uruguayo decidió en materia impositiva para reducir el impacto de la pandemia sobre las empresas y el trabajo. Mientras aquí, siguiendo un criterio clasista antiguo y resentido, cada día se inventa un vericueto impositivo nuevo para meterle la mano en el bolsillo a la gente y seguir robándola.

No se ha puesto sobre la mesa un solo gesto de empatía con el pueblo, resignando la propia. El presidente dijo que consideraba una medida populista bajarse el sueldo. ¡Claro! ¡Se acuerda del populismo cuando alguien sugiere que se toque su propio bolsillo, pero cuando el país se hace cada vez más miserable por una demagogia obvia y ramplona, no!

La vicepresidente ha iniciado un juicio para reclamar el cobro de tres jubilaciones, con adicionales retroactivos y con la pretensión de que no se le apliquen deducciones por ganancias. Desde ya que tampoco ha siquiera amagado con reducirse por decoro su dieta o con donarla a alguna institución de salud que en este momento esté luchando contra la pandemia.

Tampoco se conocen iniciativas que dispongan bajas en el gasto del Estado que es sostenido por el sacrificado fondeo al que contribuyen los extinguidos bolsillos argentinos: al contrario, se encara una reforma judicial a medida de la impunidad de Cristina Elisabet Fernández que le costara al país más de 10000 millones de pesos adicionales por año, que también saldrán del trabajo que producen los argentinos.

El trabajo, en todas sus formas, ha sido destruido. Todas las variables que contribuyen a crearlo se han derribado sin miramientos. El país se dirige a convertirse en una réplica de esas provincias del interior donde el 95% de la población depende del Estado, tal cual el premonitorio modelo santacruceño.

La imagen visual de la tierra más rica del país -la provincia de Buenos Aires, probablemente una de las áreas más fértiles del mundo- se va convirtiendo en una toldería miserable, usurpadas sus propiedades por la fuerza de milicias de choque que delinean un futuro tan maltrecho como la chapa y el cartón con los que obligan a vivir a sus esclavos.

La capacidad de destrucción del fascismo es ilimitada. Destruye todo lo que toca. No importa la grandeza anterior que haya tenido un pueblo o un país. Basta que la bacteria fascista hinque sus dientes en ellos para que todo se arruine.

Parafraseando al presidente, lo que sí da vergüenza es la opulencia de esa nueva corte feudal, creada por su propio sistema, que les permite vivir a algunos el sueño de la nobleza (cuando no directamente de la realeza) obscena mientras otros ven destruido el trabajo de toda su vida.

No conformes con las mentiras y la destrucción que han causado han tenido el tupé de subirse al caballo de la soberbia y autocalificarse como “gobierno de científicos, no de CEOS”, agregando un baldazo más de bleque a la larga cadena de sarcasmos innecesarios con los que inflaman los oídos de cientos de miles de incautos que aún le prestan atención.

Culpan de los males a quienes tratan de evitarlos. Los golpistas acusan a los que pretenden hacer que las instituciones funcionen. Desconocen el funcionamiento democrático. Deshonran lo firmado. Apagan los micrófonos. Fuerzan la tiranía del número.

Cuando el velo de la pandemia se corra, quedará un campo yermo donde alguna vez se edificó la esperanza de fundar una potencia. Pobreza y miseria por todas partes serán la cucarda viviente del fascismo terminal. ¡Viva Perón!

 

5 comentarios Dejá tu comentario

  1. ...mira me recuerda ese programejo lamentable que tenía en Radio El Mundo... Otro tipo patéticamente PREVISIBLE (...le falta "glorificar" el bombardeo a la Plaza de Mayo y está completo. Imbécil...)

  2. Lo que no aclaran es que hablan de las Ciencias Sociales, o de la nocón de ciencia transmitida desde el idealismo prusiano. Hay que ser menos ingenuos y en lo posible menos ignorantes. Estos ex jóvenes no son idealistas porque tengan ideales sino porque de la realidad eligen ver sólo una parte que creen que les conviene; y si no existe, la inventan. La ciencia también padece el idealismo hace unos doscientos años. De ahí proviene toda esa la retórica que define como "Leyes que rigen el universo" a las observaciones o a las teorías. El idealismo anticientífico es el lugar de procedencia de toda esa estupidez que confunde la ciencia con la sorpresa, o con cualquier cosa que sea contraria a la intuición y el sentido común. De ahí proviene la falsa idea de que las teorías están antes que la realidad, y deben ser completas y perfectas, y que cualquier falla en las predicciones constituye una excepción descartable y no atribuible a limitaciones de la teoría sino en la realidad objetiva. Es obvio que cuando éste gobierno habla de ciencia, está hablando de la "ciencia" que prefieren los Victor Hugos, los Kicillofes y los Zaffaronis,

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