Es que es muy difícil rastrear cuándo fue la última vez que el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, habló en público.
Si se quitan sus mensajitos por Twitter, que todos los días ponen sus empleados, Schiaretti parece habitar el cono de silencio, aquel artilugio que usaba el Superagente 86 para hablar con su jefe y que no lo escucharan los agentes de Kaos.
Hace meses que no escuchamos a Schiaretti hablar en vivo y en directo, dialogar con alguien, responder preguntas, es decir, que no le escuchamos una intervención pública, franca.
Su recurrencia a Twitter nos deja sólo con mensajes burocráticos, que refuerzan el perfil ya ultraadministrativo y, en la superficie, “despolitizado” de Schiaretti.
No falta nada
Y eso que los agentes de Kaos han hecho horas extras en Córdoba. Puede faltar cualquier cosa menos temas.
Hemos tenido y tenemos la ola de incendios de agosto, la ola de incendios de hoy, el trágico caso de Solange, el asesinato de Blas Correas a manos de policías, el año de clases completamente perdido, el desempleo más alto del país después del de Mar del Plata en el segundo trimestre, la reestructuración de la deuda provincial, los efectos económicos de la cuarentena y, finalmente, la epidemia de coronavirus, que en las últimas semanas golpea con toda contundencia a la provincia.
Sobre todo eso, como telón de fondo, está la crisis política, económica y social a nivel nacional, donde se libra una batalla desigual y a fondo para determinar dos cosas: si Fernández podrá definir un rumbo para una salida a la crisis que respete la Constitución y si Cristina Fernández se apropiará o no de los tres poderes del Estado.
Política aparentemente cancelada
Sobre ninguno de todos estos temas tan gruesos hemos escuchado nunca decir nada a Juan Schiaretti, a excepción de sus muy quirúrgicos mensajitos en Twitter y de las declaraciones más estudiadas aún que el gobernador manda hacer a sus ministros y legisladores. Como cuando el ministro de Finanzas, Osvaldo Giordano, planteó el desacuerdo de Córdoba con la quita de fondos coparticipables por decreto a la Capital Federal para regalárselos a la Provincia de Buenos Aires.
El silencio de Schiaretti pone de la nuca a la oposición en Córdoba, que no encuentra con quien discutir y debatir, algo vital, necesario, que, bien usado, es el nervio clave de la cultura democrática y republicana. Entonces, al menos, el radicalismo intenta pasarle la factura de ese silencio. Un silencio que Schiaretti puede mantener porque goza de una hegemonía excesiva: 21 años de gobierno, el control de la Provincia y del mayor municipio, mayoría automática en la Unicameral y un Poder Judicial amable. Y eso no está bien. La política suena a cancelada en Córdoba.
Más dependientes que nunca
Sin embargo, el mutismo en El Panal no deja de ser comprensible. El electorado de Córdoba, la historia de los últimos 15 años y la propia tradición del gobernador Schiaretti lo llevan a plantarse estratégicamente de frente del cuarto gobierno kirchnerista. Nunca van a poder ser como chanchos.
Y esto no es fácil de hacer. La Provincia es muy dependiente de la billetera de Alberto Fernández. Siempre lo fue por el sistema previsional y hoy lo es más porque todas las provincias y municipios, además del propio gobierno nacional, dependen hoy de dinero que no viene de los impuestos repartidos según leyes sino miles de millones que simplemente se imprimen, que sólo puede imprimir la Nación y que la Presidencia puede repartir con total capricho.
Entonces, pocas veces los gobernadores e intendentes argentinos han estado tan agarrados de las rodillas como hoy por el poder central.
Encima, la reforma
Bajo esa espada de Damocles, Schiaretti puso la cabeza dentro de la boca del león y mandó a decir que los cuatro diputados nacionales schiarettistas no iban a votar a favor de la reforma judicial que quiere el kirchnerismo para terminar de copar la Justicia. Más importante: dio a entender que no prestarían quorum. Esa decisión, junto al anuncio similar de los diputados lavagnistas, fue la que por ahora ha mandado al freezer al asalto K a los tribunales.
En ese marco, Schiaretti enfrenta un alto riesgo de bombardeo, que milagrosamente, hay que reconocerle a Alberto Fernández, por ahora no se ha dado. Y Schiaretti no tiene un solo refugio bajo el cual protegerse.
Así, a campo abierto, la única que le queda es tratar de pasar lo más inadvertido posible. Como dice acá Monti cuando imita a Brizuela: “Hágase el bolú, hágase el bolú”. La única defensa de Schiaretti es tratar de que nadie note que existe, tratar de que la Casa Rosada y en el Instituto Patria se enrosquen en otras cuestiones y se olviden de él.